Transcurría el mes de noviembre, era un día cualquiera. Empezaba a hacer frío y en los cristales se acumulaban restos de lluvia. Solo era noviembre. La chimenea alumbraba la habitación pero no lograba calentarme. La temperatura bajaba cada vez más.
Salí temprano al trabajo, el frío no me dejaba avanzar. Era un trabajo cualquiera para una persona cualquiera, algo sin importancia con el único objetivo de sobrevivir. Atendía un teléfono todo el día, sin esfuerzo físico, solo levantar mi mano y oía las palabras que luego se apoderaban de mis sueños… pesadillas¸ más bien: desesperación, sangre, muerte. Era recepcionista de una funeraria, lo que mis ojos veían cada día, no se puede expresar con palabras.
Sonaba el timbre, contestaba, un ataúd llegaba, luego otro y otro, así día tras día, familias llorando, todo deprimente, todo combinaba con el clima y tan solo llevaba allí un mes: noviembre. El tiempo se hacia más lento. Solo un mes y parecía enloquecer. “¡Cadáveres! ¡Cadáveres! ¡Cadáveres por todos lados!” Muchos de mis compañeros ya habían perdido la emoción de dolor. Era un trabajo sombrío pero alguien debía hacerlo. Nueve, veinte, treinta carros fúnebres llegaban. Era insoportable. “¿Por qué tantas muertes? ¿Quién merecía esto?”
Salí de allí a media noche. Una sombra me seguía, sentía su presencia. Me dije a mí mismo: “solo son los nervios, es el primer mes, debes acostumbrarte.” Al momento sentí un ruido, luego algo negro se abalanzo sobre mí, sus ojos amarillos me hipnotizaron, todo se volvió oscuro, esos ojos era lo único que podía ver. Comencé a gritar, sin entender que pasaba, ¿me había quedado ciego?, ¿lograba ver esos círculos porque mi mente los había retenido al ser lo último que había visto?, ¿me habría desmayado del susto? o quizás... En ese momento los ojos comenzaron a moverse, no sabía si aterrarme o alegrarme de aquello, en medio de mi frustración los seguí hasta que distinguí algo a lo lejos, ¡sí, podía ver! veía el mar, podía sentir la brisa, oler la sal, no estaba ciego, ni desmallado, había llegado al puerto. Qué sensación más extraña había experimentado, todo aún se veía borroso, los ojos desaparecieron, pero me sentía algo mareado, estaba lejos de casa. Respiré el olor a sal, vi el oleaje, el resplandor de la luna, me apoyé en la baranda del muelle y me quede allí durante un rato. Para mí ya no existía más nada en el mundo. Que pequeño he insignificante resulta uno ante la inmensidad del mar, ante la inmensidad de todo. Mire el reloj, eran las 5:30am casi amanecía. Decidí marcharme. Caminé por el muelle y un frío recorrió rápido mi cuerpo, ahora otro contestaría el teléfono para escuchar los detalles de mi muerte.