Hugo
La semana se pasó volando, una ráfaga de reuniones y preparativos con Gael para la inauguración del hotel. El viernes por la noche, me encontraba en Madrid, sentado en la mesa de la cocina de mis padres, disfrutando de la cena que mi madre había preparado. El aroma a comida casera me llenaba de nostalgia y tranquilidad. En medio de la conversación, decidí que era el momento de dejar un punto claro.
— El siguiente fin de semana será la inauguración del hotel en Canarias— , les dije, mi voz llena de una mezcla de orgullo y nerviosismo. — Es un día muy importante para mí, he trabajado mucho en este proyecto, y me haría muy feliz que me acompañaran.
Sergio y Amina no tardaron en asentir con entusiasmo. — Allí estaremos, hijo. No nos lo perderíamos por nada—, dijo mi padre, con una sonrisa radiante.
Me giré hacia mi madre, mi tono se volvió más serio. — Mamá, ya hablé con Alejandra, pero quería que tú también lo supieras—. Hice una pausa, buscando las palabras adecuadas.
— Alejandra es parte de mi pasado, y para ser honesto, es un pasado que no fue grato para mí, por muchas razones. No solo por el final de nuestra relación—. La miré directamente a los ojos. — Así que te agradecería que no la invites. Lo que más quiero es disfrutar de este día con las personas que amo.
Gael
El sol de Canarias nos daba la bienvenida al llegar, pero mi primer y único objetivo era ver a Clara. La recogí para almorzar y en cuanto la vi, la saludé con un beso cariñoso. La había extrañado más de lo que pensé. Nos sentamos en un restaurante con vista al mar y nos pusimos al día. Hablamos de la semana, de lo mucho que nos habíamos extrañado y de la inminente inauguración.
La conversación, inevitablemente, se dirigió a Hugo y Ariadna. Ambos sabíamos que entre ellos existía una química innegable, pero ninguno de los dos se atrevía a dar el siguiente paso.
— Mi amigo, el Hugo que conozco, solía ser liberal y despreocupado. Nada lo afectaba lo suficiente como para tener que huir de ello—, le dije a Clara. —Pero con Ariadna... con ella siempre está ocultando sus sentimientos. Se pone a la defensiva, como si tuviera miedo.
Clara asintió. —Con mi amiga es lo contrario. La Ariadna que yo conocía solía huirle a todo. Cualquier sentimiento que no supiera manejar, cualquier situación que la afectara, escapaba y se cerraba en sí misma. Nunca la había visto abrirse y ser tan honesta con alguien, más que con Alonso y conmigo. Pero ahora lo hace con Hugo, sin dudarlo.
Ambos nos quedamos en silencio, procesando la ironía. Dos personas tan opuestas en su forma de lidiar con las emociones, pero que se encontraban en el mismo punto con el otro.
—Normalmente no me gusta intervenir en las relaciones de Hugo. Respeto su privacidad—, le confesé. —Pero lo quiero mucho, y lo que más deseo es que este testarudo sea feliz.
—Lo mismo digo para Ariadna—, respondió Clara. —Se merece ser feliz.
Nos miramos, una idea formándose en nuestras mentes al mismo tiempo. Acordamos que lo mejor sería intervenir. Un empujoncito no le haría mal a nadie, ¿verdad?
Ariadna
Esa noche, me encontraba en mi apartamento, agotada por la semana de trabajo. Asumía que Hugo estaría muy ocupado y no podría vernos, así que me resignaba a una noche tranquila. Sin embargo, mi teléfono vibró con un mensaje de Clara: — ¡Salimos! Hugo, Gael, Alonso, su novia y nosotras. Vístete ya—. Sin dudarlo, acepté y fui a arreglarme.
Unos minutos más tarde, el coche de Gael pasó a recogerme. Al subir, saludé a mis amigos y a Hugo, que me miró con una sonrisa. — No te dije para salir porque, de verdad, pensaba trabajar esta noche—, me explicó. — Pero Gael, de un momento a otro, prácticamente me secuestró—.
Gael solo rió, confirmando mis sospechas de que algo tramaban.
Cuando llegamos, nos reunimos con Alonso y su novia en un bar. La noche se llenó de música, risas y baile. Me sentía feliz, con mis amigos a mi alrededor y Hugo a mi lado, disfrutando de su compañía, como siempre.
En un momento, mientras bailábamos, Clara me guiñó un ojo. Ella y Gael, con una complicidad que no me pasó desapercibida, se acercaron a nosotros. — Nos morimos de sed—, dijo Clara. — Vamos por unas copas. Quédense aquí, volvemos enseguida.
Y así, Hugo y yo nos quedamos solos en el centro de la pista de baile. El resto del grupo se había dispersado, como por arte de magia. Hugo me miró, y su sonrisa desapareció, dejando paso a una expresión más seria y vulnerable.
Pero su expresión cambió por completo. La seriedad en su rostro se desvaneció, reemplazada por una mezcla de incredulidad y molestia. Lo escuché murmurar para sí mismo: — No puede ser.
Miré en la misma dirección que él, y mi mirada se detuvo en una escena improbable. Clara discutía, con las manos en las caderas y el ceño fruncido, con nada más y nada menos que con Santiago.
Un Santiago visiblemente ebrio hizo a un lado a Clara y a los chicos que lo acompañaban y se acercó a nosotros, tambaleándose un poco. Al verlo, mi mente se congeló.— ¿Qué haces aquí?—, le pregunté, mi voz una mezcla de incredulidad y molestia.
— ¿Qué haces tú aquí?—, me respondió, su voz arrastrada. Continuó, alzando la voz: — ¡No hay un solo sitio en el que no te encuentre! Salgo un solo día a olvidarme de ti y ahí estás, ¡y con el imbécil que te ha alejado de mí!.
El comentario hizo enfurecer a un ya molesto Hugo. Se le acercó, sus ojos oscurecidos. Recordando la rabia contenida que había sentido en el yate, decidí intervenir. Me acerqué, poniéndome entre ellos, pero Santiago no me dejó pasar.
— Como siempre—, me dijo, con una burla cruel en su voz. —Corriendo tras él como un perro faldero.
Hugo, con una furia silenciosa, lo empujó ligeramente. —No la insultes.
Santiago, en respuesta, lo aplaudió, una sonrisa burlona en sus labios. —¡Qué héroe! Con esa actitud seguro que la enamorarás más.
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Editado: 26.08.2025