Encuentro Inesperado

Capitulo 23

Pasaron dos semanas. La vida en Barcelona, entre turnos en el hospital y clases, se había vuelto mi nueva normalidad. Me sentía más fuerte, más centrada, y cada sesión de terapia me ayudaba a entender por qué me había sentido tan perdida. Ya no veía mi trabajo como un escape, sino más bien como una forma de encontrarme a mi misma, pues no sabía quién era realmente.

Había pasado tanto tiempo huyendo, huyendo de los problemas, huyendo de los sentimientos, huyendo de todo aquello que me hacía sentir, vulnerable, que me había perdido a mi misma en el camino. Por eso había aceptado ese trabajo, no solo era un sueño para mi, también era la única forma de obligarme a salir de mi zona de confort, a atreverme, a arriesgarme. Justo cuando salía de mi turno, mi teléfono sonó con una videollamada de mis amigos. Contesté, una sonrisa genuina dibujándose en mi rostro.

— ¡Hola, chicos!—, exclamé, mi voz llena de emoción al ver a sus rostros familiares en la pantalla. Los extrañaba.

— ¡Hola, Ariadna!—, me saludaron Clara y Alonso. — Cuéntanos, ¿cómo te ha ido? ¿Cómo es el nuevo hospital?.

Empecé a hablar sin parar, contándoles sobre una clase que había tenido ese día, sobre lo bonito que se sentía estar con personas que compartían tu misma pasión, y como eso me hacía esforzarme cada vez más para superarme a mi misma. — Es increíble estar aquí. Siento que realmente estoy en el lugar donde debo estar.

Luego, les pregunté sobre sus vidas. Me contaron sobre sus respectivos servicios, y se quejaron, de broma, de lo mucho que me extrañaban. La conversación fluyó, natural y reconfortante. En medio de la charla, Clara, con una sonrisa cómplice, dijo: — Queremls verte pronto. ¿Qué tal el próximo fin de semana? Iremos a Barcelona.

Mi corazón dio un salto de alegría. Mis amigos, mi ancla, vendrían a verme. La idea de tenerlos cerca de nuevo me llenó de una felicidad que no sentía en mucho tiempo.

Clara

Había pasado poco tiempo desde que Ari se había mudando y realmente la extrañaba, pues desde hacían muchos años que no pasábamos tanto tiempo sin vernos, me había acostumbrado a ir a su casa todos los días, a verla en el hospital, Pero sabía que era por su bien y eso me hacía feliz.

Por otro lado, mi relación con Gael iba bastante bien, el me comprendía de una forma tan increible, que me hacía sentir afortunada de tenerlo. Y la mejor parte de todos es que habíamos logrado sacarle el lado bueno a la distancia. Ese día el estaba de visita en canarias y habíamos salido a cenar a un lindo restaurante. La noche era agradable y la conversación fluía con ligereza, hablando sobre nuestras actividades de la semana, pero mi mente, inevitablemente, se dirigió a mis dos amigos ausentes.

— ¿Cómo está Hugo?—, le pregunté a Gael, la preocupación en mi voz.

— Está bien... lo mejor que puede estar—, me respondió, su mirada perdiéndose en el vacío. — Está viajando, recorriendo sus hoteles en el extranjero. Y de verdad, ya me hace falta. Pero se niega a regresar.

El silencio se hizo pesado. Luego, Gael me preguntó por Ariadna. — Ella está igual—, le respondí.

— Adaptándose a su nuevo trabajo, a la nueva ciudad, y tratando de no derrumbarse.

La culpa en el rostro de Gael era palpable. — Me siento culpable—, confesó. — Si no lo hubiese forzado a revelar sus sentimientos, nada de esto estaría pasando. Seguiríamos siendo amigos, como siempre.

Le tomé la mano por encima de la mesa. — No es tu culpa, amor. Tú solo intentabas ayudar.

Ariadna

El fin de semana llegó, y cuando llamaron a la puerta, mi corazón se llenó de felicidad. La abrí y allí estaban mis amigos, Clara y Alonso, y para mi sorpresa, Gael. A cada uno le di un abrazo fuerte, sintiendo que no sabía lo mucho que los había extrañado hasta ese momento.
Mis amigos habían llevado comida para que almorzáramos juntos, así que nos sentamos en mi mesa y la conversación fluyó con naturalidad. Sin embargo, mi mente no podía dejar de pensar en Hugo. En un momento, Gael y yo nos alejamos de los demás para ir a la cocina. Era el momento de hablar.

— ¿Cómo está él?—, le pregunté, con una preocupación que no pude ocultar.

— No ha sido fácil para Hugo—, me dijo Gael. — Pero viajar de un país a otro lo mantiene estable. De verdad lo extrañaba.

Una punzada de dolor me atravesó. Nunca quise que él tuviera que estar huyendo para sentirse bien. — Me siento tan mal por eso—, le confesé.

— Ariadna, no es tu culpa—, me dijo Gael, con sinceridad. — Si no hubiese intervenido en la gala, nada de esto estaría pasando. Solo quería que fueran felices.

Lo miré, sintiendo un nudo en la garganta. — Tarde o temprano habríamos sabido la verdad—, le dije. — La culpa es mía, Gael. Me sentí tan abrumada que no supe cómo reaccionar. Todo se me salió de las manos y fui yo quien arruinó mi relación con Hugo. Nadie más. — Admiti, pues así lo sentia, mis miedos eran responsables de todo lo que había pasado—. Me gustaría hablar con él—, le confesé a Gael, la idea formándose en mi mente. — Pero me da miedo escribirle y que no me conteste. Sé que lo mejor es hablar en persona.

Gael sonrió, una mirada de alivio en sus ojos. — Pues si quieres hablar con él, tienes una oportunidad de hacerlo—, me dijo. — Justo hoy llega a Barcelona. Tenemos que reunirnos para coordinar un evento, aunque no sé cuánto tiempo se quedará en la ciudad.

El resto de la tarde, las palabras de Gael resonaron en mi cabeza. La idea de ver a Hugo de nuevo, de hablar con él, de enfrentar mis miedos, se hizo más grande con cada minuto que pasaba. Por fin, después de tantas semanas de huir, sentía que era el momento de la verdad.

Me repetía a mí misma las palabras de mis amigos, las palabras de mi terapeuta. — Debes arriesgarte.

Decidí que era hora de dejar de huir. Me vestí con lo primero que encontré, una simple blusa y unos vaqueros, y salí de mi apartamento. No sabía lo que le diría, o si él me perdonaría, pero sabía que tenía que intentarlo. Caminé por las calles de Barcelona, con el corazón latiendo con fuerza, pero esta vez, no era un latido de miedo, sino de esperanza.




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