Capítulo 41:
Flores de cristal
Yira
Me remuevo con la firme sensación de ser cazada, observada con pericia, como una pesadilla tejida sobre mis miedos, en un espacio estrecho, reduciendo mi movilidad y acechada por el enemigo. Dos latidos golpean mis oídos. De fondo, el lejano eco de la voz de mi padre, palabras sin sentido que llegan y colisiona la neblina del sueño. Es importante, lo sé, pero me cuesta abrir los ojos. Solo quiero unos minutos más y consigo recuperar el control de corazón, mas no el sueño.
Los últimos días he estado herida, al borde de la muerte y mi cuerpo comienza a pasarme factura ante el poco descanso obtenido. Las pocas horas de sueño no han sido suficiente.
—«Aurelia.» —es él. Fuerte y claro.
—¡Oh!, la niña perdida —y esa voz no es la de mi padre y tampoco está en mi cabeza.
Despabilo. La daga está en mi bota, la cuestión es llegar a ella antes que el Duants que ya me secuestro una vez cuando era niña me alcance primero. En nuestro primer encuentro a penas y pude huir de ella, nunca la enfrente y no puedo evitar caer en la tempestad del miedo. No hay a donde esconderse, y una sola salida.
—Despierta Aurelia, para que podamos jugar —canturrea, sus pisadas son precisas y sutiles.
—«Aurelia, hija.»
—«No es el mejor momento padre.»
Me arriesgo e intento alcanzar la daga, me doblo un poco manteniéndome en el suelo, el movimiento de mi mano queda atajada por la suya, dedos delgados y largos y unos ojos verdes que brillan como luciérnagas me paralizan. Taciturna por el sueño, mis reflejos son lentos e inútiles. Intento zafarme y retomar mi primera acción, antes de que pueda hacer nada estoy probando la tierra helada, el ardor podría significar que también me partí el labio.
«Me tiene. ¡Caray!»
—Tu amigo salió hace rato —el peso de su cuerpo me inmoviliza con los brazos en la espalda.
En el reducido espacio no hay rastros del rey de invierno. ¿A dónde se habrá ido? ¿Me habrá abandonado a mi suerte?, quizás se replanteó el dejarme como yo lo hice en el pasado. No odiarme no significa que me haya perdonado, mucho menos olvidar todo el daño que cause.
—Nos has estado observando —balbuceo probando mi propia sangre.
—«Tampoco es el mío así que presta atención.»
Entonces todo se está torciendo aún más, demasiados nudos alrededor de Encantus como para que entremos en la monotonía. Estupendo.
—Los vi escurrirse hasta aquí —desde anoche, es posible que le tema a Kevin o prefiera ir por cada uno de nosotros por separado, sin hacer demasiado alboroto para no tener que compartir. Su lealtad ni siquiera le pertenece a la hermandad, se quedó atrás a la espera de que recuperarme para sus diversiones y perversiones, y por supuesto la fatalidad de mi muerte, la cereza de su pastel—. Espere a que durmieran, iba a darme un banquete con ustedes dos. Hay tanto poder rebosante entre ambos, una mezcla exquisita, frondosa y helada.
Aspira con fuerza. No afloja su agarre ni un poco. Las raíces se sacuden debajo de mi cuerpo y ella hinca su rodilla contra mi espalda sacándome el aire.
—«Agadria ha conseguido su propia fuente. Necesita los monarcas de cada corte para hacerlo echar raíces. No permitas que el joven rey de invierno venga al velo.»
¡Ay, no! No, no, no. Eso no puede ser bueno.
Cuando se cree que ya nada puede ir a peor aparece una nueva fuente, una que lo arrasará todo, y de la que es posible no haya retorno. Sus raíces nunca deben alcanzar la red de magia. Debo salir de aquí.
—Sin trucos, princesa —hinca las uñas en mi hombro, una mezcla de miedo y desesperación se agitan en mi estómago como una chispa que se enciende con su toque, una descarga que nubla mis pensamientos y me dejan a su merced —. El gran roble se debilita y tú también, sé que puedes sentirlo. Toda criatura de Encantus va en decadencia, aunque la helada no. ¿Es curioso, no lo crees?
Sí, le teme a Kevin. Invierno se ha fortalecido un poco con la llegada del rey, su conexión con el lago helado, fuente de su magia lo sigue reconociendo muy a pesar de la intervención de Bianca.
—«¿Te tienen?» —tiro ese pensamiento sin tener certeza de que pueda llegar a mi padre. Una débil brisa fría se cuela al interior y me estremece los huesos—. «¿A quién más tiene la hermandad?»
El peso del Duants se balancea. Aprovecho para sacármela de encima, no opone resistencia. Cae a mi lado, su aliento me da en la cara y sus oscuros ojos no salen de la impresión, delgadas agujas de hielo sobresalen de su cuerpo.
Kevin está en la entrada con la mano extendida, tuvo que haberla tocado. Todo a su alrededor se ha cristalizado.
—Hay que movernos —se hace a un lado para que pueda salir.
Me aseguro de seguir llevando la daga en la bota, le doy un último vistazo al Duants, las pequeñas raíces que emergieron ante mi desespero por liberarme comienzan a cubrirla por completo, queda sepultada debajo de un montículo de botones con pétalos congelados, unas florecillas translúcidas muy bonitas como una bandera de esperanza. A pesar de que la enfermedad ha tocado nuestro suelo, existe la posibilidad que la vida vuelva a florecer. Atesoro ese sentimiento y permito que aplaque la necesidad de hacer todo lo contrario a las instrucciones dadas por mi padre, no llevar a Kevin ante esa monstruosidad de árbol que intenta emerger, jamás lo pondría en peligro de nuevo, dijo que no podía odiarme, aunque lo ha intentado, necesito que confié en mí otra vez, como antes.
#10453 en Fantasía
#3798 en Personajes sobrenaturales
magia aventura personajes sobrenaturales, hadas y brujas, hadas cortes elfos duendes
Editado: 27.03.2025