Stefanía, por mucho que continuó con su rutina, luego del encuentro íntimo con Thiago, no pasaba unos minutos al día, sin pensar en esa noche.
No quería darle muchas vueltas al asunto, pues no hacía otra cosa que culparse, sentir vergüenza y desear huir, sin saber muy bien a dónde y de quién. Pues, en ocasiones, hasta quería olvidarse de sí misma.
—¿Qué te pasa, Stefi? —preguntó su hermano, al verla levantarse del escritorio, para almorzar como el resto de los oficinistas—. ¿De quién estás enamorada ahora?
Se burló, ya que su relación era muy buena. La suficiente, como para ser su confidente, como lo era Fanny. Solo que con Gerónimo era más sincera, porque siempre la escuchaba sin juzgar sus convicciones, ni mucho menos, el deseo de querer compartir sus días con alguien más.
—Descuida, no es nada de eso. —Lo tranquilizó, mientras lo abrazó del brazo—. Solo es un bajón, que se me puede pasar, si cierto hermano mayor, me invita a almorzar.
—Lo que incluye el postre, ¿verdad?
La miró de soslayo, y por la sonrisa sincera que le dirigió en todo el día, tras apretar la nariz fina y recta de ella, aceptó consentirla por esa vez.
Sin embargo, como Stefanía sabía que ya no era prioridad en la vida de su hermano, agradeció el esfuerzo de animarla, para dejarlo ir con Jennifer, que lo esperaba desde la puerta del ascensor.
—Perdón de nuevo, Stefi —se disculpó su cuñada, a la cual aceptó el abrazo cariñoso—. Pero necesito la opinión de tu hermano. Organizar una boda, no es nada fácil.
—Menos, si nuestras madres están detrás de todo eso —respondió, al recordar cómo su casa dejó de ser pacífica, por las reuniones y cajas que Stefanía prefería ignorar de qué se trataba—. Mejor vayan rápido, no sea que acaben por casarse dentro de diez años.
—No seas aguafiestas. —La reprendió con cariño Gerónimo—. Ten, esta vez invito yo, así que come todo lo que quieras.
—¿Seguro? —consultó, en lo que aceptó la tarjeta presidencial—. Mira que no acepto quejas, si es más de la cuenta.
—Por hoy, tienes carta libre.
Revolvió sus cabellos, los cuales Jennifer reacomodó, dos gestos distintos de cariño, que por poco la emocionaron hasta las lágrimas. Pues, era feliz de tener personas así de amorosas con ella.
En un principio, su cuñada no le daba muy buena espina. No solo por el amorío con Thiago, mientras ella estaba comprometida por conveniencia con otro amigo ricachón del señor Kappler; sino también, por el estatus económico.
Después de todo, era difícil de creer que una señorita delicada y de mundo, se enamorara de Gerónimo.
Primogénito de una familia de clase media, que empezó desde abajo, para hacer de su emprendimiento, una compañía respetable de Wallem. Sin dar por alto, tampoco, que se trataba de una pañalera.
Razones que llevó su tiempo, para convencer a Harry Kappler, de permitir que su única hija fuera feliz en brazos de Gerónimo.
Y mientras Stefanía los despidió con la mano, en lo que las puertas del ascensor se cerraron, pensó que sus esfuerzos y la paciencia no fueron en vano.
Lo lamentaba mucho por Thiago, pues quedó muy perjudicado, al ser el amante de Jennifer; y por consiguiente, ser repudiado por dos grandes familias, como eran los Kappler y los Ellen.
Quienes, en represalias, le quitaron la fidelidad de sus socios e inversores; y también, se cobraron, como deuda, varias propiedades de la cadena hotelera. Cuyo motivo era la razón por la cual Thiago se la tenía jurada a ella.
—Y otra vez él. —Se reprendió en la soledad de la recepción, mientras observó la tarjeta de su hermano—. ¿Se enojará si invito a alguien más?
La duda duró un minuto, en lo que tardó en verificar, en el teléfono, la actividad de Fanny. A la cual citó en un restaurante cercano a la empresa.
Podía ser la recepcionista de su hermano, lo que no quitaba, que contaba con una gran responsabilidad; sobre todo, si él se ausentaba. Fue así que organizó los tiempos, para poder hablar con su mejor amiga, y acabar con el tormento de una vez por todas.
Sabía que darle voz a los problemas con alguien más, era la mejor solución. Y nadie mejor que Fanny. No obstante, el plan cambió, cuando en la mesa, encontró a otras mujeres más.
—Espero que no te moleste que las haya invitado. —Stefanía, más bien, estaba decepcionada—. Como nos encontramos fuera del gimnasio, me pareció una buena idea incluirlas.
—No, está bien —mintió con una sonrisa, mientras se sentó y saludó a las tres mujeres que se presentaron como Denise, Laura y Margot—. Un gusto. Pueden decirme Stefi.
—El gusto es nuestro —habló por todas Laura—. Aunque ya te habíamos visto en la fiesta de Joe, ¿verdad, chicas?
Stefanía, que de por sí no estaba cómoda, se sintió peor ante esa última acotación. En que el pánico, junto a sus recuerdos borrosos de esa noche, la hicieron asentir nerviosa.
—Incluso tuvimos envidia por tu buena relación con Thiago —comentó Clarise, con ese brillo de admiración que casi todas tenían por él—. Bueno, todo Wallem sabe que no es tan así. Pero es contigo con la que más se trata.