¿Dónde estas Carmen?
Era la primera vez en un año que me sentía bien conmigo mismo: las vacaciones de verano sería un buen momento para despejar y sobreponerme al desgaste físico y mental que implicaba la universidad. Por aquellos tiempos mi vida se sumía en la más estricta de las monotonías; todos mis amigos, si es que así se les puede llamar, habían hecho minuciosos planes de lo que serían sus meses de Julio y Agosto. Pero yo solo me conformaba con mi querida cama, mi cuarto, cuatro paredes que me brindaban tanta seguridad. Nunca me sentí mejor en toda mi vida que cuando terminé mi último examen y caí en la cama por largo tiempo. Era un sentimiento difícil de explicar, algo como estar en el paraíso, sin ninguna pena. Creo que esa fue la última vez que experimenté esa sensación, luego, jamás fui el mismo.
El calor insoportable de las noches de verano me impedía conciliar el sueño, a la salida del Sol todo cambiaba, mis parpados comenzaban a caer sumergiéndome en un estado inconsciente; juro que quien me hubiese visto por aquel entonces distinguiría una piel blanca, tan blanca y fría como la nieve y unas marcas negras bajo mis ojos que iban más allá del insomnio. Ya no me reconocía, once días había pasado en este estado cuando empecé a experimentar nuevas facetas de mi ser.
El hombre en soledad no suele ser nada, solo una pequeña pieza del universo, es su faena cotidiana quien molda con rapidez su forma y carácter.
Me dolía todo el cuerpo, mi pelo estaba más negro de lo habitual, el agua muy caliente no me quemaba, la percibía fría como los mismos Polos y las comidas nunca satisfacían mi hambre, la que junto a mi sed se volvían insoportables. Fue entonces cuando decidí ir a un especialista, este no mostró ninguna impresión con lo extraño de mi ser. Me hice varias pruebas, todas mostraban un buen estado de salud.
Una noche mientras yacía inmóvil en mi lecho, actividad que era ya costumbre, comencé a pensar en la vida, en todos los lugares en los que había estado, en las personas que conocía. Noté que recordaba cada detalle, cada día que hasta entonces había vivido. Veía claramente las imágenes en mi mente como si de una película se tratara, podía recordar el color de la ropa de todas las personas que había visto en la calle. Quizás estos sean síntomas de locura, mi mente se había agudizado en una forma nunca antes descrita por la ciencia, aquí estaba yo, un individuo que no soportaba la luz solar, aparentemente enfermo y cuyo cerebro podía estar delirando, ¿qué era entonces?: ¿una mutación?, debía saberlo con exactitud, debía darle respuesta, o me volvería más loco sacando conclusiones. En ese momento me vino a la cabeza una imagen, la imagen de Carmen, con su misteriosa figura, tan bella como siempre, con oscuros cabellos y ojos que son capaces de corromperle el alma al más fiel.
“¡Oh! ¡Mi hermosa Carmen! ¡Cuánto tiempo hacia ya de tu partida!” Un ruido rompió mi pensamiento, fui a la puerta y por un minuto pensé que había perdido por completo el juicio, estaba en uno de esos momentos en los que no puedes creer lo que ves, en los que fantasía y realidad se mezclan y quizás eres afortunado en comprobar que en ocasiones esa realidad supera la ficción. Era Carmen, viva, ante mi saludándome, con una sonrisa, como siempre lo había hecho y yo quede embriagado con su presencia como en tiempos anteriores. Venían a mi tantas preguntas: ¿Qué hacía ahí, ante mí? ¿Era real? No me importaron las respuestas, mi sed y hambre iban en aumento y el dulce aroma que ella desprendía no me ayudaba. Acaricie sus suaves cabellos como solía hacerlo en los buenos tiempos, tome su mano y la junté con la mía, pude percibir el preciado calor de su piel. “Quería tenerlo, quería tener ese calor.” Alce la vista y ella me miraba como nunca antes me han mirado, sus labios llenos de un rojo carmín eran perfectos y detallados, me daban razón para probarlos, no pude aguantar más, era mucho la presión a la que me sometía la presencia de Carmen, la besé fuerte con tanta pasión que de sus labios brotó el líquido rojo y su sabor en mi boca me impulso a querer más. Mucho no era suficiente; la sangre de Carmen corría por mis venas, me empecé a sentir bien, su cuerpo de repente quedó frío, inmóvil en mis brazos. Se veía preciosa, en su rostro se arrojaba la tranquilidad y la belleza de mil estrellas. ¡Yo la había matado!, y nunca fui más feliz…