La sorpresa de la recién levantada fue increíble, un pitido ensordecedor, eterno y efímero, se creó en sus odios, dio un gran grito y cerró sus ojos del susto por unos segundos, los volvió abrir para asegurarse de lo visto, pero solo encontró enormes esferas negras rondando desorientadas por la habitación. Ella se calmó un poco, su corazón bajó la frecuencia y se maravilló con la escena percibida desde sus ignorantes ojos, le parecían hermosas e hipnotizantes; le hicieron perder cualquier noción de la realidad y olvidó el susto con el que había despertado. Su rostro lleno de encanto, con la boca abierta, y su mirada perdida fueron cortados por un golpeteo fuerte en la puerta, la niña cambió su expresión, tomó su celular, bajó rápido mientras alejaba lo sucedido de su mente, abrió la puerta y se encontró con Ika bajo el refugio de una sombrilla.
—¿Te quedaste dormida?
Lili con duda miró la hora en su teléfono: faltaban quince minutos para las ocho. Los ojos de la chica se abrieron de par en par, sus pequeños labios rosas se separaron.
—¡¡Mierda!! —Emprendió una carrera para llegar a su closet y cambiarse.
—¡Esa boca! Esto no pasaría si pusieras una alarma. —Ika entraba a la casa para esperar, la sorpresa fue tal al no pasar ni veinte segundos cuando Lili bajó dando saltos por las escaleras, vistiendo ropa adecuada para el clima exterior con la excepción de una falda azul. De una forma habilidosa y llena de experiencia tomó la mano de su amiga, la cual no pudo ni sentarse, agarró las llaves de un estante, salió y cerró de un portazo.
Las chicas corrieron a gran velocidad, Lili tuvo que jalar a su amiga para forzarla un poco a igualar su velocidad. Así, llegaron a su destino en tiempo récord: una vieja estación de trenes, en el límite sureste de la pequeña ciudad, con una plataforma de madera, donde crecía maleza entre las hendijas; columnas gruesas, por donde vagaba libre el viento esparciendo el perfume de los guamos, columnas las cuales sostenían el latón del techo; por el cual surcaban vigas de madera; de las cuales colgaban lámparas, rodeadas de insectos voladores, que se esforzaban por no apagarse; una vieja estación de tren con unos pares de goteras, donde solo arribaban dos trenes en todo el día y donde con algo de silencio, e ignorando el canto de los grillos, se podía escuchar el correr del arroyo a un par de docenas de metros, escondido entre el follaje.
Agitadas por el esfuerzo y más con el frío aire del ambiente, se les dificultaba respirar. Mientras normalizaban su estado, a Ika le costó más tiempo, Lili divisó al chico de la tarde a unos cuantos metros de ella sentado en una de las pocas bancas, se acercó junto con su amiga de lentes, iba a presentarse, pero antes de conseguirlo el chico la reconoció, era imposible no hacerlo; aunque Lili no lo supiera era famosa en los grados superiores, la querida hermanita de la alumna más bonita y con mejores calificaciones en todo.
El joven le dirigió una sonrisa y señaló a su lado una caja. Lili la levantó con sumo cuidado, no era muy pesada, solo estorbosa.
Las niñas agradecieron y salieron de la estación en mayor calma comparada con la llegada, bajaron las escaleras de la estación hacia la intemperie cargando la caja. Contenía algunos libros, plantas disecadas, muestras de tierra y otras cosas que las curiosas amigas notaron. Marcharon por el camino de tierra, custodiado solo por los faroles intercalados entre lado y lado. La llovizna era molesta y la sombrilla apenas las cubría a las dos.
—¿Cómo les fue hoy, la lluvia no arruinó la película?
—No, pues nos detuvo en la pastelería de siempre y aprovechamos para comer algo. En mi opinión la película no estuvo tan interesante —Ika torció la boca por la decepción; si su amiga hubiera estado, talvez habría sido mejor—. ¿Por qué te quedaste dormida esta vez?
—Tenía sueño, no me juzgues —Lili acomodaba la caja entre sus manos con un pequeño brinco y la ayuda de su rodilla—. Pero, no sé si lo habré soñado... Cuando me levante vi a un chico volando encima de mí y luego vi como unas esferas negras flotando... Era bonito.
—¿El chico? —La estupefacción de los claros ojos de Ika se adelantó a la emoción de su sonrisa.
—¡¿Qué?! Claro que no, cuando dije bonito, me refería a las cosas negras que volaban. —Sus mejillas se tornaron rosadas y desvió la mirada al otro lado para evitar seguir con el crecimiento de su vergüenza.
Su amiga rio apacible por la acción, pero el momento fue interrumpido. Un señor alto, de un feo abrigo negro las chocó e hizo soltar a Ika y Lili lo que llevaban.
—Disculpen, señoritas. —masculló aquel hombre con voz gruesa, casi siniestra, mientras acomodaba un gran sombrero el cual le ocultaba su rostro.
—Fue nuestra culpa, señor; íbamos distraídas y no lo vimos. —contestó Ika agachándose junto con Lili para recoger las cosas. Las niñas lo miraron con gran desconfianza, alertaron todos sus sentidos; había aparecido de la nada y hasta los faroles de la calle titilaban como si pudieran sentir la desconfianza de su presencia en el lugar.
El hombre se quedó en completo silencio y luego de unos segundos eternos, soltó una carcajada espeluznante, era una combinación de gritos, chirridos y risas, retumbando en los huesos de las pequeñas, todavía agachadas. Una enorme sonrisa apareció en lo muy poco visible de la cara, gigantesca sonrisa, a un punto de ser mórbida y asquerosa.
—Mooooo riiiiiiii ¡¡RÁN!!
La voz era profunda y gélida. A un ritmo lento, aparecieron 8 puntos rojos brillantes, sobre la escalofriante sonrisa, los cuales reflejaban como el miedo consumía al par de niñas, sus tiernos rasgos empezaron a deformarse en muecas escalofriantes, el pavor las soldó al suelo, no sabían qué estaba pasando, el abdomen les apretaba, sus frágiles cuerpos no dejaban de temblar. Ambas pensaban en la seguridad de la otra.
El enigmático hombre llevó sus manos, cubiertas por unos blancos guantes, a su cara. Las deslizó por todo su rostro y las dejó quietas sobre su perturbadora dentadura.