Encantus. Alas negras (libro 1)

Capítulo 17: Acantilado

Capítulo 17: 
Acantilado
 

Mafer 
 

Aun con los ojos cerrados pero despierta, muevo los brazos con el fin de estirar mi cuerpo adolorido por el mal dormir pero mis movimientos se ven limitados, me sacudo con brusquedad para descubrir que mis piernas y manos están atadas a esos malditos grilletes, y que alguien me observa con cierta satisfacción, con lujuria, disfrutando el verme batallar en la cama sin poder hacer nada para liberarme.  

En sus morbosos labios se dibuja una sonrisa ilícita que me provoca asco e ira —así que ha venido por una venganza—, la piel de su brazo —donde mis manos crearon una obra de arte— esta lisa y horrorosa, la secuela de una grave quemadura. 

—¡Ya se despertó la fiera! —dice al mismo tiempo en que sus pies se mueven en dirección a mí. 

Sus manos tocan primero mis pies desnudos, luego se deslizan por mis piernas, siento un cosquilleo a través del sucio y desgastado pantalón. 

¿Cuántos días llevo en estas tierras? No lo sé con certeza, solo que desde que deje la corte de primavera no me he cambiado, sigo llevando los mismos pantalones ajustados con los que salí de casa.  

Sus dedos recorren mi pierna hasta llegar al muslo, su mirada llena de lujuria está en mi cuerpo, me mantengo tensa ante la presión y agresividad que ejercen sus dedos contra mi piel, sacando de mi garganta un gemido de dolor y desagrado, en cambio el rompe a carcajadas ante mi reacción, sus manos se hacen camino hacia mi dorso pasando muy cerca de mi zona intima —lo suficiente para que mi cuerpo se dispare en alarmas que hasta ahora he descubierto—, siento como la sangre hierve dentro de mis venas, como si mi corazón bombera lava en vez de sangre, como si fuera el núcleo de un volcán, mi piel sofocada ante el contacto de la piel que se hace camino hacia mis senos, no existe el miedo solo una ira incontrolable que sale por cada uno de mis poros. 

Su mano se cierra alrededor de mi seno, estrujándolo como si de un pedazo de plastilina se tratara, mi cuerpo está caliente como si estuviera envuelto en llamas, llamas que no me lastiman más bien me reconfortan, no sé como pero mi mano derecha está libre y en su cuello, su piel produce un olor a carne quemada que me estremece el cuerpo, sus gritos son como melodías para mis oídos, ya sus manos no están fisgoneando mi cuerpo si no intentando que mi mano suelte su cuello. Estoy tan concentrada en él, que no me doy cuenta de que alguien ha entrado a la habitación y me abofetea. 

Giro la vista hacia la persona que ha osado pegarme en la cara, y me encuentro con unos ojos gris plata enfurecidos e irracionales pero no son de la persona que creí, frente a mi esta una chica fina y elegante, es el retrato de Gerald solo que con vagina. Debe ser su hermana, tan hermosa como lo es él. 

—¿Quién te crees para atacar a uno de mis guardias? —gruñe. 

—Solo me defendía —respondo con tranquilidad. 

—¿De qué? Eres una asesina, lo que sea que estuviera haciendo lo mereces —su voz es más apacible pero sus ojos son dos cuchillas hacia mí. Su mirada se desliza por mis brazos y piernas, y se detiene donde debería estar mi mano derecha atada — ¿cómo te has liberado? 

—Yo quisiera saber lo mismo —digo con sarcasmo. Sus ojos están clavados en el grillete, y hago lo mismo. Pude liberarme porque el grillete está medio derretido, los grilletes son de hierro, para derretir hierro se necesitan altas temperaturas ¿Cómo logre derretir el grillete?, ella parece tener la misma pregunta tatuada en el rostro. En un arrebato de ira toma mi mano y la suelta súbitamente. 

—¡Estas hirviendo! —dice sin poder salir de su asombro. Pero yo solo siento un leve vapor que sale por mis poros, como si tuviera fiebre —no esperare un juicio para que mueras —me sentencia el hada oscura. 

Esa niebla oscura vuelve a hacer acto de presencia —por lo visto no solo Gerald es capaz de hacer trucos—, ya no estamos en la habitación de castigo, ya no estoy atada a grilletes, ahora estamos al borde de un acantilado que termina en rocas filosas más allá de lo que puedo ver, a mi espalda se alza el gótico castillo de la corte oscura, tan oscuro y siniestro como la ropa que visten sus ocupantes. Y no tengo que preguntar para saber que pasara en los próximos segundos. 

Ella está detrás de mí con una sonrisa en sus delgados labios, y disfrutando como el pánico es visible en mi cuerpo, y ese hombre al que casi le calcino el cuello también —salta —dice la chica con ferocidad. 

Me acerco más al borde, puedo ver como mi cuerpo cae y se estrella contra las rocas, hasta puedo ver el semblante en el que quedara mi cadáver. Y no es la muerte que esperaba. 

—Qué esperas, salta —insiste, ya el hada oscura está perdiendo la paciencia; mientras descubro que no disfruto de las alturas, ¿es que no se le podía ocurrir otra manera para que muriera? Tiene que ser justamente un acantilado. 

—No lo haré —me niego, cruzo los brazos sobre mi pecho y suspiro con cansancio. 

Si voy a morir no será porque me suicide, ni mucho menos estrellada contra unas rocas. 

—¿Que está pasando, Susej? —escucho la voz de Gerald a mi espalda. Pero nadie responde, lo único que ocurre es mi cuerpo siendo empujado hacia el precipicio, el viento contra mi cuerpo a medida que el suelo me jala hacia las mortíferas piedras. 

A lo lejos puedo ver como ella y ese hombre sonríen, ante mi trágica muerte, a diferencia de Gerald que solo me mira como decidiéndose en si hacer algo para salvarme o permanecer de pie al borde del precipicio hasta que mi cuerpo sea parte de las rocas. Es justo en ese momento cuando algo extraño ocurre, mi cuerpo ya no está cayendo hacia las rocas que desean mi muerte, sino que es impulsado hacia arriba, hacia el cielo. 




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