En un día de otoño, cuando las hojas de los árboles se tiñen de amarillo con una pisca de anaranjado, una brisa fresca, movió mi cabello, me encontraba viajando hacia un lugar desconocido en busca de oportunidades y la promesa de un trabajo.
Mientras avanzaba el colectivo, sentía que dejaba atrás mi casa junto a mis seres más queridos, sin embargo delante de mi serpenteaba una ruta interminable de distintos paisajes. Los colores cambiaban, ya no eran los mismos, las horas desaparecían una tras otra igual que los diferentes pueblos que con fascinación observaba.
Un nuevo comienzo me esperaba, y la incertidumbre de lo que encontraría hacían inquietar un poco la calma.
La charla ocasional del acompañante de viaje desconocido por momentos era intensa y emocionante, que hasta se olvidaba el transcurso del tiempo que se hacía presente ante una nueva imagen de un lugar sorprendente al costado del camino.
La hora de la cena se acercaba y una voz dulce y amigable preguntó:
-Buenas noches, le sirvo la vianda de viaje?
Al levantar la mirada una joven sonreía como esperando una respuesta inmediata, era delgada, llevaba un uniforme que resaltaba su figura de una manera increíble, sus ojos acompañaron sus sonrisas como insistiendo en una respuesta a lo que solo atiné a responder:
-Si, si, porfavor, gracias
Inmediatamente extendió una pequeña bandeja con un sándwich triple de jamón y queso acompañado con un zumo de naranja natural, que no tardé mucho en descucbrir su agradable aroma y sabor.
Durante esta cena grandiosa y efímera se silenciaron un poco las palabras como si mi compañero de viaje y yo solo pensábamos en disfrutar esta pequeña cena.