Encuéntrame en tu futuro

Capítulo 5. La gente mala.

Stepan y yo volvimos a casa. Durante todo el camino expreso su admiración de mis habilidades como una guerrera.

- Nunca había visto nada así. Ni siquiera los Berserkers* pueden hacerlo.

- Sí, vamos. No hice nada, - estaba yo avergonzada.

- Sí, nada. Tú le mandaste al suelo en dos minutos. - exclamaba hombre.

- Es que se enfrentó a cinco rivales antes que a mí. - dije yo.

 No sé por qué estaba justificando al guapo. Fue su error, no valoró al enemigo.

 Al día siguiente todo el mundo me preguntaba: ¿Qué paso, porque el perdió contra una chica y cómo le resucite? Intenté reducir las cosas a frases comunes y no entrar en detalles. No sé cómo, pero desde la mañana de hoy todo el condado sabía que en la casa de Stepan vive una guerrera que podría matar y resucitar en un momento. No he tenido esa popularidad ni en Facebook al publicar fotos recientes de un campeonato internacional. La única alegría del torneo para mí era el jabalí. Por un tiempo, estaba libre de comer “repa”, que me hacía vomitar. "Colon aún no ha descubierto América, así que las papas se pueden olvidar por un tiempo. ¡Ah! ¡Qué ganas tengo de patatas fritas con huevo y ensalada de tomate! “, - pensé, y mi boca se llenó de saliva.

Una semana después, las pasiones se calmaron. Ya no tenía multitud de personas frente a la casa, que quería ver el milagro del siglo. Y una semana después me di cuenta de que no podía volver a casa. Cada vez mi corazón me dolía pensando en mi mamá, "¿Cómo está? ¿Cómo aceptó que su única hija desapareciera? ¿O sigue buscando y esperando que vuelva? " Y cada día estoy más convencida de que no puedo salir de este error en el tiempo. Que ese billete a la felicidad era solo para un viaje de ida a una trampa. El corazón se rompía. Todos mis sueños de futuro se quedarán en aquella vida, mamá, amigos, Timur. ¡Perdí todo! Si no hubiera estado en un pueblo medieval, me habría deprimido, pero aquí y ahora no había tiempo para esas tonterías. Me he convertido en una estrella conocida.

Un día de estos un chico entro corriendo en la chabola. Estaba llorando, gritando que, si yo no ayudaba a su madre, el pobre se quedaría huérfano antes de tiempo. Su madre no podía dar a luz. No tenía más remedio que ir. Cuando revisé a la gestante, me di cuenta de que había necesidad de ser operada. No sabía cómo ayudarla. El bebé estaba con la mala posición para salir. No quería dar la vuelta. Yo más o menos sabia, como hacían las cesáreas, en la universidad lo vimos, pero muy superficialmente. Sabía cómo tenían que hacer, pero nunca corté, y la propia operación sólo la vi en clase por un vídeo. Tenía miedo de empeorar la situación. Los médicos tienen ese síndrome. Cuando se trata de una situación decisiva, el médico no puede tomar una decisión clave por temor: No hacer daño.

El marido de la mujer envió al niño a Kara. Kara era una curandera. Durante más de una década, ha tratado a todo el distrito de manera más similar a las sesiones de Kashpersky y Chumak, aunque no puedo dejar de apreciar su conocimiento de la homeopatía. Y el efecto placebo nunca fue cancelado, pero en situaciones difíciles era tan inútil como yo. Empezó a derribar a la pobre mujer con laxantes y eso es cuando sus poderes están fuera de lugar. Cuando vi como la trataba, no aguanté.

- ¡Aléjate de ella! Tu laxante sólo la mata. - Le grité, y luego me giré hacia el hombre, - no puedo salvar a tu esposa, pero trataré de salvar al bebé.

- No necesito un bebé si mi mujer ha muerto. – dijo fríamente el hombre.

Sus palabras no me han dado un puñal en mi alma, pero me han matado. No sabía que en esa época un hombre no podía cuidar de un recién nacido. No podía hacerlo sin una mujer. Pero no estaba pensando en eso en aquel momento. Al ver a una moribunda, que ya estaba inconsciente, oyendo el ritmo cardíaco de un niño, tomé la decisión que pensé que era la única correcta: salvar a alguien. Cogí el cuchillo y le hice una incisión en el abdomen de la mujer. En mi memoria, estaba rodando la película de estudio sobre la cesárea. Kara y el hombre me miraron como si fuera una asesina, pero saque a la pequeña. Ella no respiraba, yo le limpié la boca y la nariz y empecé hacer el masaje cardio pulmonar. Y lo hice. La niña gritó. Los ojos se me llenaron de lágrimas. El sentido de la alegría, de la emoción sincera, me desbordaba. Es la primera vez que me sentí como alguien, tan orgullosamente llamado médica. He sacado de las garras de la muerte una vida. Con el bebé envuelto en los trapos, quería dárselo a su padre, pero no lo quiso cogerla.

- Si pudiste reanimarla, ¿por qué no lo hiciste con mi esposa?

- No podía. Tu esposa estaba muy débil. - Le respondí, como podía explicarle que su esposa tenía ya la agonía y que no tenía la oportunidad de sobrevivir. Y que la niña naciera viva fue un milagro.

- No necesito a este bebe. Llévala. - Lo dijo y salió sin ni siquiera mirar a su hija.

- No debiste haber llegado a nuestra aldea, - dijo Kara. - ¡Te arrepentirás de eso!

Y yo no tenía más remedio que llevar a la niña a la casa de Stepan. Tampoco estaban muy contentos, pero no me dieron la vista. Un bebé recién nacido era una carga y no había garantías de que no muriera en los primeros tres años. Mila corrió a buscar la leche de cabra a la vecina, y Lada, que tenía un bebé, cogió a la niña y la puso en el pecho. Esa cogió el pezón y empezó a chupar, estaba bien. La llamé Zoé, lo que significa la vida en griego. Me he calmado, pero por poco tiempo.

Kara y el padre de Zoé empezaron a envenenarme la vida. Podía entenderlos. Una de ellos perdió unos clientes y el otro pensó que maté a su esposa para llevarme a su hija. Explicarle por qué lo hice no tenía suficiente palabra. Él renegó de su hija. Estos dos soltaron las calumnias e infamias, que yo era una bruja y maté a la madre de Zoé para llevarme al bebé y su alma. El pueblo empezó a señalarme con el dedo. La familia de Stepan, como pudo defendía mi inocencia, y como prueba de esto, dijeron que el alma de la niña sería entregada voluntariamente a la iglesia cristiana, y pronto fue designado su bautizo.




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