Encerrada

Capítulo 3

El hombre se quitó su fina chaqueta y la dejó sobre el mostrador, acercándose a la mesa donde estaban Nova y su madre, sentadas.

  • Gracias, Don Jeff —dijo Nova con una voz cálida, invitándolo a sentarse al otro extremo de la mesa.

Jeff era un hombre de unos 70 y tantos años. Su cuerpo lo mostraba con dignidad. De estatura media, con su piel algo arrugada por hazañas del tiempo, dejando testimonio de su larga trayectoria, sus manos temblaban ligeramente, como si el esfuerzo de los años pesara más sobre ellas.

Su cabello era blanco y terriblemente saludable, algo que Nova no comprendía. Había jurado que tiempo atrás, Don Jeff, le había confesado que usaba jabón para lavar ropa. ¿Cómo era posible que tuviese ese fabuloso cabello? Pensaba.

Sus ojos cansados, la observaban entusiasmados. Jeff era el propietario del lugar y amigo desde hace muchos años. Desde que Nova usaba pañales. Con el tiempo Nova descubrió al gran conversador de la tienda de helados, que contaba unos chistes para morirse de risa y consejos que te cambiaban la vida. Para ella era grandioso escucharlo, además de que su heladería era uno de esos lugares donde todo puede estar bien.

— Vaya ¿cuántas primaveras son ya? —dijo sentándose en una de las sillas de madera.

— 18 primaveras para ser exactas.

— Así que saborearas la mayoría de edad, puedo enseñarte cómo sabe el Wisky si lo deseas; creo tener una que otra botella del 96 por ahí.

— Aun no tiene 18, Jeff —intervino su madre—, pero mañana no seguirán con el tema.

Jeff y Nova empezaron a reír por la exasperación que mostraba Aira al hablar.

— Tranquila, mujer, con esa mirada ya estuviese en mi tumba —dijo al ver a Aira fulminarlo—. He de dejar a la niña en paz con la idea; yo solo quería ayudar.

Nova le sonrió como respuesta y Aira rió con ellos.

Jeff levantó la vista y se encontró con el chico aun de pie junto a ellos.

— Ya veo que conocieron a David —el chico meneó su mano derecha en modo de saludo y Nova hizo lo mismo—. Me he sacado la lotería con este muchacho, es un gran trabajador y muy paciente; ya saben cómo es este negocio.

Nova observó a las personas pasar, a través de la ventana que estaba alado de su mesa; ya la oscura noche había consumido las calles, alumbrada por las luces de los autos, los establecimientos y las farolas.

Ella no sabía por cuánto tiempo se quedó viendo hacia los cristales de la ventana, que cuando volvió a reaccionar, David ahora estaba sentado alado de Don Jeff, frente a ellas. Parecían estar teniendo una conversación muy animada y se quedó escuchando un largo tiempo, tratando de encarcelar un sentimiento que se había vuelto a intensificar, aunque aún parecía tolerable.

El aroma dulce a vainilla de su helado de cumpleaños sin forma la abrumó. Aun sentía curiosidad por saber qué era, así que cuando hubo un silencio en la conversación le preguntó a David directamente viéndolo a los ojos.

— ¿Cuál es la forma de este helado?

— Es un oso.

Todos quedaron perplejos antes de la respuesta del muchacho y no pudo evitar ponerse de un color rojo intenso…

— ¿Realmente es un oso? —él asintió con vergüenza.

Nova tomó una cuchara y la enterró en la cabeza del cremoso oso para luego llevársela a la boca.

— Delicioso si está —dijo con una sonrisa, invitándolos a todos a probar.

Siguieron la noche conversando, riendo y comiendo el oso cremoso. Las historias trascurrerían unas tras otras, mezcladas con bromas y recuerdos. Las horas pasaban sin que nadie se diese cuenta, sin parar, como si estuviese en un maratón del cual debía obligatoriamente ser el ganador. El tiempo parecía escurrirse entre los dedos sin poder retenerlo.

El reloj, ignorado sobre la pared, desplegó su sonido incesante, alertando la llegada de la media noche. La sensación de que habían estado allí solo un instante chocó con la realidad de que ya era tarde.

Todos voltearon a ver al reloj con los ojos extremadamente abiertos.

— ¿Ya tan tarde? —dijo David.

—Tu madre va a matarme —concluyó Jeff poniendo sus manos sobre su rostro.

Todos rieron por última vez aquella noche, levantándose de las sillas donde habían estado sentados las últimas horas, sin creerse aun que el tiempo hubiese avanzado tan rápido.

Todos se despidieron en la puerta con un abrazo para luego darse la espalda e irse por caminos separados. La oscuridad de la noche las asechaba y trataban de caminar a máxima velocidad; las calles ya se encontraban solitarias y el silencio las intimidaba.

Caminaban con los nervios de punta. Pidiendo que el camino se acortara y llegasen rápido a casa.

Un ruido suave hizo que se detuvieran en seco. Era como un roce casi imperceptible detrás de ellas. Ambas estaban hombro a hombro mirando hacia la distancia, sintiendo la presencia de alguien más. Un escalofrió les recorrió el cuerpo.

Nova agarró a su madre y la jaló hacia delante, para que siguieran caminando, esta vez aún más rápido. Sin detenerse, lanzó una mirada rápida hacia atrás.

No había nadie más que ellas en aquella calle.

Sentía como si algo invisible hubiese despertado de la penumbra de la noche y les estuviese jugando una mala broma. El corazón iba a mil. La mandíbula de ella y su madre se tensó, pareciendo un arma filosa con la que pueden defenderse.

Al ya estar a solo una calle de distancia del departamento, dieron un respiro y aligeraron el paso. Sintiéndose más seguras.

Un solo momento después, desde atrás, empezaron a oírlo de nuevo, más claro que antes.

Pasos. Lentos. Firmes. Cerca. Sobre el frío asfalto.

Ambas echaron a correr hacia la puerta del edificio. Al llegar a la puerta Nova tomó la agarradera de la puerta, aliviada. Al intentar abrirla, una mano bloqueó su movimiento, impidiéndoles entrar.



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Editado: 02.11.2024

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