Encerrada

Capítulo 7

Nova sostuvo la mano de su madre, evitando dejarla sola, hasta que no pudo hacerlo más.

Luego del proceso, Aira fue trasladada a una sala de velación. Los equipos funerarios se encargaron de todo con rapidez. Como si estuviesen preparados para ese momento que aún parecía tan irreal.

—Bueno, ellos tal vez hacen esto todos los días —pensó Nova, mientras espera sentada afuera de la sala.

Ahora todo lugar era frío o tal vez solo era una característica de estos lugares donde nunca había estado. Lugares donde dejaba solo un pequeño eco de su presencia.

Su cabello desordenado caía sobre sus hombros; la sofocaba. Se envolvían entre ellos, apretándola. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos de tanto llorar.

Nova se sentó en una silla de plástico que parecía temblar bajo el peso de su cansancio emocional. Tenía las manos entrelazadas en su regazo, apretándolas con tanta fuerza que los nudillos se volvieron blancos, como si ese pequeño gesto aclarase su realidad.

Frente a ella, un cuadro insípido de un paisaje de montaña que intentaba transmitir calma. Sin embargo, lo único que provocaba, o al menos a ella, era enfriar con gran énfasis el ambiente. En una esquina, estaba un reloj con forma circular que hacía un tic-tac molesto, recordándole cómo seguía pasando el tiempo, con una crueldad indiferente.

Sobre la mesita central, había revistas desactualizadas y un pequeño jarrón con flores plásticas que, sin pensarlo, capturaban la esencia del lugar; nada aquí tenía vida realmente. Ella las observó durante un largo rato, confirmándose lo inerte que era el lugar y todo lo que estaba dentro de el. Diseñado para ser inmóvil. Incapaz de existir

El sonido de unos pasos en un pasillo cercano la sacó de sus pensamientos. Respiro hondo, tratando de mantener la compostura, pero el peso en su pecho era aplastante. Había pasado las últimas horas lidiando con preguntas, papeles y decisiones que jamás en su corta vida pensó tomar. Ahora estaba allí, esperando que todo terminara. Que alguien, compadecido por su dolor, llegara con una certeza que ella no tenía.

El aire olía a incienso barato, una mezcla dulce que no lograba enmascarar el trasfondo de desinfectante en la cerámica blanca. Cada tanto, su celular vibraba en el bolsillo, mensajes de amigos de su colegio preguntando por su ausencia que no sabía cómo responder.

¿Qué se supone que dijera? No tenía idea.

Ni siquiera los abrió, no podía, no todavía. Porque abrirlos significaría enfrentar algo más, y por ahora, todo lo que podía hacer era seguir respirando.

La puerta de fondo se abrió con un leve chirrido, y un hombre de traje gris apareció en el umbral. Su expresión era seria, pero había en ella un intento de suavidad, de transmitir algo de consuelo profesional.

Él la llamó por su nombre, observando en el registro que llevaba en sus manos, y ella levantó la mirada con lentitud, como si la voz le hubiese atravesado una niebla espesa.

—Señorita, ya hemos terminado con los preparativos preliminares. Si gusta, podemos revisar los detalles finales juntos.

Ella asintió con un leve movimiento de cabeza y se puso de pie. Sus piernas temblaron un poco, pero logró mantenerla erguida. Guardo las manos en los bolsillos de su hoodie para ocultar la inquietud de sus dedos mientras seguía al hombre por el pasillo.

El camino la llevó a una pequeña oficina decorada de tonos neutros. Había una mesa de madera oscura y sillas acolchonadas que contrastaban con la austeridad de la sala de espera. Sobre la mesa, un expediente grueso esperaba abierto, junto a un catálogo de ataúdes y arreglos florales. Se arrepintió enseguida de estar ahí. Ella evitó ver directamente los catálogos; le parecía grotesco tener que elegir entre diseños cuando lo único que quería era que su madre estuviera viva.

El hombre comenzó a hablar, señalando documentos y explicando opciones con una calma entrenada que a ella le parecía irreal.

Al escucharlo, se sentía de forma mecánica. Algunas palabras flotaban en su mente, salían de su cabeza y se hacían presentes: “servicio”, “capilla”, “urnas”. Pero la mayor parte de las frases se deslizaban por su conciencia como agua sobre el cristal de un auto en movimiento, dejándose llevar hasta desaparecer de la vista, sin dejar rastro.

—Sé que es mucho en este momento —dijo el hombre, bajando un poco el tono de su voz—. Tómese el tiempo que necesite.

¿Tiempo? ¿El mismo que siguió mofándose de ella? No había tiempo. Solo había cosas que estaban pasando y que se le escurrían en las manos.



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Editado: 10.12.2024

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