Encantus. Alas negras (libro 1)

Capítulo 16: Corte oscura

Capítulo 16: 
Corte oscura 


Mafer 
 

Nunca había estado montada en un caballo. Pero siempre hay una primera vez. 

Hay como seis guardias delante de mí, incluyendo al hijo de Alfred, y sus dos amigos. El rey avanza a mi lado, y otros seis guardias vienen detrás. 

Desde que dejamos atrás la corte de otoño, el silencio ha sido mi compañero. Alfred ha estado siempre a mi lado, pero en completo silencio. Hay cierta distancia entre los guardias, y nosotros dos. Pero aún no dice nada, ni siquiera ha preguntado por su hija. 

—¿Qué harás? —pregunta en voz baja, lo suficiente para que solo yo le escuche. Mantiene la vista fija al frente, como si no me estuviera hablando en realidad. 

—Esa es una muy buena pregunta —respondo de la misma manera—. La reina sugirió que me escapará, pero no veo cómo. 

—Tendrás tu oportunidad, espero que la aproveches —expresa—. Supongo que ya has descubierto que no eres tan humana como pensabas. 

—¿Conocías a mi padre? —pregunto en respuesta. 

Mi padre, un hombre que no voy a conocer. ¿Cómo habrá muerto? 

—Sí. Se parecía mucho a ti —sus ojos verdosos se deslizan por la frontera como si esperara que algo ocurriera—. Fue un buen rey. 

Un rey, mi padre era alguien muy importante en este  mundo.

¿Porque mi madre nunca me hablo de él? 

¿Porque nunca menciono lo que en realidad somos? 

¿Qué otros secretos serán desenterrados, mientras me encuentre en Encantus? 
 

—Eso te hace una princesa —su voz me trae devuelta.  

Dejando mis pensamientos de lado. 

—Pues es un título que carece de valor —replico. 

—¿Por qué piensas eso? —Pregunta desconcertado—, ser descendiente directo de un rey te hace un ser importante entre las hadas. 

—Pues no es lo que parece —por primera vez desde que  dejamos otoño, nos miramos fijamente—. Soy la hija de un rey, y estoy siendo expulsada como si fuera alguien muy  
peligroso. 

Se queda en silencio, supongo que en busca de las palabras correctas para explicar mi situación, o la manera de aceptar que tengo razón. 

Que con los años no solo las cortes se han dividido, sino que también han perdido el significado de sus propias vidas, de lo que creían importante. Cada uno está por su lado, cubriendo su espalda sin importar que ocurre con el otro.  
 

—Eso es complicado —dice sin mirarme—, además, solo  Priscila y yo lo sabemos. 

Los caballos comienzan a inquietarse, intento dominar el mío. Pero el me domina a mí. Pongo todo mi esfuerzo en  mantenerme sobre el animal. 
 

Alfred también tiene problemas para dominar el suyo. 
 

Una densa niebla cubre el suelo, hasta alcanzar mis rodillas. No puedo ver absolutamente nada, el animal comienza a moverse desenfrenado, y pierdo el agarre de las riendas. Desesperada me agarro del cuello del caballo. Algunos de los guardias han caído al suelo, y algunos caballos se alejan entre los árboles. Mi caballo tropieza con algo, sus patas delanteras se doblan, y ruedo por el suelo entre la niebla.

Me levanto desorienta, y me encuentro con un caos. Hay pequeñas criaturas atacando a los guardias, no logro detallarlos, pero son rápidos y escurridizos. En sus pequeñas manos, sostienen piedras con filo. Cada vez que miro a mí alrededor veo más y más de esas criaturas, como si aparecieran de la nada.  

Busco a Alfred, está en medio de una lucha con su hijo cubriéndole la espalda. 

Dejo escapar un grito de dolor, veo como Caín se hace  camino hacia mí. Me sostengo el muslo, mientras la piel me palpita. No hay mucha sangre, es más ni siquiera existe un corte, solo un pinchazo imperceptible por la tela del pantalón. Pero siento como si me hubieran desgarrado la pierna, una de esas criaturas me observa detenidamente, a escasos centímetros de mí. ¿Cómo llego tan rápido?, el dolor se vuelve insoportable. Como si un líquido se extendiera entre la carne. 

No me ataca, solo me observa. Su piel es oscura, y sus ojos son claros y brillantes, el cabello revuelto sobre su cabeza, con largas orejas puntiagudas.  
 

Hasta parece adorable. 
 

El dolor no se va, pero me acostumbro a tenerlo. Retrocedo, como dos pasos, y la criatura es todo menos adorable. No me importa lo que lleva en sus manos pero me aterra la forma de sus extremidades. Son pequeñas, pero sus dedos son largos y deformes. 

Se arroja hacia mí, retrocedo pero la pierna se ha vuelto pesada, y mis pasos demasiado lentos. Caín me grita que corra, pero igual me alcanza. Ruedo sobre mi propio cuerpo, con la criatura encima. Me muerdo el labio cuando algo entra en mi piel, y el dolor se hace mucho más intenso. 
 

Mi visión comienza a volverse borrosa, y mi cuerpo se ha entumecido. No sé si es mi imaginación, o la realidad. Pero esas cosas se han duplicado de una manera impresionante. Los guardias se han perdido las criaturas, es como si los estuvieran alejando de mí. Intento levantarme, pero mi cuerpo no responde.

Será que la maldita niña se enteró de que sigo viva, y envió a estas cosas extrañas a terminar el trabajo. 




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