Encantus. Alas negras (libro 1)

Una reina

Capítulo 4 
Una Reina


Abro los ojos con la respiración agitada, mi ropa pegada  
al cuerpo por el sudor, y mi corazón a mil por horas, aún  
llevo puesto el uniforme, eso quiere decir que me quede  
dormida, ¿qué hora serán?  
Miro el reloj, 5:30 de la mañana. Veo por la ventana ya  
está claro. Me concentro en las imágenes que se arremolina 
en mi cabeza, si solo fue un sueño ¿cómo es que lo sentí tan  
real?, escucho la voz de mi hermano que se queja desde el  
piso. Ruedo sobre la cama hasta el borde. 
— ¿Estás bien? —Pregunto al niño de diez años que yace  
en el piso, al lado de mi cama. 
—Te odio —dice enojado. 
—Lo siento —digo entre risas. 
Él se levanta a toda velocidad, y toma una de mis  
almohadas y comenzamos una guerra de almohadas. Ha  
pasado ya algo de tiempo desde que no hacíamos algo así,  
siempre éramos los tres en este tipo de juegos ahora solo  
somos nosotros dos. 
Me detengo cuando escucho voces provenientes de la  
sala. La almohada de Cris se impacta contra mi cara y doy  
vuelta en la cama hasta caer al piso, él se asoma por el  
borde y pregunta: — ¿Estás bien? 
—Te odio, enano —digo entre dientes. 
—Lo siento —comienza a reírse a carcajadas, pero le  
tapó la boca.

Al principio pensé que las voces provenían de mi madre  
y mi abuela, pero no, hay alguien más. Le doy señas a Cris  
para que se mantenga callado y me siga. Me detengo al  
borde del barandal de la escalera, agachada.  
Observo por las pequeñas rendijas.  
Mi hermano se tiende en el suelo y observa también. 
En la sala, esta mi madre y mi abuela, como esperaba,  
pero también esta otra mujer irradiante en belleza y  
elegancia, luciendo un vestido ajustado en color marrón con  
detalles dorados, de alborotados rizos cobrizos y ojos  
almendrados, además de un hombre que parece un escolta,  
en su traje completamente negro. 
—Priscila, por favor. Ayúdame a recuperar a mi hijo — 
le implora mi madre. 
No puedo apartar la vista de esos dos seres, siento que  
hay algo extraño, diferente en ellos, pero aun no puedo  
descifrar qué es. 
—Lo siento Cristina, pero sabes que no puedo —observo  
a Priscila, y sé que hay algo extraño en esa mujer, es la  
perfección de la belleza, y la perfección no existe—, si hago  
que la guardia de mi reino busque a tu hijo estaría violando  
las leyes, y por ende tendría problemas con las demás  
cortes. No puedo arriesgarme a tanto. Además, las puertas  
a este mundo se encuentran en estricta vigilancia, y no  
hemos recibido ninguna alarma de que algún humano las  
haya cruzado, mucho menos renegados. 
Cris y yo cruzamos una mirada de extrañeza.  
¿Qué quiso decir con renegados? 
Me fijo más detalladamente en esa mujer, y contengo la  
respiración, ya sé porque me parece tan diferente, su piel  
es de un color canela pero brilla como si la hubieran bañado  
en escarcha dorada, sus orejas son puntiagudas, y a su  
alrededor se arremolina un aura brillante, en colores  
tierra. 
—Eres la reina de la corte de Otoño, tienes que poder  
hacer algo —interviene mi abuela, serena.

Mi hermano y yo, estamos en estado de shock, ya no hay  
dudas las hadas existen y tengo en mi casa a una reina. 
Cris me toca el antebrazo, y reacciono alejándolo porque  
siento un pinchazo. 
— ¿Que te paso? —pregunta sin apartar la mirada de los  
rapones. 
Hay leves raspones en mis antebrazos, miro mis palmas  
y hay como cicatrices rosadas, como si los raspones ya  
hubieran sanado. 
—No estoy segura —susurro, intentando entender el  
sueño y mi realidad. 
—Ya mi reino intervino una vez en su familia, si no lo  
recuerda, usted y su familia, siguen con vida gracias a mis  
padres. Ahora no puedo hacer nada, lamento tu perdida  
Cristina. Si como dices las hadas oscuras son las  
responsables de la desaparición de tu hijo, dalo por muerto. 
Veo como mi madre se desmorona nuevamente, ante la  
posible muerte de Kevin.  
Esa mujer, Priscila, sale de la casa con ese hombre tras  
suyo, mientras mi madre se ahoga en el llanto y el dolor.  
Cris corre por las escaleras, y trata de consolar a mamá. 
La abuela se deja caer en el sofá, con el rostro  
desencajado por la derrota, veo en sus ojos que esa mujer  
era su última esperanza para que Kevin volviera a casa.  
Bajo las escaleras despacio. Mi madre no deja de llorar y  
sé que en unas horas estará de nuevo en la habitación de  
los gemelos sumida en su dolor, pretendiendo ser un objeto  
más de la decoración de la casa. 
Me cruzo de brazos, y miro fijamente sus ojos ámbar. 
—Exijo una explicación —mi abuela suspira.  
Aparta la mirada, y parece debatirse entre las palabras  
que dirá. 
—Pensé que podría traerlo devuelta, pero eso no será  
posible —su labio tiembla, y su voz se quiebra. La entereza  
de mi abuela se ha desvanecido como la sal en el agua. Y  
solo puedo sentir impotencia y frustración.

—¿Porque simplemente no podemos ir y buscar a Kevin?  
—digo. Reprimiendo las lágrimas que amenazan con hacer  
fiesta fuera de mis ojos.  
—Son hadas, Mafer. No pertenecemos a su mundo.  
—Ya sé que son hadas. Todo esto es una locura. Tú  
conoces a las hadas, es bastante evidente y no es posible  
que no exista alguna manera de ir por él—le recrimino. 
Una lágrima se escapa y se desliza por mi mejilla. 
—Así la hubiera, no tenemos idea de donde exactamente  
podría estar tu hermano —sus ojos están aguados— ya no  
hay nada que hacer, cariño. Agote todas mis esperanzas, la  
corte de otoño era mi última carta a jugar, y como has oído  
no nos ayudará. 
—¿Porque? —Mi voz es un gemido casi inaudible— no  
comprendo. ¿Qué son ellos?, ¿Por qué les conoces? 
Mi abuela respira despacio, en busca de calma. 
Cristian abraza a mamá. Me duele verla así, pero es más  
importante encontrar las respuestas a toda la locura que  
me rodea. 
Sigo a la abuela fuera de la casa. Ya ha amanecido por  
completo. Espero a sea ella quien comience, quien de la  
incitativa de aclarar mis dudas. 
—Hay seres ocultos en las profundidades del bosque,  
seres en los que no se puede confiar —expresa la abuela. 
—¿Le ofreciste tu confianza a desconocidos? 
—Se podría decir que sí —, dice sin mirarme a los ojos.  
Es como si ocultara algo, y tuviera miedo de que sus ojos la  
delaten ante mí—. Las hadas son seres enigmáticos. Y han  
estado presentes desde que el mundo es mundo, solo que  
para muchos son sólo leyendas, en cambio, para otros son  
una realidad aterradora. En este pueblo han pasado  
muchas cosas que sus habitantes prefieren callar. 
—¿Como el rapto de los niños? —Pregunto angustiada  
ante las palabras de mis amigos que se vuelven cada vez  
más reales—. Es por eso que aquí nadie hace más que sufrir  
en el momento y volver a una normalidad insensata.




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