Endemoniadas mariposas

Orgullo herido (7-II)

Dos columnas enormes, las cuales tocaban el techo a varios metros de altura, se encontraban en el centro del salón poco iluminado, entre estas se formaba una fina pared de hielo tan clara como agua cristalina. Sobre la pantalla de hielo se podía apreciar la imagen de un joven demonio que flotaba ligero como pluma por la cama de una chica, quien, alentada por la perturbación del ser infernal, abrió sus ojos. Se podía apreciar la imagen de una chica consternada por el susto, y un joven demonio, aprovechando el parpadeo de ella, para desaparecer en una nube negra la cual dejaba atrás pistas sobrenaturales del suceso. Se podía apreciar la imagen de una pequeña humana anonadada por lo ocurrido y extasiada por la belleza abstracta de las esferas negras.

Sobre la pantalla de hielo se podía apreciar el reflejo de unos ojos pacientes, inteligentes y muy despiadados, con una negra pupila de un felino que se apoderaban de la imagen que era la niña mortal levantándose de la cama. Se reflejó una sonrisa sádica de victoria.

(…)

Akira despertó en una cama bastante acogedora, con ropa desconocida y algo grande para su contextura delgada. La cara le dolía e intentó levantarse con ayuda de sus manos, estas le reclamaron con un dolor agudo en sus palmas. El muchacho recostado vio los vendajes de sus manos, dejaban expuestos los dedos lacerados para poder moverlos. El recuerdo de la batalla junto a Lili le llegó inmediato, escoltado con la explicación del dolor en sus manos.

«Vaya forma de luchar la de ella, nunca imaginé que podría ponerse así» pensó Akira con una risa pequeña «¿Dónde estará? ¿Dónde estoy?».

Inspeccionaba toda la gris habitación en busca de alguna señal familiar que le permitiera saber dónde se encontraba. El muchacho se cansó de ver en vano el escaso amueblado y las cuatro paredes, se levantó sin cometer el mismo error y esta vez su estómago lo castigo por la flexión. Decidió irse por la puerta de madera en busca de más información. Al salir del pequeño cuarto se encontró con un comedor algo antiguo y una cara familiar como única ocupante.

—Despertaste, ¡eh! —Lo recibió Misy con algo de sorpresa en su rostro—. Siéntate. ¡Mamá ya despertó!

Akira confundido decidió seguir las indicaciones como si él fuera una oveja perdida y Misy su pastorcita. Tomó asiento junto a la morena y vio entrar una mujer maltratada por los años y las labores domésticas, con un rostro y una mirada tan simpática capaz de hacerte sentir parte de su familia.

La amable señora atacó al pelirrojo con un cuestionario para saber cómo pasó la noche y cómo despertó. Cada pregunta de la señora la hacía con gran gentileza y un interés real en el tono de su voz.

—Me imagino que debes estar muriendo de hambre, te traeré una buena sopa, así veras como coges un poco de color.

La confusión dentro de Akira solo crecía, la situación sobrepasó a la curiosidad y, a costa de carcomerle la garganta, decidió no preguntar por el estado de su amor platónico, mejor decidió preguntar por su ropa.

—Bueno, estaba bastante sucia después del robo, así que la estoy lavando, es lo menos que podía hacer. Después de todo salvaste a mi desobediente niña. —No fue tanto una respuesta para el muchacho, parecía más una reprimenda de la madre a su hija de una forma muy dulce.

Akira miró extrañado por su respuesta, ¿robo? El chico fijó su atención en Misy quien con un par de alzada de cejas le hizo entender.

—Claro, robo —exclamó el pelirrojo volviendo a cruzar su mirada con la amable señora—. Pero, adentro había una bolsa de...

—Lo saqué, está dentro del nochero al lado de la cama. —interrumpió Misy y se levantó de donde estaba sentada.

—Pues bien, espera aquí ya te traigo el almuerzo —La señora le brindó una cálida caricia al chico—. Y usted jovencita me hace el favor y me ayuda a servirle al joven.

—¿Qué hora es? —el invitado estaba muy confuso y su sentido del tiempo estaba estropeado.

—Son las cuatro de la tarde, llevas durmiendo desde que te traje —Misy le aclaró la duda con un grito en su camino a la cocina, también se adelantó a sus pensamientos y le suprimió la mortificación al muchacho—: Ella está en mi habitación, está bien. Mejor que tú de hecho. Mucho mejor.

—¡Échele carne a esa sopa! No sea muerta de hambre. Póngale este hueso, eso es sustancia, con eso se le quita lo amarillento al muchacho.

La amable señora volvió al lado de Akira con un almuerzo digno de reyes, le propuso la idea de tomar un baño mientras ella terminaba de lavar su escasa ropa, para ser más específicos los calzones que llevaba puestos. También le propuso ver televisión en el cuarto de huéspedes y, cuando sintió su amabilidad abrumando al chico, la señora se quedó viendo fijo al pelirrojo con el brillo de gratitud en sus ojos que solo una madre puede tener y se alejó con una gran sonrisa de satisfacción y alivio.

Él probaba el almuerzo, la sazón se esparció por toda su lengua y esta tradujo el placer hasta el cerebro, escuchaba entre una fantasía de sabores como le pedía a la hija encender la televisión de la habitación de huéspedes.

Ya con ropa interior limpia, aunque húmeda, su estómago estaba lleno, sus vendajes reemplazados por unos más asépticos y se sentía más limpio y fresco. El joven huésped estaba estupefacto por la situación en la que se encontraba, el tiempo se le hacía menos lento gracias al entretenimiento ofrecido por el televisor; sin embargo, no dejaba de sentirse como un prisionero en un sitio extraño, atosigado por una servicialidad natural que nunca había experimentado, y eso que estaba acostumbrado a la servidumbre.

El pelirrojo mortificaba más sus horas de cautiverio pensando en su musa, estaba tan consumido por su cabeza que le hubiera encantado tener a la morena a su lado para poder hablar con ella, sobre Lili, claro está.

—¿Quieres ir a ver a Lili? —Misy entró en el cuarto sin previo aviso.



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En el texto hay: demonios, obsesion, combates

Editado: 24.07.2022

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