—¡¡Lili!! —gritó Ika acercándose a gran velocidad al cuerpo de su amiga.
—Está viva, no tiene fracturas ni órganos perforados o hemorragias, de milagro —El muchacho rio sarcástico para sí mismo; nunca pensó que usaría la palabra milagro—, está muy golpeada, pero viva. —Aclaró tendido en el suelo, viendo al cielo azul.
—¿Qué hago? ¡¡¿Cómo la ayudo?!!
—Atiende sus heridas, es todo —contestó Akira en un intento patético de levantarse, el dolor y agotamiento lo hicieron reflexionar—. Solo es limpiar, bajar la inflamación, de pronto darle algo para el dolor.
Ika vio con gran duda, rotaba su mirada entre su amiga y el chico que todavía detestaba.
—Entre más rápido lo hagas, mejor.
Lili apretó sus parpados para luego abrirlos de a poco, dejó escapar un gran quejido de dolor. Sentía como si su cabeza fuera a explotar, sus brazos le dolían, el gran dolor punzante en su estómago no le permitía respirar con conveniencia. Intentó erguirse, como el chico hace unos segundos, no pudo ni sostenerse y resbaló entre sus brazos para caer; Ika la agarró rápido y prestó su cuerpo como un apoyo para ella.
—No hagas esfuerzo, apóyate en mí. —recomendó la asustada amiga con un intento fallido de una voz dulce, era chillona con palabras forzadas a salir entre sus llantos.
—Estoy bien —respondió Lili, sintió un fuerte dolor de cabeza, como si todavía la estuvieran aplastando y llevó sus manos con intención de sobarse las sienes y disminuir un poco el sufrimiento—. No, no estoy bien, me duele todo.
—Él dice que debo tratar tus heridas. Y darte algo para el dolor.
—¡Ja! ¿Cómo vamos hacer eso? —Se quejó Lili, hablar le era tan agobiante, las palabras eran como fuertes puños a su cabeza.
—Podemos... pedir refuerzos.
—¡No! —chilló—. Quiero involucrar a la menor cantidad de personas posibles en esto. No quiero ver a alguien lastimado por mi culpa. Anoche, tú... casi. —No podía completar la oración por el miedo de la idea. No le gustaba molestar a otros con sus problemas, siempre trataba de resolverlos ella sola.
—Lili, no es tu culpa, no tenemos ni idea de porque te quieren matar. Él tal vez lo sepa, pero no nos quiere decir —acusó Ika con una veloz mirada despreciativa hacia Akira—. No estás sola y lo sabes.
—No puedo decirles más porque no sé más —contestó Akira con su vista perdida en las blancas nubes del cielo, se sentía frustrado y decaído, ya había perdido peleas antes, pero nunca le había afectado tanto una derrota—. Nos toca idear una mejor forma de pelear juntos.
—¡¡Tú cállate!! —gritó Lili e inmediato a la salida de las palabras, la cabeza le recalcó no hacer esfuerzo con una apuñalada de dolor—. No tienes ni idea de cómo me siento.
Lili temblaba por el dolor, por el terror, por la ira, sus pensamientos derretían esas emociones hacia sus ojos; pero ella, recia, apretaba sus dientes con la intención de retener el líquido.
—Pero puedo tener un aproximado —El chico estaba más pálido a cuando lo conocieron hace poco—. Yo también comparto tu dolor, además es mi aura la consumida durante la fusión. Termino agotado, adolorido y sin energía si quiera para moverme.
Las dos chicas dejaron fluir un silencio y se fijaron en el estado de Akira, él también se veía muy lastimado, aún más que Lili. Y aun así no se quejaba, ya fuera porque era más fuerte y soportaba mejor el dolor o quizá el cansancio no lo dejaba. Lili agachó su cabeza y escondió sus ojos tras los mechones castaños más largos, no pudo evitar dejar caer una o dos gotas, tragó saliva al sacar palabras secas y resignada le pidió a Ika llamar esos refuerzos.
(…)
Los refuerzos de las amigas llegaron con un gran botiquín, algo de comer, caras de sorpresa e indignación por ver el estado del extraño y su amiga en especial.
Su falda dejaba expuestos unos rasguños de sus tensas piernas, moretones en sus pantorrillas inflamadas, su rostro de verdad estaba muy mal: se veía pálido y morado al mismo tiempo, sus habituales enérgicos ojos marrones estaban oscuros y apagados, por arriba de estos se apreciaban más moretones circundando toda la cabeza inflamada junto con la caballera ondulada de la chica. A pesar de que los dos heridos compartían el secreto de un enorme moretón en el estómago, bajo sus prendes, el estado del chico era mucho peor.
—¡¡¿Qué demonios te pasó?!! —exclamó con furia y sorpresa la mayor de los tres recién llegados, la morena de melena abundante, negra y tan alborotada como el pelo de Lili.
—Eso mismo, Misy, demonios. —respondió algo sarcástica Lili, curvaba sus labios por primera vez desde la mañana.
—¿A qué te refieres? ¡No digas idioteces, niña! Mírate como estás, estás hecha una... —Misy detuvo su reprimenda al ver como extinguía la sonrisa de Lili y agachaba su cabeza para guardarla entre sus rodillas y brazos—. ¿Qué pasó nenita? Sé que debe ser algo malo porque solo nos llamaste a nosotros y no a Vinna. —Su voz sonó tranquilizante, con muestras de preocupación casi materna.
—Como sea, tú y el chico se ven muy mal —Alis recogió su rubia cabellera en una moña—, los iré atendiendo mientras nos cuentas todo. —Se acuclilló al lado de Lili, le acarició la cabeza con su mano unos segundos y luego preparó su botiquín.
Lili salió de su escondite personal al sentir el delicado contacto, en un ritmo lento, la castaña se acomodó para recibir el trató de su amiga y cruzó miradas con el chico pálido y maltratado recostado sobre el árbol, miraba hacia ella con una sonrisa tonta, realizada por la inercia de sentimientos y prófuga a la consciencia de Akira.
Lili se ruborizó un poco.
—Atiéndelo primero a él, está peor que yo, trataré de contar lo mejor posible todo este disparate.
Su amiga, y Akira, se sorprendieron un poco, Alis hizo caso a la petición de la pequeña y se acercó al muchacho para atender sus heridas. Este trató de acomodar su magullado cuerpo a las indicaciones de su enfermera: una rubia de un metro y sesentaicinco centímetros, ojos castaños, de tez clara, tenía dedos largos y precisos.