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1: Te encontré

Tatiana

Una chica chocó contra mi hombro al sobrepasarme en la vereda. Como siempre, no se volteó ni siquiera a mirarme.

Reacomodé la correa de la mochila sobre mi hombro y continué caminando. No es la primera en llevarme por delante, no es ni siquiera la primera de la mañana, y ciertamente no será la última. Los demás tienden a hacer eso, chocar contra mí, pasar desapercibida mi presencia o tomarla por sentado, como si fuera parte de la escenografía. Nunca supe por qué, pero desde que me descubrí a mi misma fijándome en ello, desarrollé la misma hipótesis que hasta día de hoy creo que es la más coherente.

Sencillamente, no soy lo suficientemente interesante como para merecer su atención. Esta hipótesis se ha comprobado en varias situaciones a lo largo de mi vida y continúa coleccionando evidencias, desde la constante oleada de personas que chocan contra mí todos los días, hasta la interminable lista de chicos o chicas que han tenido la intención de ser mis amigos pero que, al final, luego de algunas semanas simplemente comenzaron a dejar de intentarlo.

A mi hermana le gusta decir que soy simplemente muy intimidante, siempre tengo una expresión seria y cansada y nunca le doy a nadie mucho pie para mantener una conversación conmigo, y aunque creo que lo último podría llegar a ser cierto, me gusta más mi teoría.

Victoria siempre fue la más carismática de las dos, siempre haciendo amigos y hablando con todo el mundo, se lleva bien con profesores y compañeros de clase por igual, todo el mundo la adora. Nadie habría imaginado que somos hermanas si no fuera por el hecho de que la traigo conmigo al colegio cada día y sus amigos la ven bajar de mi camioneta.

Ni siquiera nos parecemos físicamente. Ella nació rubia, el mismo color de cabello de nuestros padres, y de ojos marrones. Yo nací con el cabello negro, al igual que casi toda nuestra familia materna. Mamá fue una de las raras excepciones a la regla, pero yo no. También nací con los ojos verdes que mi abuela solía lucir con orgullo antes de que yo naciera, o eso dicen todos mis tíos. En conclusión, bien podría ser hija de mi abuela, ya que me parezco mucho más a ella. Lo único que mi hermana y yo heredamos juntas fueron las pecas de mi padre, pero ella las detesta y las cubre con maquillaje.

Atravesé las puertas del colegio con un grupo grande de personas que me aseguré de esquivar en un intento a veces inútil por evitar que me llevaran por delante. Hoy, por fortuna, da resultado.

Mi nariz está congelada, y mis guantes, húmedos. Me los quité en un intento por volver a calentar mis manos heladas y mi pobre nariz mientras subo escaleras y me aproximo a mi salón de clases.

Daniel está parado en la puerta riéndose mientras conversa con otra chica que no reconozco, lo cual significa que estoy a tiempo. Los esquivé a ambos antes de meterme de lleno al salón, en donde las voces de mis compañeros es todo lo que puedo oír. Fui directamente hacia el primer asiento vacío que encontré, junto a la ventana.

Dejé la mochila en el asiento a mi lado y los guantes sobre el pupitre y miré por la ventana. El Sol todavía no salió, y el patio del colegio está cubierto de una neblina tan espesa que hace difícil el poder distinguir cualquier cosa más allá de las copas de los árboles que rodean la pared que delimitan el terreno.

Una mañana común y corriente de Invierno en Argentina, básicamente.

La vista me provoca encogerme en mi asiento y acariciar mis brazos para mantener el calor.

Me apoyé contra el respaldo de la silla, dispuesta a esperar a la profesora mientras intentaba distinguir algo entre la neblina del exterior, cuando el sonido de pupitres y sillas al ser arrastradas por el suelo me sobresaltó. Cuando miré a mi alrededor, mis compañeros se apresuraban a sus lugares, Daniel incluido.

La puerta, que habían cerrado hacía algunos segundos, volvió a abrirse para revelar a la profesora de historia, ambos brazos llenos de libros de texto y empujando la puerta con el pie. Un vaso térmico descansa de forma precaria sobre los libros en sus brazos.

— ¡Buen día! — saludó alegre, demasiado alegre para ser un Lunes a la mañana.

Y el primer día de clases luego del receso invernal, también.

Dejó los libros de texto sobre su escritorio y luego se volteó, confundida, y miró a su alrededor como buscando algo. Pareció encontrarlo cerca de la puerta del salón, en el pasillo, y pronto noté que en realidad no es un algo, sino un alguien, cuando ella le hizo un gesto con la mano incitando a quien fuera que se encontrase allí que podía pasar a la habitación.

Un chico caminó con lentitud hacia ella entonces, con los brazos llenos de incluso más libros de texto. Luego de algunos segundos me doy cuenta de que no lo reconozco en absoluto. Su cabello es castaño y largo, pero no lo suficiente como para recogérselo en una coleta. Su piel es bastante pálida, y en cuanto miró hacia el fondo del salón pude notar también sus grandes y oscuras ojeras.

Mi corazón se salteó un latido, pero no sé por qué. Me llevé la mano al pecho sin despegar la vista de él. En un segundo, sus ojos encontraron los míos entre el pequeño mar de gente. Me sostuvo la mirada por varios segundos.

— Déjalos aquí, por favor — la profesora le señaló, llamando mi atención y la del desconocido al mismo tiempo mientras él dejaba los libros sobre el escritorio.




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