Encuentro Inesperado

Capitulo 18

El lunes amaneció con la misma rutina que conocía a la perfección. Me encontraba en Madrid, terminando una reunión con mis accionistas y finiquitando los últimos detalles para la inminente inauguración del hotel en Canarias. Acababa de salir de la sala de reuniones cuando mi teléfono sonó con una llamada de mi padre, Sergio. Lo saludé con cariño, informándole que estaba en la ciudad y que pasaría a visitarlos a él y a mi madre, Amina, más tarde. Mi padre se emocionó.

— ¡Qué buena idea, hijo! Me parece genial que vengas. De hecho, debo contarte algo.

Debido a los recientes intentos de mi madre de reunirme con Alejandra, mi guardia se levantó de inmediato.

— Padre, dime que no es nada que deba preocuparme—, le dije, con cautela.

Sergio se rio al otro lado de la línea. — No, no te preocupes. Simplemente, quería pedirte uno de tus hoteles para un evento—. Accedí sin problemas. Era mi padre, y si podía ayudar, lo haría con gusto. Me agradeció, y me dijo que me contaría los detalles por la noche.

Esa noche, llegue a casa de sus padres en compañía de Gael. La bienvenida de mis padres fue cálida, como siempre. Sin más preámbulos, pasamos al comedor, donde una deliciosa cena ya nos esperaba.

Durante la comida, el ambiente era distendido, pero notaba la emoción contenida de su padre. Sergio, con una copa de vino en la mano, se aclaró la garganta. — Hijo, te agradezco mucho que nos prestes el hotel. La verdad es que es para un evento muy especial. El hospital donde he trabajado todos estos años ha decidido organizar una gala en mi honor.

Lo mire, intrigado. — ¿Una gala, padre? ¿Y eso por qué?.

Una sonrisa nostálgica se dibujó en el rostro de Sergio. — Porque después de tantos años, me jubilo.
La noticia me tomo por sorpresa. La mezcla de orgullo y tristeza en la voz de mi padre era palpable. — Padre...— , comence, mi voz llena de cariño. — ¡Esa es una noticia fantástica! Y el hotel, por supuesto, está a tu total disposición. No solo por ser mi padre, sino porque eres un gran médico, el mejor, y te mereces ser conmemorado por todo lo alto.

Gael asintió, compartiendo el sentimiento. La cena continuó mientras discutiamos los planes para la gala, una celebración que uniría mi mundo de los negocios, con el mundo de la medicina de mi padre.

Ariadna

El sol de la mañana me cegó al salir del hospital. La guardia había sido agotadora, pero la anticipación me llenaba de energía. El pensamiento de ir a Madrid, de ver a Hugo, de asistir a una gala en honor a su padre... todo me parecía un sueño. El hospital, con su ambiente tenso y sus pasillos interminables, ya parecía un recuerdo lejano.

Por la tarde, ya descansada y con las energías recargadas, subí al coche de Clara. Ella me recibió con una sonrisa que no le cabía en la cara.

— ¡No puedo creer que estemos haciendo esto!—, exclamó, mientras salíamos a la autopista. — Una gala, en Madrid. Con Hugo y Gael... ¡Es de ensueño!.

El viaje fue un torbellino de emociones y conversación. Clara, con su habitual espontaneidad, no podía dejar de hablar de Gael. — Es tan atento, Ariadna. Y me hace reír tanto... ¿Crees que este sea el indicado?.

Sonreí, feliz por ella. — Claro que sí, Clara. Se ve que son el uno para el otro.

Luego, la conversación viró hacia mí. — Y tú, Ariadna...—, comenzó, con una mirada pícara. — No te vas a librar. Cuéntame, ¿qué tal con Hugo? ¿Ya le pusiste un nombre a esto que tienen?.

Me reí, sintiendo un leve sonrojo. — No hay nada que ponerle nombre. Es solo... mi amigo. Es una persona que me hace sentir bien, que me hace reír... que me hace olvidar de todo lo demás.

Clara me miró con una sonrisa genuina. — Eso es lo único que importa, amiga. Me alegro mucho por ti. De verdad, te ves tan feliz.

La tarde se convirtió en noche mientras nos acercábamos a la capital. La ciudad nos recibió con sus luces brillantes, y mi corazón latía con la misma emoción y nerviosismo que sentía al comenzar una nueva guardia, pero esta vez, la causa era totalmente distinta.

Una vez que llegamos a Madrid, Clara y yo nos dirigimos al hotel. Era el mismo en el que me había quedado durante el congreso, pero esta vez, la gala en honor a Sergio se celebraría en otro de los hoteles de Hugo. A pesar del cansancio del viaje, nos dispusimos a arreglarnos. Clara se maquillaba y peinaba con una emoción palpable, mientras yo, en mi habitación, me encontraba en un dilema. Había llevado varias opciones de vestidos, pero ninguno me convencía.

El tiempo se agotaba. Gael llegó por Clara, y después de un breve saludo, se fueron, con la promesa de que Hugo vendría a recogerme. La presión se intensificó. Me miré en el espejo y, finalmente, mis ojos se detuvieron en un vestido que había comprado por impulso. Era de escote halter asimétrico, con la espalda descubierta, y de corte sirena que se ceñía a mi cuerpo, resaltando mi silueta. Era atrevido, pero me sentí segura con él.

Cuando Hugo llegó al hotel, yo ya estaba en el lobby, esperándolo. Al verlo, mi corazón dio un vuelco. Él, con su elegante traje de etiqueta, se veía impresionante. Pero cuando sus ojos se posaron en mí, su expresión fue de total asombro. Su boca se abrió ligeramente, y se quedó boquiabierto, sin poder decir una palabra.

Cuando por fin Hugo recobró el aliento, su voz era apenas un susurro. — Wow...—, dijo, y sus ojos recorrieron mi figura con una admiración palpable. — Ariadna, luces impresionante—. El sonrojo que sentí fue más cálido que cualquier halago que hubiese recibido.

Subimos al auto, y el trayecto a la gala transcurrió en una mezcla de silencio cómodo y una excitación palpable. Al llegar, Hugo bajó y, con una galantería que me hizo sentir en una película, rodeó el auto para abrir mi puerta y ofrecerme su mano. Una vez que salí, mi vista fue empañada por los miles de flashes de las cámaras de los reporteros que se agolpaban en la entrada. Me sentí abrumada, pero logré tomar el brazo que Hugo me ofrecía. Él me guió con firmeza a través de la multitud, una mano protectora en mi cintura, hasta la entrada del hotel.




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