Melisa al comprobar lo que ponía en el título del libro, no pudo evitar quedarse desconcertada. La habitación estaba en silencio, y el aire se sentía pesado, como si un presagio estuviera a punto de cumplirse. Algo no estaba bien, y una sensación de inquietud la invadió.
—¿Estás seguro de que ponía «Léeme»? —preguntó Melisa inspeccionando el libro con una mezcla de curiosidad y temor, como si la portada pudiera revelar algún secreto oculto.
—Sí, ¿por qué? —preguntó Bruno, mirando a Melisa con una expresión de extrañeza. No entendía por qué ella parecía tan perturbada por un simple error tipográfico.
—Porque ahora pone «Leerme» —declaró Melisa, tragando saliva asustada. La transformación del título le pareció demasiado inquietante, como si el libro estuviera vivo y tuviera intenciones propias.
Bruno se recostó en la camilla, cogió el libro de la mesita con un gesto decidido, lo sostuvo con firmeza y, en un impulso casi involuntario, lo abrió. En cuanto lo hizo, una silueta de un niño se les manifestó ante sus ojos, como un espectro que emergía de las páginas. La figura era tenue y vaporosa, pero la presencia era indudablemente real.
—¡Ahhhh! —gritaron Melisa y Bruno, ambos aterrados, y en un acto reflejo se abrazaron con fuerza, buscando consuelo en la cercanía del otro. Sus corazones latían desbocados, y el miedo se apoderaba de ellos.
—Dejad de gritar y escuchad. Tenéis que leer el libro para que yo pueda ir al más allá tranquilo. ¿Me podríais hacer ese favor? —explicó el niño con voz temblorosa, casi suplicante, mientras su imagen se mantenía inestable en el aire.
—¿Y por qué tendríamos que leerlo? —preguntó Melisa, aún asustada y sin soltar el brazo de Bruno. Era la única manera de enfrentar el terror que sentían, intentando mantener una postura de desafío ante lo desconocido.
—Porque me atraparon, introdujeron mi espíritu en el libro y me mataron —dijo el niño, señalando el libro con un gesto desesperado. Sus ojos, aunque vacíos, reflejaban una profunda tristeza y un rayo de esperanza.
—Vale, lo leeremos, pero como nos pase algo... —declaró Bruno, sintiendo una mezcla de valentía y temor. Sabía que la curiosidad era un arma de doble filo, pero algo en la mirada del niño lo hizo decidirse.
El niño de la sombra regresó al libro, su forma desvaneciéndose lentamente, volviendo a dejarles solos en la habitación. Melisa y Bruno, aún temblando, comenzaron con la lectura, sintiendo que el destino de aquel niño pesaba sobre ellos como una carga.
Iraia Gonza (1978)
Cuando lo abrió, una fuerza maligna le apareció al chico. No le daba importancia, ya que no era más que una sombra. La narrativa se desenvolvía ante ellos como un oscuro laberinto de palabras, y cada letra parecía vibrar con un eco de advertencia. El chico, el protagonista de la historia, se encontraba atrapado en un mundo que no comprendía, enfrentándose a sus propios miedos. La sombra, que antes había sido un mero capricho de su imaginación, ahora cobraba vida, pulsando con un poder que amenazaba con consumirlo todo.
Editado: 11.05.2025