Capítulo 40:
Agonía
Mafer
El pilar ha sucumbido a un brochazo verde y putrefacto. La enfermedad escalando la cúspide de los hogares, y los Duants como una vil decoración en las calles, a la espera de que los humanos abandonen el resguardo y se avienten a la zozobra y desesperación del exterior. En mis oídos se marcan con impaciencia y certeza cada segundo, una aguja del reloj imaginaria dejando muy claro una cuenta regresiva.
Por primera vez en mucho tiempo no estoy segura de nada, cada movimiento parece ser en falso y proclamado de la fatalidad. Sé, con cada respiro que algo muy malo va a suceder, y se supone que hemos venido con el objetivo de ayudar, sin embargo, ¿qué puedo hacer?
No hay un solo lugar que no haya sido tocado ya por la enfermedad, no hay sitio seguro para nadie, mi magia es frágil, cada vez más distante, un hilo delgado que amenaza con romperse y aunque tuviera en plenitud mi magia, no es mucho lo que pudiera hacer, contra los Duants sí, pero no contra la enfermedad.
Aunque deseo no tener que admitirlo, tampoco puedo evadir la realidad. Abandonar el pueblo a su suerte e ir a donde sí, puedo hacer la diferencia, y esperar a que sea suficiente y a tiempo.
Vuelvo al interior de la iglesia.
El inmenso roble levantó parte del techo, sus ramas se expanden por la cúpula como una barrera sobre nuestras cabezas. Lo único que aún se puede decir que se mantiene con vida ante la enfermedad. ¿Por cuánto tiempo? Es la incógnita que me lleva asumir los riesgos de abandonar el pueblo.
—No quiero dejarte.
Rocío alza la mirada de su arma de fuego, una pequeña pistola, se parece una de las que usa el padre de Shema. Ni voy a preguntar como la consiguió, asumo que el señor George la tenía en casa.
—Hasta donde sé, no puedes estar en dos lugares al mismo tiempo —sonríe. Mi abuela en apariencia es una mujer de cincuenta y tantos, su edad real es desconocida para mí. Hoy, parece que ha rejuvenecido un par de años, más allá de lo que pueda determinar su piel, su mirada tiene una vibra de guerra que cuesta aceptar que es una anciana. Me pregunto, si el rostro que he conocido es solo una fachada que en algún momento se desvanecerá, porque a pesar de que sus alas fueron cortadas, eso no significa que ya no sea un hada.
—¿Seguro sabes cómo usarla?
—Llevo más tiempo en este mundo que tú. No lo olvides. Además, no existe arma en el mundo que estas manos no sepan usar.
Bueno, una abuela arrogante era lo que no había conocido, y no es que el tiempo que estuvimos separadas generara ese tipo de cambio, más bien es algo que tenía muy bien escondido.
—Esa es mía —interviene Shema.
No me gustan las decisiones que estamos tomando. Dividirnos más es darle una victoria a la hermandad, y no hay mucho que pueda hacer al respecto, la abuela tiene razón. Debo elegir donde estar las próximas horas.
—Obvio sé usarla —afirma él antes de que pueda hacer algún argumento—. No tienes de que preocuparte, papá me enseño.
—¿Cuándo?
—No pierdas el tiempo aquí. Tu batalla está del otro lado.
—Eso no es una respuesta.
—Deberíamos irnos.
El rey de los selváticos es la angustia sobre dos piernas, lo que sea que esté sucediendo del otro lado de ese frondoso roble, le afecta, mucho más que la misma enfermedad y su expansión.
—Entonces, intentan coaccionarme, así como hicieron con Suri y Cris para que cruzaran —Shema desvía la mirada, los asientos de la iglesia parecen interesantes de momento—. Todavía no me dicen donde está Susej.
La abuela me toma del brazo y me hace caminar por el centro de la iglesia. A Caleb no le cuesta mucho abandonar este lugar, todo lo que le importa está del otro lado, en cambio, la mía… No puedo estar segura de que mis hermanos, prometido y amigos estén juntos, por el contrario, es muy posible que cada uno haya tomado un rumbo diferente si siguieron las indicaciones de la abuela. Por lo menos Suri y Cris, que llevan el único objetivo de reunir a lo que están en verano, alertar a mi padre si es ya no saben lo que sucede.
—Susej está cuidando de la sirena y Eulis, que lograron llegar primero que ustedes. La mantienen dentro de la bañera, donde de momento es seguro para ella —se acerca lo suficiente como para que lo siguiente sea un susurro—, además, ambas sabemos que esa hada oscura no se irá sin Shema, y él no puede abandonar a su padre a su suerte, y yo bueno…
—Vas a cuidarlos por mí —sentencio.
—Lo haré —nos detenemos al amparo del roble. Caleb se encuentra más próximo a cruzar—. Sé que me equivoque, y nada justifica que les haya mentido, pero confía en que estaremos bien. Podemos resistir si ustedes también hacen su parte, no se demoren demasiado. Los contratiempos cobran vidas.
—Te quiero abuela.
—Yo también. Ahora vete —me palmea el hombro como despedida.
—Más te vale que sigas con vida cuando vuelva, Shema.
No espero su respuesta y paso a través del roble, una sacudida de energía me eriza la piel, dura unos escasos segundos hasta que es reemplazado por la sensación de diminutas mordidas sobre mi piel. Decir que se debe a la enfermedad es impreciso dado que la helada también ha reclamado a Encantus en su totalidad.
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Editado: 27.03.2025