El vuelo de regreso a Barcelona fue una oportunidad para ponernos al día, y el rostro de Gael era un libro abierto de felicidad. Me contó con lujo de detalles su fin de semana con Clara, cómo la había llevado a un restaurante espectacular, uno de esos lugares que celebran la gastronomía de la isla, y cómo la química entre ellos era innegable. Lo escuché con una sonrisa genuina. Me alegraba mucho por él.
Cuando terminó de relatar su experiencia, se volvió hacia mí con una mirada pícara. —¿Y a ti, cómo te fue? No llegaste a dormir al hotel anoche.
Mi corazón dio un pequeño vuelco, pero mantuve la compostura. —Solo cené con Ariadna—, dije, restándole importancia.
—Me lo imaginé—, bromeó Gael, con una sonrisa amplia. —Y por lo visto la cena se extendió hasta el amanecer, como no volviste.
Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. Era inútil intentar ocultarle algo a Gael, especialmente algo tan evidente.
—¿Y te vas a quedar en Barcelona?—, me preguntó Gael, su tono más serio. —O te vas a Madrid a ver a tus padres.
Miré a Gael, la imagen de la cena con Alejandra aún fresca en mi mente.
—Prefiero quedarme aquí—, le respondí con firmeza. —Al menos hasta que Alejandra vuelva a Londres. No estoy de humor para más cenas familiares incómodas—. Gael asintió, comprendiendo mi necesidad de distancia.
Más tarde, cuando llegamos al hotel, cada uno se dispuso a irse a su habitación. Sin embargo, en el camino se nos cruzó una de las nuevas recepcionistas. Nos saludó con una amabilidad excesiva y una coquetería evidente, dirigiendo toda su atención a mí. Con una sonrisa coqueta, me ofreció sus servicios, sus intenciones eran claras.
Aunque noté sus intenciones, la verdad era que mi mente y mi corazón estaban en otro lugar. Con una simple sonrisa y un —Gracias—, preferí ignorarla y seguir mi camino hacia mi habitación. La recepcionista se quedó allí, con su sonrisa congelada, mientras me alejaba.
Ariadna
Por otro lado, la vida en Las Palmas seguía su curso. Me encontraba en mi consulta, inmersa en expedientes, esperando la hora del almuerzo. Al llegar el momento, me dirigí al cafetín del hospital. Clara y Alonso ya estaban en nuestra mesa, inmersos en una conversación animada. Me uní a ellos con entusiasmo. Clara, con una sonrisa que no le cabía en el rostro, me contó con lujo de detalles su cita con Gael. Era evidente que estaba muy ilusionada.
Después de un rato, Alonso se giró hacia mí.—¿Y tú, Ariadna? ¿Qué tal tu fin de semana?.
Les conté que había salido a cenar con Hugo y, sintiéndome lo suficientemente cómoda para ser vulnerable, me atreví a contarles un poco sobre la conversación que tuvimos. Omití la parte de la ex de Hugo, concentrándome en mi propio pasado.
— Le conte de mi primera relación, de la traición y el dolor que sentí en ese momento.
Alonso me escuchó con atención, su expresión comprensiva, Pero con algo de arrepentimiento. —Ari —, comenzó, su voz vacilante, —respecto a esa persona... había olvidado, o mejor dicho, omitido, decirte algo.
Pero cuando estaba a punto de continuar, Santiago se acercó a la mesa y lo interrumpió, su rostro un reflejo de la sorpresa.
—¡Ariadna, no te imaginas lo que me acabo de enterar!—. Santiago se sentó y, sin dudarlo, lanzó la pregunta.—¿Te acuerdas del capullo de Theo?—. La mención de ese nombre me revolvió el estómago.
Con amargura, respondí: —Sí, claro. Justamente estábamos hablando de él.
Santiago continuó, con la expectancia reflejada en su rostro. —¡Pues está comprometido y me ha invitado a su boda!.
La noticia nos tomó a todos por sorpresa. Clara y Alonso exclamaron a la vez. Alonso, con una expresión de arrepentimiento, me miró y dijo: —Eso mismo iba a contarte.
Con una rara sensación de curiosidad, le pregunté: —¿Por qué no me habías dicho nada? Es algo que hace mucho tiempo dejó de afectarme.
Fue Clara quien intervino, con la voz llena de intriga: —¿Y quién es la desafortunada?.
Alonso y Santiago intercambiaron una mirada incómoda. —Esa es la razón por la que no sabía si contarte—, respondió Alonso, con cautela. —No es una desafortunada, sino más bien un desafortunado. Theo, tu fatídico ex, que arruino cualquier deseo en tu de tener una relación en algún momento de tu vida, ahora es abiertamente gay.
Clara y yo nos quedamos con la boca abierta, incapaces de procesar la noticia. Fue Clara quien rompió el silencio con una sonora carcajada.
Pronto, Santiago y Alonso se unieron a ella, pero yo permanecí en silencio, la noticia girando en mi cabeza. El pasado se reescribía de una manera tan absurda que mi cerebro, acostumbrado a la lógica, no podía asimilarlo.
Después de terminar mi comida, ignorando las risas y burlas de mis amigos, me dirigí al cuarto de descanso. Necesitaba un momento a solas. Tomé mi teléfono y decidí hacer una videollamada con Hugo. Él no tardó en contestar y, al ver mi expresión, supo que algo andaba mal.
—Ariadna, ¿todo anda bien?—, preguntó, con su habitual tono de preocupación.
Sin más, solté la noticia: —Theo, mi ex, es gay.
Hugo, al otro lado de la pantalla, quedó impactado. Pero no tardó en estallar en carcajadas. Lo miré con el ceño fruncido.
—No entiendo por qué te ríes—, le dije, sintiendo una punzada de frustración. —Tú, y los chicos, lo encuentran gracioso. Pero a mí no me parece chistoso.
—Claro que es chistoso, Ariadna—, respondió Hugo, aún entre risas. —Y explica por lo que te hizo pasar. Solo un verdadero maricón podría menospreciar y lastimar a una mujer como tú.
El comentario me hizo sonrojar, y una extraña sensación de ligereza se apoderó de mí. Era un elogio genuino, una afirmación de mi valía que llegaba en el momento justo. Por primera vez, no sentía el peso del pasado, sino la absurdidad de la situación.
Las risas de Hugo al otro lado de la pantalla fueron el detonante que necesitaba. Mi mente, que había estado tan anclada en el dolor del pasado, de repente vio la situación bajo una nueva luz: la de la absurdez.
#1841 en Novela romántica
#679 en Chick lit
polosopuestos, polos opuestos amistad y amor, romance y casualidad
Editado: 26.08.2025