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10: 01-A

El día es soleado, cálido pero húmedo. La luz solar se cuela entre las copas de los árboles desnudos luego del otoño y alcanza el claro con facilidad.

El libro que había tenido la intención de leer en un principio fue olvidado hace algo de tiempo en favor disfrutar del calor del sol con los ojos cerrados, sentada sobre uno de los troncos. No sé cuánto tiempo llevamos acá.

—¿Qué vas a hacer mañana?

La voz de Alex me distrajo de repente. Miré en su dirección, está sentado directamente en el suelo, bajo la sombra de un pino bajo. Tiene un cuaderno apoyado sobre las piernas, desde mi lugar apenas puedo oir el lapiz contra el papel.

Lleva trabajando en él en silencio desde que llegamos hace por lo menos una hora, sino más, así que la pregunta me sorprende.

—No lo sé. — llevé una mano hacia mi lado y busqué a tientas el libro. —Probablemente me quede en casa, haga deberes... No te vendría mal hacer lo mismo.

Se rió, pero no levantó la mirada de su cuaderno.

Me incliné hacia adelante. —Hablo enserio, ¿Sabes?

Él negó con la cabeza. —Lo sé.

—¿Entonces?

Se encogió de hombros. —Para mi el colegio no es tan importante...

—¡Estamos en nuestro último año! — le recordé. —¿Es que no sabes qué vas a hacer con tu vida?¿Qué querés hacer?¿No hay nada quieras estudiar?

—¿La verdad? No.

Esperé a que elaborara, pero no lo hizo.

—¿Y qué vas a hacer, entonces? — insistí.

—Nómada.

—¿Nómada?

Él asintió. —Nómada.

—¿Qué significa eso?

Él se reacomodó en su lugar, recostándose contra el tronco del pino. No levantó la mirada de su cuaderno, pero sí lo reacomodó sobre sus piernas en un ángulo diferente.

—Significa que no quiero quedarme en un lugar fijo, que voy a hacer exactamente lo mismo que mis padres han hecho toda mi vida.

Fruncí el ceño. —Creí que lo odiabas...

Levantó la mirada entonces. Cuando sus ojos encontraron los míos, por alguna razón me enderecé en mi lugar. Si él lo notó, no me dijo nada. —Odio el no tener un hogar propiamente dicho... El saber que no tengo lugar al cual volver. Mamá se crió acá, papá se crió en su país, y yo me crié en la carretera, oliendo la nafta y jugando en estaciones de servicio. Eso es lo que me molesta, pero no el viajar tanto.

—También habías dicho que luego de un tiempo, moverte tanto todo el tiempo pierde su encanto. — señalé.

—Aún así hay muchos lugares que nunca en mi vida he visto... Y, además, es todo lo que conozco, ¿Qué otra cosa podría hacer?

—¡Lo que quieras! Ese es el punto... — señalé el cuaderno que tiene en sus manos. —Estás dibujando, también te gusta leer... No sé, podrías estudiar cualquier cosa, establecerte, construir una vida para vos mismo. En Argentina hay muchísimas universidades públicas al igual que en muchos otros paises. No tenés que quedarte en lo conocido, podrías hacer lo que quisieras.

—Lo sé.

—¿Y entonces?

Él ladeó la cabeza. —Nada me interesa lo suficiente...

Apreté mis labios, sin saber qué decirle. Él volvió a mirar a su cuaderno antes de hablar otra vez.

—La verdad es que me he estado redescubriendo desde que te conocí... Primero los libros, y ahora estoy dibujando luego de años de no hacerlo, no lo sé... Estar alrededor tuyo me anima, me hace tener ganas de hacer cosas, retomar antiguos hábitos...

—Mientras sean buenos hábitos, entonces me alegra.

Alex rió. Miré fijamente a su cuaderno sin decirle nada, y luego de varios segundos finalmente sonrió y levantó su mano para señalarme que me acercara.

—¿Querés ver lo que he estado haciendo?

Me levanté con rapidez, caminé hacia él y me agaché a su lado. Antes de que pudiera detenerlo, tomó mi brazo y tiró de él para que trastabillara. Terminé sentada sobre la tierra húmeda a su lado, pero no me dejó protestar. Dejó el lapiz de lado y alzó el cuaderno para que pudiera ver el dibujo, distrayéndome.

Mi mano rozó la suya, tan fría como siempre. La acción me toma desprevenida, sus dedos se quedan sobre los míos por algunos segundos antes de que alejara su mano por completo.

Devolví mi atención al cuaderno ahora en mis manos.

Las hojas son blancas, lisas, perfectas para dibujar. En el medio de la hoja, en lapiz, tres hongos rodeados de pequeñas plantas y cubiertos de rocío. Miré a Alex otra vez, que ya estaba mirándome con atención. Me sonrió y señaló el suelo cerca del tronco del árbol, justo en el espacio libre entre nosotros.

—¿Estabas dibujando eso? — pregunté mientras comparaba el dibujo con ello.

Alex se encogió de hombros. —Son bonitos...

—Dibujas muy bien. — no me respondió. Sus ojos miran fijamente a los míos, y sin saber por qué siento que estaría mal evadirlos. Al final, él es quien mira hacia otro lado primero. —¿Por qué habías dejado de dibujar?




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