Encantus. Alas negras (libro 1)

Hospital

Capítulo 2 
Hospital 



Su cuerpo cae, inerte, sin vida. 
Me levanto despacio, sin apartar la vista de ella, sin  
poder creer lo que la desesperación me ha llevado a hacer,  
la he matado. El cuchillo está incrustado en su garganta,  
atravesándola. La sangre fluye como un manantial  
formando un pequeño charco debajo de su cabeza  
envolviendo sus risos marrones, sus ojos están abiertos,  
opacos, vidriosos como si fueran dos bolitas de cristal, sus  
alas extendidas contra el suelo. 
Estoy temblando, la he matado. 
La voz de una niña me pone alerta. Contengo la  
respiración, y mis pulmones arden. 
— ¡Mamá! —la niña se queda tiesa frente a la escena.  
Observa a su madre muerta y luego a mí. Sus pupilas  
cubren sus ojos, y veo en ella el vivo retrato de la mujer,  
que acabo de matar. 
La veo caer de rodillas al lado de su madre sin quitarme  
la mirada. Salgo de allí tan rápido como puedo, tropiezo un  
par de veces en mi travesía hacia la salida. Antes de girar  
el pomo de la puerta, miro a mi derecha, un espejo me  
aterra con mi propio reflejo. 
Mi rostro está salpicado en sangre, al igual que parte de  
mi camisa, estoy manchada de mi propia sangre y de la  
sangre de esa mujer, mis ojos son… ¿dorados?, los cierro y  
presiono fuerte, todo lo que está pasando me está haciendo ver cosas que no son, mis ojos son marrones, tan comunes  
como la arepa en este país. Con temor los abro de nuevo y  
allí están, dorados y brillan de una forma antinatural. Y  
me aterra. El color de mi cabello se asemeja mucho a la  
sangre, ondulado en un rojo intenso y oscuro. Mi cuello esta  
arañado, y mi hombro también, son las únicas zonas que  
poseen mi propia sangre. Siento pasos acercándose, giro el  
pomo, sin mirar a atrás, lo único que quiero es salir  
corriendo de este lugar. 
Al salir a la calle me siento libre, tengo la sensación de  
haber pasado años encerrada entre cuatro paredes sin ver  
la luz del sol. Por suerte no hay nadie, solo mi abuela y mi  
hermano en la entrada de nuestra casa. Sus ojos se  
iluminan cuando me ven. Agilizo el paso. Mi hermano me  
alcanza antes de llegar hasta ellos y me funde en un abrazo. 
—Volveré y te matare —me giro al escuchar esa voz. 
La niña está en la calle, sus puños cerrados y ojos  
espectrales contienen ira, dolor. Y eso hace que me dé una  
punzada en el pecho, he dejado huérfana a una niña de la  
misma edad que mis hermanos. ¿Qué va a ser ahora de su  
vida?, pero entonces recuerdo que tanto ella como su madre  
son las responsables de que Kevin no esté en casa, de que  
mi madre se encuentre como muerta en vida encerrada en  
una habitación, de que ni Cris, ni yo, podamos respirar sin  
sentir ese vacío en el pecho que no puede llenarse con nada,  
que se me estruje el corazón cada vez que veo alguna de sus  
fotos, y simplemente lo que sea de su vida de ahora en  
adelante no me importa. Es cruel lo sé, pero la vida no suele  
ser justa. Fueron ellas quienes comenzaron esta guerra, yo  
solo estoy peleando mis batallas. 
Ellas me arrebataron a mi hermano, e intentaban matar  
a mi familia. No me enorgullezco de lo que hice, pero  
tampoco voy a echarme a llorar y pedir perdón,  
simplemente era ella o yo. Además, ¿quién va a devolverme  
a Kevin? 
—Ya sabes dónde encontrarme. Cuando gustes eres  
bienvenida —grito con orgullo y arrogancia.

Mi hermano está desaparecido, por culpa de ella o hasta  
podría estar muerto, si quiere guerra la tendrá. Aun  
cuando estoy lanzando amenazas sin pensar en las  
consecuencias. 
—No sabes con quién te has metido —replica la niña con  
dureza. 
—Tú tampoco —grito más alto. 
Me doy vuelta, tomo mi hermano por el brazo y lo hago  
avanzar hasta la casa, me pesa el cuerpo, y se me está  
nublando la vista nuevamente.  
Con ayuda de Cristian entro a la casa, me dejo caer en el  
sofá, mientras él ayuda a mi abuela a entrar. La deja a mi  
lado, y corre por las escaleras. 
— ¿Que paso allá dentro? —pregunta mi abuela, con  
cansancio. Ha perdido mucha sangre, su camisa esta  
empapada. 
—La mate —me cuesta un poco sacar las palabras de mi  
boca, no estoy orgullosa de lo que hice. Me odio por  
manchar mis manos de la sangre de una persona. Era un  
ser humano igual que yo, y he extinguido su vida. Lo peor,  
es no siento remordimiento alguno, como si no hubiera  
ocurrido, solo estuviera pasando en mi imaginación. 
— ¿La mataste? —pregunta mi abuela con incredulidad  
y asombro. La miro con una ceja alzada — ¡por tus venas  
corre la sangre de una guerrera! —exclama con orgullo. 
No comprendo lo que quiere decir con eso, tampoco le  
pregunto, todo lo que ha ocurrido es de locos. Siento que  
todo es irreal, pero luego está el dolor de mi cuerpo que me  
indica que no es un sueño sino mi realidad. 
Me sorprende la voz de mi hermano, ¿le está gritando a  
nuestra madre?, este día será épico entre tanta desgracia. 
—Tienes que salir de la habitación. La abuela está  
herida y Mafer también, no necesitamos a una madre que  
parece un maniquí con la mirada perdida en la nada, y la  
mente quien sabe dónde. Kevin está en algún lugar,  
necesitando ayuda y tú, estás aquí sin hacer nada —nunca  
le había gritado a mi madre, nunca. Me quedo sorprendida, esas palabras duelen, espero que la hagan reaccionar.  
Aunque me duela Cris tiene toda la razón. No escucho  
respuesta de parte de ella, solo pasos. 
Cris baja las escaleras apresurado, y se pone al lado de  
la abuela, con un paño presiona la herida, y mi abuela  
gime. Es solo un niño, no sabrá que hacer, debo levantarme  
e ir por el botiquín de primeros auxilios, es obvio que mamá  
no saldrá de la habitación de los gemelos.  
Me pongo en pie y el mundo me da vueltas, así que me  
dejo caer en el sillón, nuevamente. Estoy muy mareada, me  
duele todo el cuerpo, y no tengo fuerzas. Mis parpados  
están pesados, y mi cuerpo se deja llevar por el cansancio y  
el dolor. 
*** 
Entre abro lo ojos, una luz blanquecina me ciega por  
completo. Los recuerdos me golpean, mi abuela herida, mi  
vecina transformándose en algo desconocido, mi mano  
empujando el cuchillo en su garganta, la sangre  
salpicando… ella tendida en el suelo, con una gran sonrisa  
en la garganta, su hija… todo ha sido real.  
Abro los ojos de golpe, mi visión borrosa, pestañeo  
desesperada, ante mis ojos comienza a tomar forma una  
habitación de paredes azul muy claro, y fría. Una  
habitación de hospital, me incorporo. 
Shema, su nombre real es José María, es alto, pero  
reclinado contra la incómoda silla del hospital parece  
diminuto, tiene un suéter gris que enmarca sus brazos  
definidos. No se espera menos de un chico que pasa gran  
parte de su vida en un gimnasio, él es el hijo del jefe de la  
policía. 
Su rostro se encuentra en esa etapa de cambio entre la  
niñez y la adolescencia, su mandíbula ancha y juvenil, de  
nariz perfilada, labios delgados. Largas y gruesas pestañas  
doradas recubriendo sus ojos.




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