Me quedé en silencio, procesando las palabras de Hugo. Su declaración de amor, su disposición a luchar... era todo lo que siempre había deseado, y al mismo tiempo, todo lo que me aterraba.
— No sé qué decir— , le confesé. — Creo que lo mejor es que me vaya a casa, piense y luego hablemos.
Hugo intentó persuadirme para que me quedara, pero mi miedo era más fuerte que mi deseo de hacerlo. Tenía que irme.
Al llegar a mi casa, llamé a Clara y Alonso. Necesitaba a mis amigos, a quienes me habían visto en mis peores momentos. No tardaron en llegar, y cuando les conté lo que había pasado, estallaron de felicidad.
— ¡Lo sabíamos!—, exclamó Clara, abrazándome. — ¡Era más que obvio!.
— No sé qué hice— , les dije, mi voz llena de pánico. — No estoy segura de querer una relación con Hugo.
Clara me miró con seriedad. "No tienes que tener miedo, Ariadna. Hugo no es Santiago. Y mucho menos el infeliz de Theo. Eres más fuerte que ellos, y te mereces ser feliz".
Alonso intervino. — Ella tiene razón. Para ser feliz debes darte la oportunidad. No eres la misma chica que cuando iniciamos la facultad, y tampoco eres tu madre, como para vivir la misma historia que tus padres— . Me miró con una sinceridad que me llegó al alma. — Debes arriesgarte. Y si Hugo comete algún error, allí estaremos para consolarte, y para sepultarlo sin dudarlo. Pero si lo amas, debes intentarlo con él.
En medio de nuestra conversación, mi teléfono sonó. Era un número desconocido de Barcelona. La ansiedad se apoderó de mí, y mis amigos guardaron silencio, expectantes. Al contestar, una voz formal me dijo que era la asistente del director del hospital y que me llamaba para explicarme la propuesta de trabajo. Ella me preguntó si podía ir el lunes a reunirme con ellos.
Después de que terminé la llamada, mis amigos me miraron con curiosidad. Les conté sobre la propuesta de ir a trabajar y estudiar en Barcelona. La noticia los emocionó.
Clara, que ya había recuperado el aliento, me dijo, con los ojos brillando de emoción: — ¡Eso es el principio para cumplir tu sueño, Ariadna! ¡Tienes que irte! Es lo mejor para ti.
Alonso, siempre más práctico, agregó: — No puedes desperdiciar una oportunidad así. Es una de las mejores del país. Te la has ganado.
(...)
La semana pasó con una lentitud desesperante. Hugo y yo no hablamos, y yo no me sentía lista para hacerlo. La propuesta de Barcelona, ese sueño que había anhelado por tanto tiempo, era real. Viajé a la ciudad, me reuní con los directivos y, efectivamente, era todo lo que había soñado. La oportunidad perfecta, pero me sentía vacía.
Llegó el sábado, y me encontraba recostada en el sofá, una parte de mí esperando que Hugo llamara a la puerta o me escribiera para vernos. Pero eso no pasó. Me rendí y le escribí a Clara.
— ¿Estás con Gael? .
— Sí— , me respondió. — Estamos en una cita.
Le pregunté por Hugo. — No viajó con Gael—, me respondió. Una punzada de tristeza me atravesó. En lugar de insistir, simplemente me di un baño y me fui a dormir, con el peso de la incertidumbre sobre mis hombros.
El domingo, el aroma a café y tostadas llenaba mi apartamento, pero la tristeza me pesaba tanto que no podía probar bocado. Me encontraba desayunando con Clara y Alonso, y mi silencio era tan ruidoso que no necesitaban preguntarme si algo andaba mal.
— Ariadna, escríbele a Hugo—, me dijo Clara, con su habitual franqueza.
— No—, respondí, sin siquiera mirarla. — Aún no he tomado una decisión y no quiero confundirlo más.
Alonso, siempre más paciente, intervino. — Entonces debes decidirte pronto, Ariadna. La incertidumbre también es un tipo de decisión.
Quise cambiar el tema. Le pregunté a Clara por Gael, y su respuesta solo hizo que mi tristeza se profundizara. — Tuvo que irse—, me dijo. — No quería dejar solo a Hugo.
La idea de que Hugo estuviera solo, de que yo fuera la causa de su soledad, fue demasiado para mí. Me levanté, incapaz de seguir intentando comer, y llevé mi plato a la cocina. Desde allí, escuché a Clara susurrarle a Alonso: — ¿Por qué si dos personas se aman, tienen que interponer tantas cosas para estar juntas?.
Porque tenia miedo, respondi en mi mente.
Alonso me preguntó cuándo debía mudarme, pero antes de que pudiera responder, la presión que sentía se desbordó. No pude contener las lágrimas. Me dejé caer en el suelo de la cocina, mi cuerpo sacudido por el llanto. Mis amigos, sin dudarlo, corrieron hacia mí, se sentaron en el suelo y me abrazaron. Me consolaron, me susurraron palabras tranquilizadoras, y yo me aferré a ellos como si mi vida dependiera de ello.
Después de un rato, cuando me calmé, me ayudaron a levantarme y me guiaron a la sala. Me senté en el sofá, mis ojos hinchados. Los miré y les dije, con el corazón en la mano, que no sabía cómo viviría en Barcelona sin ellos.
Clara, con una sonrisa tranquilizadora, me dijo que me visitarían cada que pudiesen. Alonso, siempre práctico, agregó que hablaríamos todo el día, todos los días. Su apoyo incondicional me conmovió profundamente. No les dije nada, solo los abracé, sintiendo que en ese momento, el miedo de perderlos se disipaba.
Hugo
Los días siguientes a la inauguración fueron un borrón de trabajo. Me había enterrado en correos electrónicos, llamadas y planes de expansión, cualquier cosa para no pensar en Ariadna. Mi corazón estaba afligido, y el único consuelo que encontraba era en la rutina frenética que me permitía no sentir.
Temprano, un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos. Era Gael, de vuelta de Canarias.
— Hey, amigo— , me dijo, entrando en la habitación. — Todo bien. ¿Y tú? ¿Cómo estás?.
Le invité a pasar y nos sentamos a desayunar. — Me alegro— , le dije, genuinamente feliz de verlo. — Todo bien por aquí, ajetreado con el trabajo, como siempre.
— Parece que el hotel es un éxito—, me dijo, mientras me servía un café.
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Editado: 26.08.2025