Más allá de lo obvio, Stefanía no dio por sentado nada. Fue así que, una mañana, antes de que sus padres despertaran, salió con sigilo y, para su suerte, encontró a una de las hijas de Julieta.
Se trataba de una madre soltera que, por problemas de adicción, las autoridades la ubicaron en Wallem para monitorear su progreso, y de ese modo, evitar que perdiera la tutela de sus hijos.
—Hola, pequeña. —Saludó al acercarse a la niña de doce años—. ¿Puedes hacerme un favor?
Stefanía reconoció lo mal que quedaba depender de la menor. Pero, en caso de que todo fuera una falsa alarma, no quería arruinar su reputación. En la conciencia, era mejor posponer el bochorno; por tanto, agradeció la ayuda de la niña, que tomó el recado de ir a la farmacia por un test de embarazo.
—¿Te preguntaron quién te lo pidió?
—No. Es normal que mami me envíe para estas cosas —comentó con naturalidad Samanta, con sus preciosos ojos hazel y sus encantadores bucles negros—. ¿Hice mal en no decir que era para ti?
—De hecho, fuiste muy inteligente, Sam. Es más, necesito que guardes el secreto por mí, ¿te parece?
—Mamá, dice que no hay que hablar de los demás, así que no te preocupes.
Se sintió tan aliviada de ese secreto entre ellas, que no dudó en recompensar al comprar, para ella y sus hermanos, suministros que Julieta aceptó sin preguntar el motivo de tal generosidad.
Y por cómo educaba a sus hijos, pese a la complejidad de su salud, Stefanía comprendió lo mucho que debió sufrir por las habladurías. Por lo menos, esa experiencia, le recordó el sentido de respetar la vida de los demás.
Tal fue así, que el pasado, la persiguió de nuevo. Pero, en esa ocasión, para reconocer que no estuvo bien haberse inmiscuido tanto en el tema de los Kappler, Ellen y Smith.
Quizás, las cosas se le hubieran dificultado todavía más a Thiago, pero no era su responsabilidad cambiar ese destino.
Si bien le dio la oportunidad a Gerónimo de ser feliz al lado de Jennifer, y viceversa, en ese momento de su vida, reconoció que Thiago tenía muchas razones por las cuales odiarla.
—Y con esto, no quedan dudas de que lo va a hacer de por vida.
Admitió con la vista puesta en las dos rayitas impresas en el visor del test, sentada a los pies de la cama, y con tantas alternativas para sobrellevar el asunto, que todo lo que supo hacer, fue llorar mientras se abrazaba las piernas.
Desde entonces, entendió que no iba a poder decidir, sin tener la opinión de Thiago. Estaba tan segura de que él era el padre de su hijo, que la desesperación nublo el sentido común, y la empujó a tener el valor de hablar con él.
Lo que fue toda una sorpresa para Thiago, encontrar a Stefanía en el despacho del único alojamiento que pudo evitar vender, por las deudas que ella y su metiche de boca le causaron seis años atrás.
Época en que se juró tenerla lo más lejos posible de su vida, y no menos importante, de su empresa. Para, al final, no solo perturbar su conciencia, sino también sus emociones.
Pues, todos sus esfuerzos por no encontrarse luego de lo que pasó en la fiesta de Joe, fueron para nada; o eso interpretó, cuando ella se levantó de la silla, como un resorte al escucharlo entrar.
—Perdona el atrevimiento —comenzó a decir Stefanía, tan acelerada, que Thiago no tuvo tiempo de saludarla o invitarla a que se relajara—. Pero tengo algo importante que hablar contigo. Y tiene que ver con lo de la otra vez.
—Creí que lo habíamos dejado todo claro esa misma mañana.
Ella fue consciente de que no iba a ser sencillo comunicar la noticia, pues él no consideraba la posibilidad del embarazo. Por tanto, volvió a inspirar hondo, como lo hizo mientras lo esperó, y lo miró a los ojos.
—Estoy embarazada.
El anuncio, como nunca se lo habían dicho antes, menos la ocasión en que le comunicaron que era estéril, lo impresionó. Hasta entró un poco en pánico.
No obstante, la emoción duró tan poco, como para negar con la cabeza mientras sonreía irónico.
—Sea lo que sea que buscas con eso, desde ya te aviso que el plan, no te va a funcionar.
—¿Qué? —Stefanía, que esperaba cualquier reacción, se quedó desorientada y tuvo que sentarse—. No entiendo…
—Mira, no sé cómo ocurrió. —La interrumpió, de brazos cruzados, y apoyado en el borde del escritorio—. Lo que sí sé, es que yo no soy el responsable del embarazo.
—¿Cómo estás tan seguro de eso? —consultó, sin querer escuchar la vocecita de su conciencia, que le recordaba el otro sujeto—. Los dos pasamos la noche juntos.
—Sí, pero yo no te dejé embarazada…
—Y yo no estuve con ningún otro, más que contigo. —Las mejillas rojas de vergüenza, la delataron, pero a esa altura, no le importó mucho—. Ahora, explica, cómo es que niegas el resultado de ese encuentro.
Por mucho que Thiago intentó recordar, por lo menos, para entender cómo acabó durmiendo con ella, no tuvo suerte. Su memoria tenía lagunas de esa ocasión; pero sí recordaba, con precisión, que ella no mentía en una cosa: fue el primer hombre en su vida.