Encantus. Alas negras (libro 1)

Capítulo 25: Máscaras

Capítulo 25:
Máscaras 
 


Mafer

No ha dicho nada, solo pasearse por la sala con gracia, excéntrica. Me exaspera la incertidumbre, y ella parece disfrutar de mi mal genio. Estoy cruzada de brazos, siento como la cara me arde de la rabia, y la presión en el entre cejo, mis ojos deben estar ardiendo, y ella solo camina y me mira con una hipócrita sonrisa.

No reconozco a mi madre, es como si hubiera vivido toda mi vida con un ser completamente distinto.

—Cálmate cariño, o te dará algo —dice con una voz cantarina y sutil. Su piel es un poco más pálida de como la recuerdo, sus ojos son más brillosos e irreales, sus orejas son puntiagudas, y se mueve con una elegancia inhumana, vestida con ropa negra ajustada a su delegada silueta.

Intento relajarme un poco, pero no lo consigo. Por alguna razón mi instinto no puede ver a esa mujer como mi madre, sino como un enemigo a muerte, con el cual hay que andarse con cuidado, así me siento. En medio de una zozobra, sin saber si me darán una apuñalada por la espalda.

—Porque no te sientas, hija —dice después de ocupar una silla en el centro de la sala, con una calma exasperante.

Es como si fuera un cuarto de cristal, solido. Sus paredes son impenetrables y frías, blancas e iluminadas por una brillante luz que penetra el techo de hielo traslucido. Cada vez que habla de su boca se forma una pequeña nube de humo blanco, debería estar temblando del frío, pero el calor que irradia mi cuerpo, me mantiene cálida.

Bueno por lo menos esta desagradable situación ha acelerado mis habilidades, y no tengo preocuparme por el frío.

—No gracias, estoy bien de pie —mi voz es un gruñido.

Contener lo que siento no es nada fácil.

—María Fernanda, no lo diré dos veces —ella también gruñe con los ojos entornados. Jamás la había visto así, pero no me intimida.

—Si no ¿qué? —sonrió. Libero mis brazos, y el cuerpo se me relaja, pero aún sigo alerta, atenta a cualquier movimiento. Doy unos pasos y roso con el dedo la elegante silla de color bronce, pero no me siento. Permanezco de pie, tras la silla.

—Sabía que causarías problemas —escupe las palabras como si fueran veneno.

—Entonces, ¿por qué estoy aquí? —inquiero manteniendo un tono de voz neutral.

Aunque desearía hacer… No puedo creer que esto sea real, que mi propia madre se haya convertido en una completa extraña.

—Es complicado —me mira directamente a los ojos, ella es tan fría y distante— pero hay algo que no es complicado. El hecho de que no debiste haber nacido.

Sus palabras me toman por sorpresa, es como un puñal clavándose lentamente en mi corazón, desangrándolo, desgarrándolo, y estoy desarmada. Mi cautela se va en picada al oír cada palabra que pronuncian sus labios, siento como si algo dentro de mí se estuviera partiendo y se aguan los ojos, pero no permito que las lágrimas dancen fuera de ellos. Sus palabras suenan una y otra vez, como un eco en mi cabeza no debiste haber nacido, ¿ella nunca me ha querido, ni siquiera un poquito? ¿Cómo ha hecho todos estos años para ocultar sus verdaderos sentimientos hacia mí?

—Sabes una cosa María Fernanda —alzo la vista, mis ojos están aguados, me muerdo un poco el labio intentando contener todo lo que ocurre en mi interior — tienes que agradecerle a Arcadia que sigues con vida. Nuestra única esperanza de obtener el poder de la magia roja quedaba en ti, la única heredera de las hadas de fuego, la hija del rey de la corte de verano. Arcadia vio en ti el futuro de nuestros planes, y sigues con vida, cariño.

Trago saliva, mi vida ha sido una completa mentira que se cae a pedazos. Ya no aguanto más el dolor que me consume por dentro, y dejo que las lágrimas caigan libre sobre mis mejillas. Me había hecho una idea de las razones por las cuales mi madre está aquí, pero esto es demasiado, esto no me lo esperaba.

Respiro hondo, limpio mis lágrimas con el dorso del brazo, aspiro aire por la boca y luego lo expulso, así permanezco un par de minutos. Necesito calmarme, no puedo dejar que el dolor hago estragos en mí, no ahora. Aún estoy en campo enemigo, por así decirlo, y necesito pensar con cabeza fría.

—¿Dolida? —la miro con los ojos entornados, me arden los ojos pero no es por las lágrimas si no por la rabia, el dolor, la traición, por eso que se ha partido en mil pedazos dentro de mí— yo en cambio, me siento liberada. Me he quitado un peso de encima, ya no hay que fingir ser la madre dedicada, ahora soy yo. El hada guerrera que pronto dejara de ser un peón en este reino de inmundicia.

—¿Tu planificaste todo? —Ella me observa con deleite— ¿tuviste que ver con la desaparición de Kevin? Tu hijo, tu propia sangre.

—Por supuesto, sabía que de alguna manera llegarías a él. Solo que no esperaba que matarás a Darah, mi mejor amiga —se pasa la mano por el rostro, está molesta, muy molestas— después que desapareciste de la casa, llevándote a Cristian. Pasaron algunos días en los que intentaron ubicarte, a mis oídos llego que te encontrabas en la corte de otoño, fue entonces cuando decidí venir, pero ya no estabas allí. Por cosas del destino, el nieto de Arcadia te llevo a su reino.

—Priscila también… —no me deja terminar, y dice:

—No, ella no tiene ni idea de lo que está ocurriendo. Por años ha creído que soy una víctima más, al igual que mi madre.




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