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ENEIDA
por
Edgar R Perez c
Una historia de amor adolescente
Recuerdo el día en que mi madre murió.
Todo estaba tan absurdamente tranquilo en la casa. Sabía que algo no iba bien. Se llevaron a mis hermanas a casa de mi tía... como si a mi tía realmente le importamos.
—¡No toquen! ¡No hablen! ¡No ensucien!
Qué fastidio. Siempre repitiendo que no sabíamos comportarnos.
Me quedé en casa, como siempre, solo.
Mi papá tenía la cara coloreada de ceniza, casi como un cadáver caminante. En las noches, lo veía ahí, con su vieja fr deanela y unos shorts, sentado, viendo fijamente la pared. Sin decir nada. Sin decirme nada.
En el liceo todo cambió.
Yo era "el chico cuya mamá estaba enferma". El que podía quedarse solo. El que entendió que la vida no era Coca-Cola Light, jugar béisbol y estar locamente enamorado de Eneida, la diosa del salón.
Un día, mi papá me llevó al hospital.
Ni siquiera podía hablar. Mi mamá estaba allí, diminuta, perdida bajo una sábana blanca, igual de pálida que su cara demacrada, haciendo esfuerzos sobrehumanos por no desmayarse. Su sonrisa me rompió algo por dentro. No lloré. No pude. Era esa mirada.
La mirada que nunca entendí.
Sabía que se iba.
Sabía que mi papá no podría con tres hijos.
Ella preguntaba por cosas de la casa, le recordaba a mi papá que nos vigilará en el liceo.
Fue la última vez que la vi.
Al día siguiente, mi papá me dijo que debía ser fuerte. Que no lo avergonzara. Que no llorara.
Me obligó a ponerme el flux de las fiestas. En silencio fuimos a la funeraria.
Ahí estaba mi mamá. Exactamente igual que ayer.
Esperé que se despertara.
Que dijera que todo era una broma.
Pero no.
Mis hermanas regresaron temporalmente.
Mi papá trabajaba hasta tarde.
Nos reunimos como zombis a la hora de comer. Sin hablar. Sin reír. Sin vivir.
Se decidió que mis hermanas se quedarían con mi tía.
Se decidió que yo me quedaría con mi papá.
Se decidió regalar el loro, donar la ropa de mi madre, vender sus joyas.
Se decidió todo.
Yo no decidí nada.
Y seguí en el liceo.
El chico sin mamá.
Las Navidades fueron un infierno.
Peor aún cuando mi papá apareció con ella: una mujer flaca, de cara odiosa.
Al verla supe que mi vida cambiaría para siempre.
Probablemente tendría que irme de casa.
Que ya no había marcha atrás.
Ella me odiaba desde el primer segundo.
Y yo también.
Su régimen me hacía desear estar en Corea del Norte.
Siempre tenía un diccionario de quejas para cuando llegara mi padre.
Siempre lograba que me castigara.
Comencé a odiarla.
Comencé a odiarlo.
Comencé a odiar al liceo.
Comencé a odiar a Eneida.
Sí.
La odiaba.
No porque me conociera.
No porque me hubiera hecho algo.
La odiaba porque estaba ridículamente enamorado de ella.
Y medio liceo lo sabía.
Y se burlaban.
Un día salimos los tres, pretendiendo ser una familia normal.
Era sábado de compras.
Lo que siempre le negaba a mi mamá, ahora lo pagaba sin pestañear.
Me ofrecieron un refresco: dije que no.
Almorzamos en un restaurante: no hablé.
Me propusieron ir al cine: también dije que no.
—Entonces vete a casa —soltó mi papá, harto.
—¿Qué pasa contigo? ¿Qué quieres? ¿Qué te pasa?
—Lo que pasa es que no fuiste tú quien se murió, en vez de mi mamá —dije. Sin anestesia.
Su golpe fue automático.
Me limité a mirarlo.
Me fui.
Y por unas horas, fui feliz.
Estaba solo.
Sin él.
Sin ella.
II
—Por ahí no sales —ordenó la voz sobrenatural. El fuego surgió, vibrante, creando una tormenta infernal.
—Ese portal está prohibido. Nunca lo intentes.
La gata miró el fuego.
Maulló, disgustada.
Estaba atrapada.
Ahí, donde todo estaba prohibido.
Los que comieron de más, aquí eternamente pasarían hambre.
Los vagos y los corruptos trabajarían sin descanso.
Los adúlteros fornicaban sin jamás alcanzar el orgasmo.
Los usureros morían de sed.
Los egoístas jamás recibían ayuda.
Ella no podía jugar.
No encontraba un sofá mullido.
No había ratones.
No había paz.
Un látigo de fuego le rozó el lomo.
—Lo sabes... eres su mascota —dijo una presencia entre las sombras.
La gata maulló otra vez, rabiosa, su pelaje erizado.
El fuego no paraba.
El dolor se intensificó.
Y ese espejo morado...
ese portal prohibido... la llamaba.