La campana sobre la puerta tintineó en cuanto la abri, pero el sonido residual quedó detrás de ella cuando la cerré y, en su lugar, fui inmediatamente consciente del ir y venir del resto de la gente en la calle. La tienda de la cual acabo de salir es tan pacifica, sus paredes tan aislantes, que dentro de ella me es imposible oir el exterior a no ser que me esfuerce por hacerlo.
El cielo está nublado y anuncia lluvia pronto, pero no enseguida. Envuelvo el cuaderno que acabo de comprar con la bolsa de plástico en la que me lo dieron de todos modos, por seguridad. Se siente extraño hacer recados por mi misma ahora que tengo alguien con quien hacerlo y que me acompañaría sin dudar, pero cuando desperté esta mañana Alex no estaba allí, y en su lugar encontré una nota que decía que volvería al atardecer. Ya no lleva consigo el teléfono que alguna vez le presté, su excusa es que lo usaba solo para poder hablar siempre conmigo pero que ahora que estamos juntos siempre y sé la verdad, ya no lo necesita.
Es fin de semana, e imagino que la ausencia de Alex se debe al hecho de que ya debe alimentarse. He intentado convencerlo de hacerlo más seguido, pero no me ha hecho caso. Alex pasa prácticamente todo su tiempo conmigo a no ser que a mi se me ocurra salir a alguna parte, e incluso aunque así fuera y me acompañe al centro, nadie le mirará con demasiada atención como para notar sus ojos y alarmarse, especialmente no si usa una visera, como muchas veces le he visto portar, pero él insiste en seguir alimentándose de la misma manera y pasando hambre. Es frustrante, y peligroso.
Que no tenga miedo de él no significa que confíe en que no pierda el control alguna vez, me preocupa, pero él siempre se ríe cuando se lo digo.
Lanzo el cuaderno hacia el asiento del copiloto en cuanto alcanzo mi camioneta y cierro la puerta detrás de mi. Un viento fuerte azota a la ciudad y me da escalofríos, cometí el error de no llevar una camisa en cuanto vi el dia nublado y sali con una simple remera corta, pero me siento instantáneamente mejor en cuanto estoy dentro del auto y las puertas están cerradas.
Las calles están llenas por alguna razón, la gente va y viene en las veredas y los autos buscan desesperadamente en dónde aparcar o continúan conduciendo calle tras calle. Un descapotable blanco toma inmediatamente el lugar que acabo de vaciar cuando me sumo a la interminable fila de autos que van en dirección a los suburbios, lejos del centro de la ciudad.
Solo he recorrido tres calles cuando el caos se desata a mi alrededor.
Bocinazos se escuchan a lo lejos, la gente comienza a mirar a sus espaldas mientras camina por las veredas y hablan entre si, sirenas de policía suenan por todas partes como una canción.
Algo ha sucedido, algo lo suficientemente grande como para meritar la inmediata intervención de la policia para remediarlo y hacerse cargo de la situación, pero los autos a mi alrededor no aceleran, no veo ninguna patrulla por acá y los transeúntes pronto olvidan el asunto y continuan con lo suyo, asi que hago lo mismo pero con algo de urgencia, pensando inmediatamente en salir de aqui para poder enterarme de lo que sucedió más tarde a través de las noticias y no porque terminé en medio de lo que sea que esté sucediendo. Los bocinazos y las sirenas se escuchan y parecen provenir de la otra punta de la ciudad de todos modos, pero no soy la única con la misma idea. Varios autos aparecen desde calles laterales y se unen a mi mismo carril, yendo en la misma dirección. A los suburbios, y fuera de aquí.
No tardo mucho en dejar la ciudad atrás, el cambio entre esta y los vecindarios adyacentes es bastante notorio y drástico, dejo atrás edificios y tiendas con coloridos toldos y llamativas vidrieras para dar paso a casas normales, pórticos y jardines delanteros cuidados y llenos de verde.
Es, sin embargo, cuando pienso que ya he dejado lo que sea que haya sucedido atrás y me permito relajarme, cuando me veo obligada a pegar un frenazo que hace que mis llantas chillen y marquen el pavimento. Me voy hacia adelante bruscamente y el cinturón me quema el cuello. Por un momento, creo que lo he imaginado, pero en cuanto levanto la mirada otra vez, le veo.
Alex está parado en medio de la calle con la mirada distante, mirando un punto a mis espaldas, un auto detrás de mi suena su bocina, y es solo entonces que él entra en acción y corre hacia la puerta del acompañante de la camioneta. Me inclino para abrirla para él cuando noto sus intenciones, y se sube con movimientos rápidos y desesperados.
— ¡Arranca! — me dice, la voz casi en grito.
Arranco el auto otra vez e inmediatamente intento recuperarme de la sorpresa y reconocer una vez más mis alrededores para seguir el camino a casa.
— ¿Qué fue eso?!¿¡Por qué hiciste eso, qué te pasa?! — le grito mientras miro frenéticamente hacia el frente. — ¡¿Cómo se te ocurre pararte enfrente de la camioneta así?!¡Podría haberte atropellado!¡Podrías haberme llamado y te recogía en el camino si necesitabas que te llevara!
— ¡No sabía que habías salido, encontrarte fue solo buena suerte! — comenzó a moverse sobre el asiento, lo observo de reojo mientras se acomoda casi de rodillas sobre su asiento y mira a través del vidrio trasero. — Conduce hacia la carretera por la cual vamos a nuestro claro, dirígete en la misma dirección como si fueras a salir de la ciudad.
— ¿Por qué? — le pregunto más calmada. — Alex, el día está horrible, vamos a casa. ¿Por qué queres ir ahí?