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7: Sinceramente

Alcé la mochila del suelo y guardé mi teléfono en el bolsillo de mi pantalón. Parada en el medio de la habitación miré a mi alrededor, asegurándome de no haber olvidado nada.

Las cortinas se mueven con una ráfaga de viento frío. Antes de irme, me aseguré de cerrar la ventana.

La casa está silenciosa. Victoria está en su habitación haciendo quién sabe qué, y mamá aún duerme, si me guío por el suave sonido de su respiración. Bajé las escaleras y pasé a la cocina, revisé que lo que había preparado de comer estuviera frío, lo llevé a la nevera y me estiré hasta alcanzar un pequeño cuaderno de notas del tamaño de mi mano en el estante sobre la puerta.

No pensé demasiado antes de tomar una lapicera y escribir, 'Salí. Vuelvo más tarde. El almuerzo está en la nevera.' Arranqué la hoja, la dejé en la mesada, sobre un repasador rojo, para que resalte, y me alejé.

Subestimé el clima del día. Un viento frío me envolvió en cuanto puse un pie en la vereda, dándome un escalofrío. Apuré el paso, abrí la camioneta y aventé la mochila al asiento del acompañante antes de subirme yo misma.

Las calles están vacías, desoladas. Comprensible considerando el clima. No dejando que eso me detenga continúo manejando y alejándome de la seguridad de mi casa. Mi teléfono vibra dentro de mis bolsillos, pero lo ignoro en favor de alcanzar mi destino lo antes posible.

Varios minutos después, distingo una figura encapuchada en la distancia. Toda su vestimenta es negra, pero lo reconozco de inmediato en cuanto visualizó la camioneta y se irguió, mirándome. Me detuve a su lado, y en menos de un segundo él ya había descubierto su rostro y subía a mi lado, apartando la mochila y sosteniéndola sobre el regazo en su lugar.

—Te tardaste — reprochó sonriente.

Me encogí de hombros. —Me dijiste que ya habías salido de tu casa mucho antes de que yo te avisara que estaba en camino, si vas a culpar a alguien que sea a vos mismo.

Le escuché reírse. Volví a ponerme en marcha sin decir nada más mientras él mira por la ventanilla. Un viento frío se cuela por la ventana, pero el día no está tan feo como para que nuestra salida sea una locura.

Di vuelta en una calle y retomé la dirección por la cual había venido. Recoger a Alex fue un desvío en el camino, él me observó con curiosidad en cuanto se dio cuenta.

—¿Y a dónde vamos, exactamente? — preguntó.

—Ya verás.

Eso no lo dejó contento. —¿Por qué tanto misterio?

—No es misterio, solo es sorpresa. — Siguió mirándome fijamente, esperando. Me resigné. —Voy a este lugar cada tanto, cuando quiero salir un poco, cuando quiero estar sola... Hoy me dieron ganas de ir, es todo, y como vos no tenías nada planeado pero preguntaste si podíamos vernos, venís conmigo.

Me recosté contra el respaldo del asinto y no dije nada más. Me detuve en un semáforo, pero continué camino en cuanto vi que las calles están vacías.

—Podrías ir sola, ¿sabes? Si querés estar sola o...

—Si pasé a recogerte es porque quiero que vengas, ¿No? — apunté sin mirarlo.

Por algunos segundos, no dijo nada.

—¿Alguna vez fuiste ahí con alguien?

—No

—¿Por qué súbitamente llevarme a mí, entonces?

Fruncí el ceño, pero seguí sin mirarlo. —¿Te molesta?

—¡No! —se defendió con rapidez. Por el ravillo del ojo, le vi levantar ambas manos por un segundo antes de bajarlas. — Es sólo... Bueno, ¿por qué soy el primero?

Alex se volteó a verme por completo en el asiento, dándole la espalda a la ventanilla. Continué mirando hacia el frente, evitando su mirada, pero eventualmente comenzó a molestarme. Mi ceño está fruncido, pero me relajé un poco al voltearme por un segundo a verlo. Su expresión es neutra, y no planea decirme nada más a no ser que conteste o le diga algo.

—¿Querés saber la verdad? — le pregunté de repente.

Asintió una sola vez, sin cambiar de expresión.

Suspiré. —Sos mi primer amigo de verdad, es todo.

No me dijo nada, pero bajó la mirada y jugó con las correas de mi mochila por un rato. Cuando volví a detenerme en un semáforo mientras esperaba a que una familia cruce la calle, volvió a dirigirse a mí.

—¿Y por qué soy el primero?

—Ya te lo dije...

—Pero no lo entiendo — volvió a levantar la cabeza, negando. Un mechón de cabello castaño cayó sobre su frente, pero lo apartó enseguida.

—¿Qué cosa no entendés? — le interrumpí.

—Por qué soy el primero...

—Lo sos, y ya, no es tan difícil.

Comencé a exasperarme un poco, me doy cuenta. Volví a ponerme en marcha, devolviendo mi atención al camino frente a mí, al volante.

—¿Pero por qué? — volvió a preguntar, a insistir.

Sé que, si me pongo lo suficientemente firme, desistirá y cambiará de tema, pero... Antes de poder arrepentirme, comencé a buscar las palabras adecuadas para responderle. Me llevé una mano al pecho, tomé un mechón de cabello y comencé a retorcerlo entre mis dedos.




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