Mis piernas temblaban, incapaz de creer que Hugo estaba frente a mí. Todo lo que había planeado decirle, todas las palabras que había ensayado en mi mente durante semanas, se quedaron atrapadas en mi garganta. Solo pude decir — Hola—. Los minutos pasaban, y seguíamos allí, de pie, sin saber qué decir, hasta que reuní todo el coraje que me quedaba y hablé de nuevo. — Es hora de que hablemos, le dije.
Nos fuimos a un restaurante cerca del aeropuerto, y el silencio nos acompañó durante todo el camino. Una vez sentados, respiré hondo y lo miré a los ojos. — Lamento que nuestro primer encuentro después de tantos días sea tan incómodo—, le confesé. Hugo asintió, diciendo que él también lo sentía.
Continué, sintiendo que un peso se me quitaba de los hombros. — Después de varias semanas, he pensado mucho. Incluso he estado yendo a terapia, porque me he dado cuenta de que mis miedos me han estado limitando toda mi vida. He dejado pasar muchas cosas con tal de no lidiar con mis traumas, y entendí que eso no es sano.
Hice una pausa, y por fin, me armé de valor para decir lo que sentía. — Te amo, Hugo. Estoy realmente enamorada de ti—. Le dije sin mas.— La fantasía que creí que era, se ha vuelto una realidad tangible. Mis sentimientos no han desaparecido ni han cambiado en tu ausencia, sin toda la diversión y el escape que había envuelto nuestra relación desde el minuto uno, aún así estar en mi mente y en mi corazón porque cada segundo pienso en ti. En como estás, en qué estarás haciendo, en qué pensarías al respecto de cada cosa que me pasa.
Hugo me miró, y por fin, después de lo que me pareció una eternidad, respiró profundamente. — Ariadna—, me dijo, su voz ronca y llena de emoción. — Me pasa igual. Los últimos días he viajado por media Europa, me he aferrado a mi trabajo para no pensar en ti, pero ha sido imposible. Estás en cada pensamiento, en cada acción, en cada latido de mi corazón—. Hizo una pausa, y por fin, las palabras que había anhelado escuchar salieron de su boca. — Porque yo también te amo.
Se inclinó, tomando mi mano entre las suyas. — Si de algo me ha servido escapar, es que comprendí que el amor es solo para valientes. Pero si no estás lista para corresponder a mi amor, no puedo obligarte.
Lo miré, sintiendo un nudo en la garganta. Por fin, después de tanto miedo, de tanta incertidumbre, me sentí en paz. — Estoy lista—, le revelé.
Hugo no podía creer lo que había escuchado. Sus ojos se llenaron de una felicidad abrumadora, y antes de que yo pudiera decir otra palabra, me abrazó con una fuerza que me hizo sentir segura.
— No sabes lo feliz que me haces al escuchar eso—, me susurró al oído. Nos separamos un poco, y lo miré a los ojos. — Solo te pido una cosa, Hugo— , le dije, mi voz llena de súplica. — Dame paciencia. Prometo que haré todo lo que esté en mis manos para que nuestra relación funcione.
— Yo también, Ariadna— , me prometió, sus ojos fijos en los míos. — Daré todo de mí para que esto funcione.
Mi corazón se llenó de una alegría inmensa, una que no había sentido en mucho tiempo. Sonreí, agradecida por su comprensión, y en ese momento, supe que no había marcha atrás. Lo besé, sellando nuestra promesa, no solo con mis labios, sino con mi corazón.
Hugo
Habian pasado seis meses desde que Ariadna y yo decidimos darle una oportunidad a nuestra relación, y el resultado ha superado con creces cualquier expectativa que pudiese haber imaginado. A lo largo de este tiempo hemos aprendido a sincronizar nuestras vidas, acomodando horarios, responsabilidades y exigencias laborales que, en ocasiones, consumen gran parte de nuestra jornada. Pese a esas demandas externas, hemos desarrollado una complicidad sólida y equilibrada; nos apoyamos mutuamente, respetamos espacios y prioridades, y hemos encontrado maneras prácticas de compartir tiempo de calidad sin descuidar nuestras obligaciones. Lo que no admite duda es el sentimiento que me une a Ariadna: la amo con todo mi corazón.
Esa noche viajamos a Madrid para cenar con mis padres, y la acogida fue cálida desde el primer instante. El primero en recibirnos fue mi padre, cuya alegría por nuestra relación debía tanto al cariño que siente por ambos como a la ilusión de vernos felices. La cena transcurrió entre risas, recuerdos y anécdotas familiares; muchos de esos episodios conmovieron a Ariadna y despertaron en mí cierta vergüenza agradable, la que provoca recordar momentos íntimos contados por quienes nos conocen mejor. A pesar del ambiente festivo, la reunión concluyó antes de lo previsto: al día siguiente teníamos planeado encontrarnos por la mañana con amigos para salir, por lo que preferimos descansar y afrontar la jornada siguiente con energía.
A la mañana siguiente, me desperté con una de las imágenes más hermosas que había visto en mi vida: la de mi novia durmiendo plácidamente sobre mi pecho. La admiré por un rato, acaricié su barbilla, y la levanté para besarla.
Ella se despertó sonriéndome. — Buenos días, mi amor.
— Buenos días, mi preciosa.— Ambos nos arreglamos y salimos para reunirnos con nuestros amigos.
Llegamos al restaurante, y la familiaridad del lugar me llenó de alegría. Nuestros amigos ya estaban allí, Gael, Clara, Alonso y su novia, sentados alrededor de una mesa, conversando animadamente. Nos saludamos y nos unimos a ellos, y la charla fluyó con naturalidad.
Fue Gael quien rompió la rutina.
— Hugo y Ariadna tienen una noticia que darnos—, dijo con una sonrisa, lo que causó intriga en el resto del grupo.
Ariadna se rio, y luego habló. — Gracias por el empujón, Gael. Hugo ha comprado una casa en Barcelona —. Miró a Ariadna y, con una sonrisa que me hizo sentir el hombre más afortunado del mundo, me tomó la mano.— Y me ha pedido que me vaya a vivir con él.
La mesa se llenó de exclamaciones de sorpresa y alegría. Todos se emocionaron con la noticia, felicitándonos por el gran paso que estábamos dando en nuestra relación. La sonrisa en el rostro de Ariadna era la única respuesta que necesitaba.
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Editado: 26.08.2025