El ambiente se sentía extraño. Frío, posiblemente el aire acondicionado estaba encendido. Sentía algo suave debajo de ella, no era el áspero césped de antes ni la húmeda tierra en sus manos. Era algodón, suave algodón. Parecía ser una colcha.
Poco a poco, Nova fue recuperando la conciencia y sus ojos lentamente se abrían en consecuencia, con esfuerzo, como si sus párpados fuesen de plomo. Una luz proveniente del techo la cegó por un momento. Luz redonda encima de ella. Paredes blancas se hicieron visibles y pronto se dio cuenta de dónde estaba. El olor antiséptico que llenaba el aire confirmó lo que temía. Una insípida habitación de hospital. El pitido constante del monitor se hizo cada vez más audible. Un sonido agudo, monótono, que parecía perforar la neblina de su mente.
Un dolor en su cabeza le recordó cuán real era su existencia en ese lugar, en ese instante. Con el corazón acelerado, trató de incorporarse. Los músculos le dolían, y una ligera punzada en su antebrazo la obligó a bajar la vista. Ahí estaba el motivo. Una aguja fina conectada a un tubo transparente que ascendía hasta una bolsa de líquido colgada junto a la cama.
—¿Cómo llegué aquí? —pensó, pero no creía tiempo para buscarle una respuesta. El lugar la estaba asfixiando. Algo, una urgencia inexplicable, le suplicaba irse, y rápido.
Con sus manos temblorosas, alcanzó la cinta que fijaba el catéter a su piel. Tiró de ella con cuidado al principio, pero pronto la impaciencia ganó partido. Arrancó el adhesivo con un tirón brusco. El pinchazo al retirar la aguja fue breve, pero suficiente para que un delgado hilo de sangre corriera por su brazo. Lo ignoró. Presionó la herida con los dedos mientras escaneaba la habitación con la mirada.
Sus pies descalzos tocaron el suelo frío, y un escalofrío recorrió el cuerpo. El camisón de hospital era demasiado ligero, pero no se detuvo a buscar algo más. Caminó con pasos sigilosos hacia la puerta.
Se detuvo con la mano en el picaporte, conteniendo el aliento. Desde el pasillo llegaban voces distantes y el sonido ocasional de un carro metálico. Abrió la puerta apenas lo suficiente para asomarse.
Nadie.
Era ahora o nunca.
Con el corazón martilleándole en el pecho, salió al pasillo, sintiendo que cada movimiento era observado por los ojos visibles de las cámaras. Pero no miró atrás. Su única preocupación era escapar, antes de que alguien notara que había despertado. Luego, como un tren bala, pasó un pensamiento y rió para ella.
-¿Quién lo notará? No tengo a nadie. – Su cuerpo se inmovilizó, sus ojos se enrojecieron y sintió como las lágrimas estaban a punto de salir.
Apretó sus puños con fuerza. El pasillo estaba iluminado con la misma luz blanca e impersonal que la habitación. Un frío, diferente y estéril aire le rozó la piel. Nova contuvo las lágrimas y siguió avanzando.
—Necesito llegar a nuestra casa, mamá.
Nova imaginó a su madre, esperándola, nerviosa porque no sabía dónde estaba. Preguntándole dónde se había metido. Quizás eso la llenó de fuerza, que en ese momento le hacía mucha falta. Los monitores en las paredes parpadeaban con líneas verdes y números que no entendía, y el zumbido lejano de máquinas llenaba el espacio como una presencia invisible.
A su derecha, una enfermera pasó empujando un carrito, con su mirada fija en una tableta. Nova se detuvo, apretándose contra la pared, con el corazón desbocado. Su respiración era un susurro entrecortado, y sus dedos se aferraban al borde del camisón como si fuera una armadura. La mujer desapareció tras una puerta doble al fondo del pasillo, y la calma volvió, aunque precaria.
Ella sabía que no podía quedarse allí mucho tiempo. Podrían descubrirla, cualquiera que quisiese hacerlo, si a alguien allí le importara. Claro que no lo hacía. Siguió avanzando, descalza y cautelosa, esquivando las cámaras con movimientos instintivos, como si algo en su interior le dictara exactamente dónde no debía estar. Aunque nadie la buscará, no era algo bueno para un hospital que un paciente saliera como si nada del establecimiento sin haberle dado el alta.
En un cruce de pasillos, se topó con un carro de limpieza abandonado. Entre las botellas de desinfectante y las toallas desechables, encontró una bata blanca. No era mucho, pero le servía para pasar desapercibida. Se la colocó con rapidez, cerrando los botones hasta el cuello.
Con cada paso su mente se iba despejando y la sola idea de llegar a casa la hizo caminar con seguridad. Encontró una escalera de servicio al final del pasillo. El cartel rojo que decía “Solo Personal Autorizado” parecía invitarla a continuar. Empujó la puerta metálica y escuchó cómo se cerraba tras de sí con un eco sordo. El aire en la escalera era más denso, cargado de un olor metálico y a polvo.
Bajó los peldaños de dos en dos, ignorando el ardor en sus piernas. Las puertas de cada nivel estaban numeradas. Después de muchos escalones, finalmente, llegó a la planta baja. La última puerta tenía un ventanuco de vidrio esmerilado. Al otro lado, vislumbro sombras moviéndose. Guardias de seguridad.
Retrocedió unos pasos, buscando una salida alternativa. Luego de no encontrar nada, decidió abrir la puerta y caminó entre los guardias con su vista pegada a la salida. No miró hacia los lados, caminó sin mostrar el pánico dentro de ella. A medida que se acercaba a la puerta, sus pasos se volvían más largos y, de un momento a otro, una bocanada de aire fresco la golpeó. Estaba fuera.
Editado: 06.03.2025