Encerrada

Capítulo 11

El viento ululaba afuera del departamento, chocando contra las ventanas como un visitante insistente al que Nova no pensaba abrir. Las cortinas estaban cerradas desde hacía días, y la penumbra reinaba en el pequeño espacio que había compartido con su madre hasta hace poco. Ahora, el departamento era una trampa silenciosa, un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido junto con su último aliento.

Nova se encontraba sentada en el suelo del salón, rodeada de montones de objetos que habían pertenecido a su madre. En sus manos temblorosas sujetaba un cuaderno de tapas desgastadas. Lo había encontrado por casualidad mientras buscaba algo, cualquier cosa, que le diera sentido a este nuevo vacío que la estaba consumiendo con lentitud. Sin embargo, lo único que había hallado era más ausencia.

El reloj marcaba las tres de la tarde, pero podían ser las tres de la mañana y no habría diferencia. Desde el funeral, los días habían perdido sus bordes, desdibujándose en una sucesión interminable de horas vacías. Nova no tenía fuerzas ni para levantarse.

Nunca pensó que algo como aquello pasaría.

Nunca pensó sentirse tan miserable.

En su mente las palabras de su madre resonaban como un eco cruel: “Todo tiene solución si te lo propones, Nova”. Pero ¿y esto? ¿Cómo se supone que se soluciona una vida rota?

Hacía semanas que no salía. El mundo exterior le parecía una amenaza. Demasiado ruido, demasiada gente que no entendía lo que era caminar con un peso en el pecho que te obligaba a doblarte. Los mensajes de compañeros, profesores, personas que conocían a Aira y universidades habían cesado casi por completo. Mensajes de una vida perdida, o tal vez dos. Ahora, solo quedaba el silencio, un abismo que se abría entre ella y el resto del mundo.

En el suelo, junto al cuaderno, tenía una taza de café frío que había olvidado terminar. El olor acre del líquido le recordaba las mañanas en las que su madre la despertaba con una sonrisa y una taza caliente. Memoria, tan simple, similares a golpes desesperados. Quiso llorar, pero ya no le quedaban lágrimas. Había llorado tanto que ahora solo le quedaba el vacío, un hueco que se extendía dentro de ella y que parecía no tener fondo.

—¿Qué hago ahora, mamá?—susurró con la voz ronca, rota, como si el aire se resistiera a salir de sus pulmones.

No hubo respuesta, solo el incesante golpeteo del viento contra las ventanas. Por un momento pensó en abrirlas, en dejar que la brisa helada invadiera el espacio, que se llevara todo, pero no lo hizo. Permaneció inmóvil, abrazada al cuaderno como si este pudiera sostenerla, como si las palabras en su interior fueran un ancla en medio de la tormenta.

La noche comenzó a caer, aunque Nova apenas lo notó. Las sombras se alargaron en ese lugar, fundiéndose con la oscuridad que llevaba dentro. Entonces pensó que la vida ahora era esto: un día tras otro, una lucha contante por encontrar sentido en medio del caos. O tal vez, no había nada que encontrar, solo el paso del tiempo, interminable y cruel.

Con un suspiro tembloroso, cerró el cuaderno y lo dejó a su lado. Se recostó en el suelo, dejando que el frío de las baldosas se filtrara en su cuerpo. Cerró los ojos y escucho el viento, permitiéndose, aunque fuera por un momento, no pensar en nada.



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En el texto hay: #misterio, #muertes, #secretos

Editado: 06.03.2025

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