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12: Paz

Tatiana

La nevera está casi vacía. Decido ir al supermercado mañana en la mañana antes de revisar lo que hay y decidir cocinar algo rápido y sencillo para cenar, comenzaba a dejar lo necesario sobre la mesada cuando los característicos pasos de Victoria resonaron en las escaleras. En un segundo ya estaba a mi lado mirando lo que hago.

Suspiré con cansancio. —Si querés ver lo que hago vas a tener que ayudarme, basta de mirar y listo.

—Pero no sé hacer nada...

La señalé con el cuchillo. —Aprenderás.

Levantó ambas manos en señal de rendición. —¡Bueno!

Negué con la cabeza mientras me río y rebusco en las alacenas, ella se acercó más.

—¿Qué vas a hacer?

—Tarta.

Alargó la mano y tomó la harina, que habia dejado sobre la mesada segundos antes. —¿De qué?

—Brócoli, y otra de berenjenas.

Por el rabillo del ojo, la vi hacer una mueca. Me di la vuelta y me crucé de brazos, mirándola.

—¿Por qué de berenjenas? —Se acercó a la nevera mientras hablaba y la abrió, rebuscando, probablemente para sugerir que hiciera una tarta de otra cosa. —¿Y para qué la harina?

—Ya hay que hacer las compras, no hay otra cosa, así que...

—¡Eh! —Victoria se incorporó con un paquete en la mano. —¿Y si haces una de jamón?

Me extiende el paquete, sonriente y contenta con su iniciativa.

No escondí bien el jamón, Victoria necesita comer más verduras. Tomé el paquete de sus manos y le pasé las berenjenas para que las volviera a guardar. Las detesta, razón por la cual me aseguro de que siempre haya en la nevera, pero por lo menos no rechazó el brócoli.

Volvió a mi lado mientras abro el paquete. —¿Para qué la harina? — preguntó otra vez.

—Para hacer la masa de las tartas.

—¿Sabes hacer eso?

Tomé el brócoli y se lo di. —Sí, ahora lava el brócoli, agarra un cuchillo de los que usamos para comer y córtale todas las florcitas que tiene.

Por varios segundos, mi hermana solo miró el brócoli en su mano antes de finalmente comenzar a rebuscar en los cajones para hacer lo que le pedí.

Me estiré hasta alcanzar la alacena y tomar un bowl. Mientras rebusco en busca de la sal, mi hermana habló otra vez.

—El hermano de Eva está aprendiendo a conducir...

Fruncí el ceño. —¿Qué no tiene trece?

Ella se encogió de hombros mientras inspecciona una rama de brócoli. —Eva dice que él quería aprender, y que va a sacar su licencia cuando tenga dieciséis.

Agregué harina al bowl y rebusqué hasta encontrar el aceite. Luego de agregarlo a la mezcla, me volté a ver a Victoria.

—¿No querés aprender vos también a conducir?

Ella detuvo sus movimientos por un segundo antes de levantar la mirada, su ceño fruncido y el brócoli sobre una tabla blanca de plástico. —¿De verdad?

—Sí, ¿Por qué no? — me arremangué las mangas de mi camiseta mientras la observo. —Puedo enseñarte en la tarde durante la semana, te dejo practicar, y cuando tengas edad te sacas la licencia. Nunca está de más aprender algo nuevo, ¿No?

Victoria murmura algo que no logro oír mientras devuelve la mirada al brócoli. Alcancé la botella de agua que siempre está sobre la mesada y le agregué un poco a la mezcla, comenzando a amasar en silencio.

No tardo demasiado en escuchar cómo mi hermana continúa su tarea.

—¿Me enseñarías con el auto de papá?

Fruncí el ceño y trasladé la masa a la mesada. —¿Con el auto de papá?

—Sí.

—¿Por qué?¿Qué tiene mi camioneta?

Tardó unos segundos en contestar. — ... Nada. — Cortó la última rama de brócoli y observó el tallo con atención. —¿Qué hago con esto?

—Eso también se come — me acerqué y tomé el cuchillo, cortando una rebanada del tallo y mostrándosela. —Lo cortas así en rebanadas y le sacas toda esta piel, que es desagradable. Lo de adentro se hierve con lo demás.

Tomó la rebanada en mis manos y devolvió la atención a lo que hacía antes. Dejé la masa en un rincón de la mesada y tomé dos cebollas del pequeño canasto sobre ella.

—¿Qué tiene de malo mi camioneta? — repetí.

La tabla de madera frente a mí se resbala un poco mientras corto la primera cebolla. Victoria no contesta.

—¿Vic...?

—Ya te dije que nada — contestó con brusquedad.

Mi cuchillo rebanó la cebolla a la mitad mientras me volteo a verla.

—¿Qué te pasa?

Se paró de puntillas para alcanzar una olla en la alacena. —¡Nada!

Me estaré y alcancé la olla para dársela. Me la arrebató de la mano y se acercó al fregadero.

—¿Qué?¿Ahora te da vergüenza mi camioneta?¿Desde cuándo?

No es la camioneta más bonita del mundo, pero funciona, y además mi tia le dio una buena mano de pintura antes de dármela como regalo cuando cumplí quince, mucho antes de que pudiera siquiera manejarla.




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