Encerrada

Capítulo 9

La mañana estaba gris, el cielo encapotado presagiaba una tormenta. Los arboles del cementerio se inclinaban bajo el peso del viento, y las hojas secas crujían bajo los pies de seis hombres uniformados que llevaban un ataúd, donde yacía el cuerpo de una mujer cuya vida fue arrebatada aquella noche por alguien a quien no encontraban, mientras avanzaban por el sendero de grava.

Nova caminaba a un lado de ellos, llevando en sus manos un ramo de margaritas blancas, las favoritas de su madre. Habían pasado días desde el momento en que sintió su calidez, días en los que cada noche terminaba con lagrimas y preguntas sin respuestas.

Cuando la policía finalmente libero el cuerpo de su madre, fue como si una sombra pesada se alzara, solo para ser reemplazada por otra.

Días sin rumbo fijo, de la comisaria a la morgue, de la morgue a la funeraria. Cada visita era un cruel recordatorio de que su madre ya no estaba con ella, pero aun así caminaba hasta cansarse y quedar dormida. En esos días no pudo pisar su departamento, no podía hacer eso. También se ocupo contestando llamadas de su colegio, postulación de universidad a las que ya no pensaba ir, compañeros tratando de consolarla, maestros preguntando por su estado. Llamadas que evito los primeros días, pero no podía hacerlo para siempre. ¿o sí?

Ahora estaba frente al nuevo hogar de su madre. Había llegado la hora de despedirse, pero aquello traía consigo el peso que amenazaba romperla. La investigación había sido un calvario llena de preguntas constantes, detalles que prefería no saber, y la sensación de que nadie podía explicarle como alguien lleno de vida había terminado así. Ni siquiera podía explicarse a ella misma como había sucedido, a pesar de haber estado allí.

Un par de operarios esperaban junto a la tumba abierta. La madera oscura del ataúd descansaba ya junto a la fosa. Nova respiro hondo, tratando de ignorar el nudo que se formaba en su garganta, pero era imposible. Cada paso hacia la tumba era una lucha contra el impulso de caer de rodillas y gritarle al jodido mundo que no era justo. Que su madre no merecía esto. Veía hacia el ataúd de Aira. ¿Por qué esta ahí? Se preguntaba. Se lo había rogado ¿acaso no escucho sus suplicas?

—Por favor, se lo suplico ¿podría regresar conmigo, mamá?

Susurró: para Aira, para ella misma, para cualquiera que pudiese ayudarla.

El cura, un hombre mayor con mirada comprensiva, se acercó y colocó una mano en su hombro.

—Hija, cuando estés lista…

Nova asintió sin poder pronunciar nada. Sus palabras parecían haberse escondido en algún rincón oscuro de su mente tras esa ultima suplica. Camino hacia el ataúd, colocando las margaritas en la tapa. Su mano se quedó allí, temblorosa, mientras sentía el frio de la madera bajo sus dedos. El eco de la voz de su madre lleno su mente. Cerro los ojos. Intentando atrapar recuerdos como si fuera la ultima brizna de esperanza que le quedaba.

La ceremonia fue breve. Apenas unas oraciones, un silencio cargado de significados y la promesa de recordarla siempre. Para Nova todo aquello, cada palabra, era un dardo directo en el centro del corazón. Cuando los operarios comenzaron a bajar el ataúd a la fosa, ella se dio cuenta que había estado conteniendo la respiración. El sonido de la cuerda deslizándose, el golpe sordo de la caja contra la tierra, todo le parecía irreal y un aviso de lo inevitable.

Se dio cuenta que todo lo que había sentido hasta ahora no era nada comparado con lo que la estaba desgarrando en ese momento. Tenerla en el ataúd era una cosa, la acción que acababan de hacer era otra muy diferente. Estaba sintiendo como la vida, la misma que le había dado su madre, se le estaba yendo hacia ese mismo lugar. La desesperación la consumió. Con todas sus fuerzas comenzó a empujar y quitar a todo aquel que se cruzase en su camino. ¿Cómo podría dejarla ahí? Sola, sin nadie.

Tomo el control de la cuerda y trato de subirla de nuevo. Los operarios trataron de detenerla, la sujetaron de los brazos y la llevaron hacia atrás. Nova luchaba con una fuerza sobrenatural. Ellos no entendían lo que estaban bajando. Estaba claro que no lo entendían. La sujetaron con fuerza hasta que se dejo caer al suelo gritando de impotencia, rabia y tristeza.

Finalmente, los hombres comenzaron a llenar la tumba. Cada palada de tierra era un golpe directo en su estómago, cada grano era un recordatorio de que su madre estaba realmente yendo a un lugar donde no podía seguirla.

Nova gritaba, suplicaba que se detuvieran, que todo era un error, que su madre iba a despertar de un momento a otro y la abrazaría, diciéndole que todo había sido un mal sueño. Despertaría como aquella mañana. Luego se quedó inmóvil, viendo como la tierra cubría el ataúd y su corazón se rompía en pedazos.

Cuando todo terminó, se quedó allí, sola frente a la lápida que aún no tenía nombre grabado. El silencio era abrumador, roto solo por el susurro del viento. Estaba sentada sobre sus piernas con sus brazos a los lados dándole un débil soporte. Su rostro cansado y palidecido. Su mirada perdida en el concreto. Sus manos tocaban tierra húmeda.

El cielo empezó a llorar, acompañando las lagrimas lentas que corrían sobre las mejillas de Nova, silenciosas.

Una fuerza exhaustiva se apodero de su pecho, y lanzo un grito como un torrente incontrolable, un rugido que parecía arrancarle el alma. No fue solo un simple sonido, fue una herida abierta hecho eco, la estocada final que explotó sin darle aviso. Comenzó como un gemido contenido, un sonido casi animal, mientras sus labios temblaban y su pecho se comprimía como si intentara contener un océano dentro.



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Editado: 28.01.2025

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