El fin de semana había llegado, y con él, la promesa de una cena tranquila con Hugo. Me estaba terminando de arreglar cuando mi teléfono vibró. Era un mensaje de él: ya estaba abajo, esperando. Bajé y lo saludé con cariño al subir al auto, un gesto que él me devolvió con la misma calidez.
Llegamos al restaurante, un lugar acogedor con una luz tenue y un ambiente íntimo. Después de ordenar, mi curiosidad me impulsó a preguntarle:
—¿Cómo te fue en la semana, Hugo?.
Él suspiró, su sonrisa habitual se desvaneció un poco. —En lo laboral, excelente—, dijo, su voz reflejando su éxito.— Pero en lo personal y familiar, fue un desastre, Ari.
Lo miré, sintiendo una punzada de preocupación. —Puedes contarme, si quieres.
Hugo dudó un momento, como si pesara sus palabras. —Hay algo importante de mi vida que no te he contado—, comenzó, su mirada fija en la mesa.—La verdad es que quería olvidar esa parte. Poco antes de entrar a la facultad de medicina, me di la oportunidad de tener una relación con una chica que vivía cerca de mi casa. Estuvimos juntos los tres años que estuve en la carrera—. Tomó un respiro profundo. —Pero cuando mi abuelo falleció y tomé la decisión de dejar medicina para encargarme de la cadena hotelera, ella no estuvo de acuerdo. Empezaron los problemas, las discusiones... y un día, me harté. Decidí terminar con ella, y no nos volvimos a ver—. Su voz se endureció ligeramente al final. —Hasta que esta semana, mi madre decidió invitar a cenar a ese tormento.
La historia me sorprendió. Era una faceta de él que desconocía por completo, una vulnerabilidad que rara vez mostraba. La mención de esa chica me hizo darme cuenta de que esa herida, aunque antigua, seguía abierta.
Después de que Hugo pudo desahogarse, la tensión en el aire se disipó un poco. Continuamos con la cena, y me atreví a bromear, buscando aligerar el ambiente. —Me sorprende saber que tú tuviste una relación seria, al menos una vez en tu vida—, dije, con una sonrisa.
El rio con mi comentario, una risa genuina que me tranquilizó.
—Sí, Ariadna. Por muy difícil de creer que sea, soy capaz de tener una relación.
Después de ese comentario, el ambiente se relajó por completo.
Terminamos la cena, y decidimos ir a caminar por la playa. El sonido de las olas rompiendo suavemente en la orilla era el telón de fondo perfecto para una conversación más profunda.
Mientras paseábamos descalzos por la arena fría, le pregunté un poco más a Hugo sobre esa relación.
Su voz se volvió más seria. —Fue bastante tóxica,— me contó.—Alejandra estaba enamorada de una idea de lo que yo podía ser, no de quien era en realidad. Y cuando esa máscara se rompió, cuando decidí seguir mi propio camino, ella no pudo soportarlo. Por eso la dejé.
Lo escuché con atención, sin interrumpir. Era la primera vez que lo veía tan abierto sobre algo tan personal. —Ha sido la mejor decisión que he tomado en mi vida—, añadió, su voz cargada de una convicción que me hizo entender la magnitud de lo que había vivido.
Mientras caminábamos por la orilla, la brisa marina acariciando nuestros rostros, Hugo rompió el silencio.
—Nunca te he preguntado, ¿has tenido alguna relación seria alguna vez?.
Mi mente viajó al pasado, a una época que había intentado enterrar bajo capas de trabajo y lógica. — Sí, tuve una—, respondí, mi voz apenas un susurro. —También fue cuando entré a la facultad de medicina—. Le conté cómo, recién mudada a la ciudad, conocí a ese chico. Era un compañero de la facultad, y al principio fuimos solo amigos. Alonso, que era su compañero de cuarto, nos había presentado.
—Él, al principio, buscaba cualquier excusa para acercarse—, le expliqué. —Poco a poco lo logró—. Le resumí cómo él fue mi primer novio, mi primera vez, y cómo, en poco tiempo, incluso nos fuimos a vivir juntos.—Yo era una niña—, continué, las palabras se atragantaban en mi garganta,— y él parecía ser un príncipe azul. Pero todo fue una vil mentira.
Las lágrimas comenzaron a asomar en mis ojos, traicionando la fortaleza que siempre intentaba mostrar. Con la voz quebrada, le confesé que tuve que ver cómo mi novio me fue infiel múltiples veces, con quienes consideraba mis mejores amigas, y con muchas compañeras más. —Hasta que un día me cansé y terminamos—, dije, un nudo en el pecho.
Miré a Hugo, la vulnerabilidad en mis ojos. —Gracias a ese chico, conocí a Santiago. Él, junto a Alonso, fueron mis confidentes en ese momento, mis pilares. Y luego, a través de ellos, conocí a Clara—. El dolor de esa época, aunque lejano, aún dejaba sus cicatrices.
El silencio de la playa fue el único testigo de mi confesión. Las palabras, una vez encerradas bajo llave, ahora flotaban en el aire entre nosotros. Hablar de ello, de la traición y el dolor, aún me hacía temblar. Hugo me escuchó sin interrumpir, su presencia un ancla en la tormenta de mis recuerdos. Cuando terminé, me miró, y no vi lástima, sino una profunda comprensión en sus ojos.
Se sentó a mi lado en la arena, y sin decir una palabra, me ofreció su mano. La tomé, y su calor fue un consuelo inesperado. No hizo preguntas ni ofreció soluciones fáciles. Simplemente estuvo allí, presente, un testigo silencioso de una herida que yo creía haber sanado por completo.
—Lo siento mucho, Ariadna—, dijo finalmente, su voz suave. —Nadie debería pasar por algo así. Es... es un golpe muy duro a la confianza.
Asentí, sin poder hablar. Las lágrimas, que había contenido por tanto tiempo, comenzaron a rodar por mis mejillas. No eran lágrimas de tristeza, sino de liberación. Liberación por compartir un secreto tan íntimo con alguien que, de alguna manera inexplicable, parecía entenderme sin necesidad de palabras.
Hugo no intentó detenerme. Simplemente apretó mi mano, su pulgar acariciando mi piel. En ese momento, bajo el vasto cielo estrellado y el arrullo del océano, sentí que la amistad que habíamos forjado no era solo especial, sino que había alcanzado una nueva profundidad. Habíamos compartido nuestras cicatrices, nuestras vulnerabilidades más íntimas. La distancia entre nosotros, la que había mantenido tan cuidadosamente por años, se había acortado de una manera irreversible.
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Editado: 26.08.2025