Enemigos… ¿y algo más?

Capítulo seis.

Hablar del tema con Fanny, la tranquilizó; hasta la ayudó a ver desde otra perspectiva la situación. No obstante, la emoción, para su desgracia, no duró demasiado.

Como algunas cosas eran sabidas, pero no puestas en prácticas muchas veces, Stefanía no atendió su salud, hasta que la mente tuvo espacio para pensar en las consecuencias de sus actos.

Y eso ocurrió una tarde previa a la boda de su hermano con Jennifer. Como era un evento que llevó su tiempo para poder concretarlo, más que nada, para que todas las partes se pusieran de acuerdo con lo que la pareja quería para su día especial, fue contundente para Jennifer tener casi el control de todo.

—Hola, Stefi —la visitó su cuñada en la habitación, entre ansiosa e incómoda, pudo notar Stefanía, cuando la invitó a sentarse en su cama—. Imaginó que sabrás el motivo de estar aquí.

—Sí, mamá me lo dijo.

—Mira, entiendo que esa fiesta en la adolescencia dejó una mala experiencia. —Stefanía la vio acariciar con cariño el vestido que eligió para ella en su ceremonia—. Pero no dejes que eso te limite.

»Puedo aceptar que lleves un pantalón de vestir, si eso te hace sentir mejor; lo que sí, no me quiero ir, sin decirte que nada me haría más feliz, que verte confiar en ti misma.

—Lo sé. —Suspiró con incomodidad—. El tema es que tengo tan mala suerte, Jenny.

—¿Qué puede pasar, más que llamar la atención de un agradable pretendiente? —La animó, incluso con una sonrisa sincera—. ¿Y quién te dice? Quizás recojas el ramo, y seas la próxima en casarse.

La idea la hizo reír de incredulidad, pues no era esa su percepción. Y así se lo dijo, al redactar varias desgracias, muy propias de ella, cada vez que intentaba ser alguien más que no fuera ella misma.

—¿Y quién te dijo que seas otra? —preguntó por experiencia—. La que conozco, es todo lo que queremos y necesitamos, no solo en la boda, sino también en nuestras vidas.

—Si no voy con cuidado, me tropiezo hasta con mis propios pies.

—A todos, alguna vez, nos ha pasado por ansiedad.

—Soy capaz de pisar el propio dobladillo del vestido.

—Es un vestido corto, Stefi.

—¡Peor aún! —Entró en pánico—. ¡Si me caigo, quedarían mis virtudes expuestas!

Por mucho que Jennifer quiso mantener la compostura, no fue capaz. Pues, solo los Valdez podían referirse a sus intimidades como virtudes; y de eso tuvo constancia, la primera vez que conoció a Gerónimo.

En su mundo, todo lo que fuera vulgar, era considerado vergonzoso. Lecciones de cómo tenía que comportarse, la impulsaron a vivir una segunda vida; y si bien Thiago le mostró un mundo libre de límites, no conoció el valor de disfrutar y vivir, hasta que su prometido tuvo la delicadeza de secar sus lágrimas.

Un gesto que siguió a muchos otros, en que sí se pudo sentir como una reina; en que nada tenía que ver con los lujos o ciertos beneficios que le daba la economía de los Kappler. Si no, en el trato, cuidado y consideración sobre su opinión, por sobre todo lo demás.

—Vamos, Stefi —logró decir, tras recomponerse del ataque de risa, en que su cuñada se tentó sin ofenderse—. Puedes tomarte todo el tiempo que quieras para andar y asegurarte de que nada de eso, pase.

—¿Y qué pasa si me viene el período? —El tema no era muy hablado entre el círculo de Jennifer, por tanto, se disculpó de inmediato—. Olvídalo. Haré el intento.

—Stefi, debes saber que los accidentes son eso, eventos que no podemos controlar. —La consoló—. Y si es por el período, no te preocupes. Eres libre de elegir lo que te haga sentir cómoda.

»Como te dije antes, mi intención es que no te limites como me pasó a mí. Sé quién eres, porque como tú, no hay otra, ¿sí?

Stefanía, que en ciertos aspectos, se veía como una adolescente sin madurar, se avergonzó a la vez que se sintió comprendida por las palabras de su cuñada.

Misma que la dejó sola, con el vestido en cuestión en el respectivo cobertor y a los pies de la cama. Muy pocas veces usaba vestidos, y desde un principio, supo que en la boda de su hermano iba a ser una de esas veces.

Sin embargo, por razones que desconocía, además de las que le reveló a Jennifer, no se sentía cómoda con la idea. Incluso, antes de decidirse, se levantó y observó el calendario.

Su período era regular; aunque, desde que cumplió los treinta, no tenía la misma precisión que años anteriores. Por eso, no le sorprendió tanto, notar la irregularidad con el mes anterior.

Pero eso cambió, cuando la ceremonia matrimonial de Gerónimo y Jennifer se concretó, y tuvo la claridad que en la seguridad de su casa no hubiera tenido, como fue socializar con las amigas de su cuñada, dos de ellas, embarazadas.

Y las alarmas, volvieron a sonar en su mente, seguido del recuerdo de Thiago.

Pálida, y sin importar el pesar de ausentarse cuando Jennifer arrojó el ramo, se refugió en el baño.

Al encerrarse en uno de los cubículos, y taparse la cara de miedo, atendió las risas de todos los invitados tras alguien recoger las flores. La emoción era tan opuesta a lo que sentía, que la mortifico. Pues, un embarazo, jamás se le pasó por la cabeza.




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