Encantus. Alas de hielo (libro 5)

Capítulo 42: Vínculo

Capítulo 42:

Vínculo

Mafer

—Lo que sea que esté en esa cabecita tuya, no —sentencia mi padre sin siquiera dejarme decir: hola. Sus ojos resplandecen como pozos de lava.

Creí que estaría más feliz de ver que he vuelto en una pieza, aunque debo admitir que tiene toda la razón en estar algo molesto. Mi llegada afianza la decisión de Zulay de ir en busca de la cabeza de la bruja, lo que me sorprende viniendo de ella, está que mata a cualquiera que se le atraviese por delante. Es posible que la reina oscura nunca se haya manchado las manos de sangre y decida que es un buen momento para permitirse sentir esa vena sanguinaria que ensombrece su mirada.

Se mueve entre Penélope y la sirena como dos barreras que le impiden hacer alguna imprudencia, como ir en una dirección errónea, entrar al territorio de los selváticos no es difícil para quien ya conoce el camino.

—Aún no tengo un plan, para ser sincera —esa es la verdad. Lo que decidamos hacer desde ahora va a afectar a algunos para bien o para mal, tengo la certeza de que la balanza se inclina con cada respiro hacia el mal. Nunca me había sentido tan desesperanzada como ahora, como estar en medio de un laberinto y no encontrar una salida—. Aunque asistir a una boda puede que sea lo más viable de momento.

Da un chasquido con sus labios. Una sacudida de calor derrite la nieve a nuestro alrededor, la humedad gotea sobre mi cabeza.

—La hermandad apenas ha sacudido a los selváticos y las muertes son incontables, ir allí es una sentencia. Ellas no van a permitirnos vivir —caminamos entre los límites de la frontera de las tinieblas, lejos de las hadas guerreras y elfos oscuros que se han consagrado en la zona—. Agadria y Maritza van a levantar su reinado sobre nuestros cadáveres. Necesitamos una mejor estrategia que correr a una boda.

Y una aún mejor para no ir directo al velo. Hago girar el anillo en mi dedo, esa importante promesa que se desdibuja en el horizonte al ritmo del avance de las agujas del reloj. En caso de que no pudiéramos llegar, ¿tendrá él algún plan?, esa boda no puede llegar a suceder, ese tipo de alianza afianzaría la posición de la bruja, además del vínculo que se genera la haría más poderosa y lo más importante no puedo permitir que la bruja que quede con mi prometido.

—Entiendo que es imprudente y los riesgos son muy altos. —La ausencia del rey de primavera y la reina de otoño es una pequeña ventaja a la que nos podemos aferrar, tampoco está aquí Geraldo, ni Salvador lo que es bueno. La mitad de nosotros esta resguarda en verano, aún seguimos en pie y la lucha no ha acabado—. Se nos acaba el tiempo, padre. Una nueva fuente va a reemplazar lo que se conoce en Encantus y ya está echando raíces, tenemos a los reyes supremos dándole vitalidad, y…

El sonido de un aleteo forzado se escucha a lo lejos, demasiado débil como para alertar a los demás, aunque inquietante entre tanta neblina que ahora cubre la frontera de las tinieblas. La única entrada para volver al territorio selvático es más espeluznante de lo que era.

—¿Dónde quedo tu otro hermano?

—En alguna parte de Encantus —intento concentrar mi mirada en algún punto fijo sobre los esqueléticos árboles la neblina no me permite, se mueve con lentitud junto a ese zumbido—. No cambies de tema. Kevin puede cuidarse solo. Me preocupa más Zulay, con o sin nuestra ayuda va a ir por alguno de sus dos hijos, y…

Suspira en rendición. Se estruja la cara entre sus manos.

—¿Qué le sucede a Susej?

Bajo un poco la voz. Además de mi suegra, el resto se encuentra de alguna manera en calma. Suri tampoco sabe que su hermano está siendo abono para una planta.

—Dar y Susej estás siendo exprimidos por una planta trepadora.

—¿Y las buenas noticias?

—Todas son malas —me encojo de hombros—. Hay que escoger cuál es menos mala y actuar.

—Dudo que podamos acercarnos demasiado a la bruja —replica con su encendida mirada a mi espalda.

—¡Ay, papá! No seas tan pesimista.

—Me parece que han enviado un presente.

Hago una mueca sin comprender hasta que escucho los aleteos dispersos sobre nuestras cabezas. Veo a Lyon moverse como un felino entre el resto de guerreros, aunque no se observa más que una densa neblina.

Cristian y Suri tan cerca y distante de Zulay como pueden sin perturbar la fogosa charla.

—Es muy arriesgado —intercede Penélope—, es obvio que espera que vayamos a su encuentro.

Mi padre asiente.

—Pues no cambie sus planes, que crea que tiene el control —me sorprende escuchar a la sirena de mi lado. Desde que llegamos ella y mi padre no se ha cruzado ni una sola palabra, pero las miradas hacen ruido entre tanto silencio. Había olvidado que esa criatura con escamas no es tan joven como su apariencia indica.

—Solo por curiosidad —y para confirmar mi resiente sospecha, —¿qué tan concurrida serán sus visitas?

Mi padre abre muchos los ojos. Ja, lo he tomado desprevenido, eso sí que no lo vio venir. Sus labios se mueven sin pronunciar ninguna palabra.

—¿Qué? ¿La señora de las aletas te comió la lengua?




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