Enemigos de Londres

Capítulo 01

Kevin

Camino tranquilamente hacia el lugar secreto en donde él me espera, esta no era mi idea de “un viernes tranquilo” pensaba salir a ver una película como un psicópata normal, pero no, en cambio tengo que caminar un montón hacia el establo cuyo sitio está teñido de sangre, para ver si él se digna a hablar luego de que no le di de comer ni beber nada en seis días.

No me mal entiendan, me encanta torturar y escuchar los gritos de lamento como también los que piden que pare desesperadamente, pero todos saben que los viernes son mis días de descanso, de tratar de ser una persona normal, y pasar una noche de pasión junto a alguna rubia de un antro cualquiera.

Lamentablemente, mis planes se ven frustrados por este idiota que no habla, lo dejaría un par de días más ahí encerrado, pero uno de mis informantes me dio una noticia que no pude dejar pasar por alto y desgraciadamente tengo que acelerar mis planes.

Sigo caminando unos metros más hasta que me topo con el gran portón de metal a punto de oxidarse, y abro el candado. Entro, me pongo mis guantes y empujo la carriola con la cena del idiota.

La coloco al lado de él y agarro un balde de agua para despertarlo, porque su pasatiempo favorito últimamente es dormirse en una silla de madera a punto de caerse, con brazos y piernas atadas, un poco masoquista para mi gusto,en cambio la gran incógnita es ¿no le dolerá el cuerpo durmiendo en esa posición?

La duda de mi vida.

Le echo el agua en la cara empapándolo por completo haciendo que despierte de su siesta nocturna.

― Buenas noches, bella durmiente ―lo saludo con burla, algo común últimamente a la hora de torturar―. ¿Cómo has dormido?

El sujeto no contesta, sino que bosteza.

― Okey, la señorita no está de buen humor ―le ofrezco mi sonrisa más radiante―. Entonces te pondré las cosas más fáciles, ¿Por qué me atacaste?

Como era de esperarse no contesta de nuevo, como en las doscientas ochenta y nueve veces anteriores.

― Muy bien otra, ¿para quién trabajas?

No vuelve a contestar y mi paciencia se está yendo por el desagüe.

― Te aviso, carezco de paciencia así que te recomiendo que contestes mis preguntas. ¿Por qué me atacaste? Y ¿Para quién trabajas?

― Crees que voy a contestarte, siendo que jure lealtad a mi jefe. Solo es cuestión de esperar para que vengan mis compañeros a rescatarme y sacarme de este chiquero.

Inconscientemente me dijo que no trabajaba solo y que tenía un jefe que era tan gilipollas que hacía que sus empleados juraran lealtad hacia él.

― Excelente, no era la respuesta que esperaba, aunque, es un avance. Como sé que no me vas decir lo que deseo escuchar por las buenas, vamos por las malas. Te he traído la cena ―camino hasta la carriola y la acerco más a él hasta ponerla en medio de nosotros, levanto la tapa dejando al descubierto una bandeja con una jeringaque contiene mi nuevo invento―. Supongo que deberás tener una leve sospecha de lo que se trata, ¿no?

― El suero de la verdad, típico.

― Estas cerca. Sí, es el suero de la verdad, pero le hice unas mejoras. Lo convine con un veneno no muy conocido en el mundo, regalo de unos amigos. Que, al ser inyectado ―me acerco y se le clavo la jeringa en la yugular―, la victima tiene solo cinco minutos de vida sino se le aplica en antídoto correspondiente. Por lo tanto, ¿Para quién trabajas? ¿Quién es tu jefe?

El gilipolla se retuerce en la silla tratando de impedir decir la verdad, lo cual es imposible ya que el nombre lo dice todo.

Su cuerpo debe estar hirviendo de adentro hacia afuera, como también debe sentir la misma sensación de comer copos de azúcar, esa parte en la que se deshace en la lengua, pero por todos sus intestinos. Su sangre se empezará a sentir tan pesada que dolerá. Su vista dará vueltas como si estuviera en una calesita para críos.

Reviso la hora en mi reloj de muñeca y compruebo que ha estado resistiendo por dos largos minutos y no ha largado ni provocado ningún sonido de dolor o queja.

― Te recomiendo que hables y como buen samaritano te daré el antídoto solo, si me dices lo que te pido o el nombre de tu jefe.

Pronuncia algo muy bajito que no entiendo, por lo que me acuclillo enfrente de él.

― ¿Qué dices?

― J-je-fa… jefa, es ella no él …

Así que mi enemigo no es en masculino sino femenino.

Ella...

Tose lo que provoca que gotas de sangre salpiquen mi camisa preferida.

Si será…

― Si me dices el nombre de tu jefa, olvidare que me manchaste mi camisa con tu asquerosa sangre y te daré el antídoto, si es que no quieres morir. Por lo tanto, te repito, ¿Cómo se llama tu jefa?

Tose de nuevo, pero gira su cabeza para un lado.

Que considerado.

―Crawford, Scar-rlet-t Crawf-ford.

― Buen chico, me fuiste de gran ayuda. Lástima que tardaste seis días en decirlo.

Saco mi daga y se la entierro en el muslo izquierdo, y suelta tal grito que resuena por todo el establo.

― Que niña, el anterior no grito tanto ―retiro la daga y se la vuelvo a clavar en el muslo contrario y repito la misma acción.

Lo que me sorprende es que tenga la fuerza suficiente para gritar tan alto después de que le colocara el suero.

― El ant-tidoto-o, por-rfa-arvor.

― Ah sí, hay un pequeño problema ―le digo con culpa fingida, levantándome del suelo y limpiando mis manos con un trapo―. Todavía no he fabricado el antídoto, además arruinaste mi camisa, era el regalo de mi abuela. No mereces mi perdón.

Retiro la daga del idiota que vuelve a gritar.

En otra vida debió de ser mujer.

Dejo el trapo en la carriola de nuevo.

― Shh, ya es hora de dormir ―me posiciono atrás de él y me inclino para acercar mi boca a la altura de su oreja―. Saluda al diablo por mí y dile que luego le llevo otra alma para que juegue.

Una vez que termino de pronunciar mis palabras le corto el cuello, provocando que comience a desangrarse. Lo normal sería que trate de respirar, en cambio con el suero eso no sucede y muere luego de unos segundos.




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