Nova despertó, más cansada que cuando se acostó, con la mejilla pegada al suelo frío. El aire olía a encierro, a polvo acumulado y a lágrimas secas. Cada músculo de su cuerpo dolía, rígido por el tiempo que había pasado acurrucada en el mismo rincón del salón. No supo cuánto tiempo llevaba ahí. Podría haber pasado días. Semanas, tal vez. No sentía que hayan pasado simples horas, eso ya le preocupo bastante.
Se incorporó con esfuerzo, apoyando las manos en la madera helada. El departamento seguía en penumbras, como si hubiese adoptado su luto.
Su mirada vagó hasta la puerta.
Salir.
La idea apareció de golpe, absurda y aterradora. ¿Para qué? Afuera, la vida seguía sin su madre. Afuera la gente caminaba sin saber que su mundo se había derrumbado.
Por primera vez, desde entonces, se dispuso a buscar su teléfono. Quería ver desde hace cuánto tiempo había estado allí. Su búsqueda, aunque exitosa, resulto en vano, al parecer la batería se había agotado por completo.
Ya no importaba. El tiempo que había pasado no importaba.
Salir. Salir. Salir. Salir. Salir. Salir.
Devolvió su mirada a la puerta principal.
Salir. Salir de ahí. Sus pies trataron de moverse.
Pistola. Balas. Sangre. Sujeto. Asesino.
Se detuvo en seco.
Miedo. Tenía miedo. Su cabeza estaba jugando con crueldad.
Entonces recordó algo. Aira estaba sentada frente a una Nova de 8 años, sonriéndole.
—No dejes que el miedo te encierre. No dejes que la oscuridad te reclame.
Aquello la hizo moverse, con manos temblorosas, se apoyó en la pared y avanzó, tambaleante, como si estuviera aprendiendo a caminar de nuevo. El eco de sus propios pasos se sintió ajeno en el lugar vacío. Cada grieta en la madera, cada sombra que se alargaba en la oscuridad le recordaba la ausencia.
Lo pensó de nuevo. Afuera, la vida seguía su curso, indiferente a su dolor. Podría permitirse quedarse enterrada en el tiempo. No, Aira no quisiera eso. No, no para su pequeño brillante. Al llegar al umbral vistió sus pies desnudos.
Ya lista regreso su vista a la puerta. Se acercó poco a poco.
Solo tenía que abrirla. Solo un giro en el pomo. Solo un giro, un simple giro. Cuando sus dedos tocaron el metal, el pánico la golpeó con fuerza, pero decidida la abrió de par en par.
El aire del exterior se coló por la abertura, acariciándole la piel con una suavidad desconocida después de tanto tiempo. La luz fluorescente del pasillo parpadeó.
No fue un simple nerviosismo, ni siquiera la vacilación de quien duda. No. Fue algo más profundo. Más antiguo. Como si un monstruo invisible la hubiera atrapado con garras heladas y le susurrara al oído que no debía moverse.
Su respiración se entrecortó. Su pecho subía y bajaba frenético, pero el aire no llegaba a sus pulmones. Un nudo se formó en su garganta, áspero y doloroso, mientras su piel se erizaba con un sudor frío. Ese algo invisible, lo monstruoso, le atenazó el cuello y hundió sus garras en su estómago. Se dobló por la mitad, aferrándose a la puerta abierta como si el suelo bajo sus pies hubiera desaparecido.
No podía moverse.
No podía pensar.
El aire libre que momentos antes la acariciaba ahora era un cuchillo helado en su piel. El viento traía murmullos. No. Voces. Susurros venenosos e imágenes confusas que reptaban dentro de su cabeza.
La tierra golpeando el ataúd con un sonido sordo.
El olor agrio de las flores muertas.
Las manos frías de los desconocidos dándole palmaditas en la espalda, murmurando palabras huecas.
El peso de la ausencia, más pesado que cualquier cosa en el mundo.
Su madre bajo tierra.
Ella sobre ella.
Pero en realidad, ya estaba muerta también, ¿no?
No, ella seguía ahí y él también. Llevaba la sangre de Aira en las manos y su pistola, estaba apuntando hacia ella y de pronto ese sonido seco.
Nova sintió como perforaba su piel. Las paredes a su alrededor parecían temblar, como si se burlaran de su debilidad. Todo su cuerpo temblaba con ellas.
Su piel hormigueaba, su cuerpo entero temblaba como si estuviera atrapado en un terremoto silencioso. El sudor frío le resbalaba por la frente, mezclándose con las lágrimas que ni siquiera había sentido salir.
Quería respirar.
Dios, necesitaba respirar.
Pero su garganta estaba cerrada. Un nudo de espinas le arañaba por dentro, apretando cada vez más, asfixiándola. Su corazón martilleaba contra sus costillas, golpeando como si quisiera romperse.
Se cubrió los oídos con las manos. No quería escuchar. No quería sentir. No quería estar ahí.
Dio un paso atrás.
Sus rodillas se doblaron y cayó al suelo, jadeando, con la mirada clavada en la puerta entreabierta.
Seguía con las manos sobre su cabeza, presionando con fuerza sus sienes, intentando arrancar los pensamientos que la asfixiaban.
Editado: 06.03.2025