Encerrada

Capítulo 6

Las luces frías bañaban la habitación en un resplandor pálido e implacable, dándole al lugar una atmósfera de irrealidad. Las paredes estaban pintadas de un blanco sucio que parecía absorber el silencio haciéndolo más denso, como si el mismo aire pesara.

Nova estaba de pie, junto a una camilla. Ya todo había terminado. El médico forense mezcló el blanco de sus guantes de látex que cubrían sus manos con el blanco de las sábanas que cubrían el cuerpo.

Nova ya estaba segura de todo.

Esto no era un sueño.

Era la realidad.

Era su realidad.

Le pareció que el aire se estaba negando a moverse ante esta tragedia porque cada vez más la sala se congelaba, erizándole la piel. Un zumbido eléctrico la acompañó, callando lo que fuera que estuviese pasando en su cabeza.

Frente a ella tenía a su madre, a esa persona a la que había amado en todo momento, esa persona que siempre estuvo con ella y para ella, esa persona que le daba paz en el más grande de los caos. Esa persona estaba acostada en una camilla frente a ella. Su cuerpo temblaba, sus brazos se cruzaron sobre su pecho, como si tratase de contener el dolor que amenazaba con desbordarse.

El forense rompió el silencio.

—¿Estás lista?

Ella no respondió; no era necesario que lo hiciera. Sus ojos se volvieron a clavar en el bulto bajo la tela blanca. Él tiró de la sábana con lentitud, descubriendo la cabeza poco a poco. Centímetro a centímetro.

Cada fibra de su ser gritaba por retroceder, pero sus pies seguían anclados al suelo, obligándola a enfrentar lo que ya sabía, lo que ya había visto e incluso presenciado.

Las manos que se movían con ligereza y respeto se detuvieron acomodando la sábana sobre la clavícula de la mujer; sus manos también temblaron, como si compartiera la presión sobre el corazón de Nova.

Nova se fijó en ella. En los labios, que alguna vez habían sonreído para ella, ahora tensos y pálidos. Sus ojos cerrados, como si aún soñaran. Su rostro palidecido, matizado con colores morados y azules, parecía estar descansando.

Un sollozo escapó de los labios de la hija de esa mujer antes de que pudiese contenerlo, un sonido gutural que pareció partir el aire en dos. Se llevó las manos al rostro tratando de contener lo que la arrastraba.

El forense la observó un momento y se dirigió hacia la puerta, cerrándola tras él. Dejando en la sala a una hija llorando por su madre.

Al estar sola, Nova no se vio obligada a seguir conteniéndose. Ella extendió su mano temblorosa hacia el rostro frío, como si al tocarla pudiera devolverle un poco la calidez de vida.

— ¡Mamá! ¡No! ¡Por favor, despierta! —gritó, aferrándose a la sábana, desmoronándose sobre la camilla. —¡Mamá! ¡Por favor, no me dejes sola!

Las lágrimas caían sin descanso, mojando el rostro inerte de quien había sido su madre. La sala se llenó de su llanto; ecos desgarradores traspasaban las paredes, llegando a un mundo indiferente allá afuera.

El mundo entero pareció reducirse a aquella sala, a esas cuatro paredes de hormigón tan frías. El lugar donde la vida y la muerte se encontraban cara a cara, se saludaban amistosamente y seguían con su trabajo, arrebatando sin compasión o piedad alguna a las personas de sus personas, alejándolas unas de otras sin avisar. En ese lugar donde una hija intentaba, inútilmente, retroceder el tiempo o despertarla para llevarsela consigo a alguna parte.



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Editado: 10.12.2024

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