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El plan

KATIE

Ha pasado ya una semana desde que mi padre me encerró en mi cuarto. No me dejan salir, porque no se fían de que pueda escaparme en cualquier momento – en verdad hacen bien en no fiarse – así que la comida y la cena me las traen a la habitación. Y para ir al baño… Bueno, pues en todas las habitaciones hay un baño, así que eso no es ningún problema.

De vez en cuando entra mi padre a decirme que me disculpe por lo que dije, otras lo intenta mi madre. Pero mi respuesta siempre es la misma a los dos: “No me voy a disculpar por haber dicho la verdad, porque no me arrepiento de haberlo hecho”.

Dos días más. Mi padre vuelve a entrar, pero para mi sorpresa, esta vez no va solo. Lo acompaña un hombre mayor que él. De unos 50 años, quizás. Me asomo a la ventana, dándoles la espalda, pues no tengo ganas de verle la cara a mi padre. Sé que suena cruel, pero es así.

—Katie, este es el doctor O’Brien, será tu psicólogo. A ver si consigue hacer que te arrepientas de todo lo que dijiste en la fiesta. – Espera, ¿qué? ¿Ha dicho…? ¿¡Un psicólogo!? ¿¡En serio!? ¡Me tomas el pelo!

Estoy alterada, MUY alterada, pero no quiero que ni mi padre ni ese señor lo noten, así que cierro los ojos, respiro profundamente, los vuelvo a abrir y me doy la vuelta con una sonrisa en los labios, que, obviamente, es falsa.

—Claro, padre.

—Muy bien. Os dejo solos para que habléis tranquilamente.

—Vale – le digo adiós con la mano mientras miro cómo cierra la puerta. En cuanto oigo el clic de la puerta cerrada, miro inmediatamente al psicólogo, pero no dejo de sonreír.

—Una cosita antes de que empieces a hablar – me dice. – Puedes dejar de sonreír. Sé al cien por cien que no tienes ganas de sonreír y, por tanto, la sonrisa no es natural. Está demasiado forzada. Y además, estás deseando que esto termine.

Mi sonrisa se borra de golpe. Este hombre me ha calado. “¿Cómo lo ha sabido? Si no me ha dado tiempo a abrir la boca. Pues claro, ¿cómo no va a saberlo? ¿Te has vuelto tonta de repente o qué? Es psicólogo, se supone que ha estudiado para ayudar a la gente con sus problemas no sólo con lo que le dicen, también con sus expresiones y sus gestos”.

—Muy bien, me ha calado. ¿Y ahora qué? ¿Qué es lo que quiere que le explique exactamente?

—Me encantaría escuchar esas palabras que tan poco gustaron a tu padre en su fiesta.

Pongo los ojos en blanco y suspiro antes de responder.

—Solo le dije la verdad. – Él me mira, esperando que le diga algo más, así que, mientras me paseo de arriba abajo por la habitación, sigo contándole. – Dije que los hombres ricos como ellos se habían quedado atrás en cuanto a la igualdad entre géneros, que son unos machistas y que sus mujeres les “obedecen” porque tienen miedo a que les puedan hacer daño físico. Podías darte cuenta porque, mientras yo hablaba, todas ellas estaban con la cabeza agachada. Hasta los trogloditas estaban más avanzados en esto de lo que lo están ellos.

El doctor O’Brien se me queda mirando sin decir nada, como si esperara más. “¿Qué más quiere que le diga? No dije nada más, así que no hay nada más que decir”. Todo se queda en silencio. Ahora parece que está procesando todo lo que le he contado. Después de un par de minutos - en los que no me he podido sentir más incómoda - por fin habla.

—Tienes razón.

—¡Ugh, no me puedo creer que usted también…! Espere, ¿qué? – pregunto sorprendida.

—Todo lo que has dicho es cierto. – Le miro perpleja. Aún no asimilo lo que acabo de oír: ¡me acaba de dar la razón! No salgo de mi asombro. Él se ríe. – Veo que eso no te lo esperabas. – Niego con la cabeza. – Deja que me presente como es debido y discúlpame por no haberlo hecho en un principio. Soy Alan O’Brien y estoy aquí para ayudar a mi hijo a cumplir su promesa y ayudarte a ti a salir de aquí.

—¿U-Usted…? ¿Usted es…? ¿…es el padre de Derek?

—Así es – me dice asintiendo con la cabeza.

—¿¡Y por qué no lo ha dicho antes!? Yo… eh…

—Creías que yo iba a pensar que estás loca, como todos los demás, y haría que te llevaran al psiquiátrico – continúa mi frase. Yo asiento. – Lo sé, pero no es así. Y, de hecho, tienes razón, como ya te he dicho antes. Todo lo que dijiste es cierto. Y, la verdad, jamás creí que ninguna mujer que perteneciera a alguna de estas familias se atreviera a dar la cara por todas. Pero tengo un plan para que puedas salir de aquí. ¿Quieres saberlo?

—¿¡Bromea!? ¡Pues claro que quiero saberlo! – le digo, entusiasmada.

El hombre se ríe por mi impaciencia y mi entusiasmo. Cuando, por fin, deja de reírse, se pone serio. Muy serio.

—Dejarás que tu padre te lleve al psiquiátrico y…

—¿¡Qué!? – le interrumpo, totalmente alterada y perdiendo los nervios. – ¡P-Pero u-usted ha dicho…!

—Katie, tranquila. Déjame hablar. Respira hondo, ten paciencia y, sobretodo, escúchame.

Yo le obedezco. Cierro los ojos y respiro hondo. Cuando me noto más calmada, los abro y asiento con la cabeza para decirle que estoy lista para escuchar su plan.

—Muy bien, esto es lo que vamos a hacer… - me explica todo lo que tiene preparado para poner en marcha el plan. - ¿Qué te parece? – añade cuando ya ha terminado de contármelo todo. - ¿Hecho?



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En el texto hay: reencuentro, romance, amistad

Editado: 16.10.2025

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