Enemigos… ¿y algo más?

Capítulo cuatro.

¡Cuánto lamentó el recuerdo de la noche anterior!, o lo poco que su mente retuvo, antes de que el resto se volviera borroso.

Lo que sí retumbaba como eco en su cerebro, y con bastante precisión, eran sus palabras llenas de ingenuidad, seguido del deseo por tener una relación más llevadera con Thiago.

«Porque quiero confiar en ti».

Sus ojos seguían cerrados, pero el resto de sus sentidos, la ayudaron a entender en dónde estaba, con quién, como el resumen de su noche alocada. Por tanto, gruñir, fue la mejor forma de expresar el disgusto.

Hasta se aferró a la sábana que cubría su espalda desnuda, al no querer moverse más de lo necesario, y así evitar el incómodo roce de su piel con la de Thiago, pues ella dormía sobre el pecho de él.

Y gracias a la colonia, supo que se trataba de Thiago. Un aroma que, si mal no recordaba, y para su vergüenza, ebria, le confesó que le gustaba mucho.

Otro motivo que se sumó a la vergüenza que la embargó; y le dio la valentía para abrir los ojos, los cuales quiso cerrar de nuevo, pero se encontró incapaz de hacerlo, por el par de ojos, que la miraron entre confundidos y decepcionados.

Ante esta última emoción, por mucho que le dolió a su orgullo, lo comprendió. Después de todo, ¿a quién le gustaría despertar con su enemiga? Y una que, si era sincera, no cumplía con los estándares de sus ex.

—No me jodan.

Las palabras no fueron las acertadas, reconoció Thiago, al ver el par de ojos color jades brillar de pena, o eso fue, antes de que ella tomara la iniciativa de envolverse en la sábana y darle la espalda.

—¿Estás bien? —fue lo primero que preguntó, al verla temblar, y estaba seguro de que se debía a un llanto reprimido—. Stefanía…

—Estoy bien. —La voz trémula evidenció sus sospechas, por lo que suspiró confundido, a la vez que agitó sus cabellos con los dedos, al no entender cómo acabaron así—. Dame un momento, y me voy.

—¿Acaso sabes en dónde estamos?

Consultó, porque él, que tenía el vago recuerdo de haberse quedado en la casa de Joe, y por la estatua en miniatura de un centauro femenino en un tocador, le dio a entender que ninguno de los dos abandonó el lugar.

Lo que empeoró la cosa, no solo por los testigos del encuentro entre ellos, sino también, por lo vergonzoso que iba a ser para los dos, salir de ahí.

—Por eso te decía que voy a ser la primera en irme. —No sabía de dónde salía la valentía, pero hasta se animó a mirarlo por unos segundos, pues él no se molestó en cubrirse—. ¿En dónde está mi ropa?

Preguntó en voz baja, avergonzada, por su desnudez y, también, por lo bochornoso de la situación, que se reflejó en su cuerpo adolorido.

Thiago, a ese tiempo, pensó en bromear para aligerar el momento, pero se retractó justo cuando evidenció lo que su estupidez, lo hizo hacer con una mujer como Stefanía.

—¿Acaso tú…? —se interrumpió, cuando ella se abrazó a sí misma—. ¡Maldición!

—Estoy bien…

—Pues adivina qué, ¡yo no! —Se levantó de golpe, para pasearse por toda la habitación y recoger las ropas de ambos—. Cámbiate, iremos a un centro de salud.

—¡Ni de broma! —Se negó ella, roja de pudor—. Es algo normal. Solo déjalo pasar y ya.

Pidió casi sin fuerzas, en lo que intentó vestirse debajo de las sábanas. Mientras él, que la ignoró, hizo lo propio, con la culpa cada vez más grande sobre sus hombros.

—¿Cómo es que acabamos así? —La pregunta fue retórica, por tanto, no espero que ella le arrojará uno de los zapatos, que fue hábil en esquivar, pese a sentirse descompuesto—. ¿Te volviste loca o qué? Casi me matas.

—Es por tu culpa. —Como tenía razón en muchos aspectos, Thiago solo supo apretar las manos con fuerza y bajar la mirada—. Por tu estúpida tregua y ese maldito trago.

La referencia lo desencajó. Esperaba otra cosa, y otros motivos por los cuales mostrarse ofendida. Sin embargo, la reacción de él, fue reírse de incredulidad, mientras ocultaba el rostro.

—No puedes ser tan ingenua…

—¡Y no lo soy! —Se defendió con dignidad—. Te dije que no me agradaban las bebidas alcohólicas.

—¡Fue un sorbo de nada!

—Lo suficiente para hacer estupideces —admitió con vergüenza—. Y estoy segura de que yo te lo advertí.

—Vale, no fueron con esas palabras, pero sí, lo recuerdo. —No con la claridad con que le gustaría, pues la cabeza le daba vueltas—. El problema soy yo. Resisto bastante, como para acabar así.

No solo señaló la cama revuelta, sino también, la falta de coordinación para atarse las agujetas del calzado. Acción que acabó por abandonar, y volver a sentarse a los pies de la cama.

—Quizás bebiste más de la cuenta. —El intento de consuelo de Stefanía, lo hizo reír incrédulo—. Creo haberte visto servirte varios vasos.

No estaba segura de si fue antes o después de compartir la cerveza, pero lo dijo con el fin de salvaguardar su dignidad; por lo menos, en el aspecto de ese tema. El otro se resignó a aceptar el error, y seguir adelante.




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