Olivia miró el camino a través de la ventana del autobús, habría sido más fácil y rápido si cogía un avión, pero odiaba las largas esperas en los aeropuertos y el molesto papeleo a la hora de abordar, prefería demorar más horas por carretera, pero ahorrándose toda esa burocracia.
La boda de Jenny estaba fijada para dentro de un mes, al inicio, Olivia pensó en viajar después, pero pensó que, si era la dama de honor, inevitablemente tendría que cooperar con la organización, así que se tomó un merecido mes de vacaciones (a fin de cuentas, era su propia jefa), hizo sus maletas y se aventuró.
—Queridos pasajeros, haremos una parada de veinte minutos en la siguiente terminal, pueden aprovechar de bajar para ir al baño o conseguir algo de comer —dijo el segundo chofer, quien estaba haciendo de asistente. El viaje duraba unas doce horas y por eso había dos conductores, de ese modo, evitaban cualquier tipo de accidente.
Cuando llegaron a la terminal de buses varios pasajeros se levantaron para salir a estirar los pies o comer algo, pero Olivia ignoró la oportunidad y se acomodó en su asiento, se puso los audífonos, colocó algo de música en su celular y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, se dio cuenta de que estaban avanzando y que el cielo estaba rojo, parecía que había dormido varias horas.
—Disculpe —llamó al hombre que estaba sentado a su lado, un tipo de edad avanzada, pero no al grado de ser un anciano, aunque tenía el cabello totalmente gris—. ¿Como cuánto faltará para llegar a la terminal?
El hombre miró la hora en su reloj de mano, lucía bastante caro.
—Todavía falta bastante, yo diría que unas cinco o seis horas.
Olivia hizo una mueca.
—Ya veo, gracias —respondió.
La música todavía se seguía reproduciendo junto a sus oídos, pero le dolía un poco la cabeza, así que la apagó. Fue ahí que sus ojos se fijaron en el mensaje que ocupaba la bandeja de notificaciones: era de Jenny.
“¿Ya vienes? ¡No puedo esperar a verte! Dime la hora en que llegas para pasar a recogerte”
Rio suavemente al imaginar lo emocionada que estaba su hermana de verla; ella también se sentía emocionada y entusiasmada, había pasado mucho tiempo lejos de ella, a pesar de que cuando eran niñas eran las hermanas más unidas del mundo. Olivia podía recordar cuando jugaban a las muñecas, o cuando Jenny se caía y se hacía alguna herida, ella siempre estaba ahí para reconfortarla.
Por eso no quería faltar esta vez, tenía que estar ahí para Jenny.
Cuando llegó a la terminal eran aproximadamente las seis de la madrugada, era una hora bastante inconveniente, todavía no salía el sol, pero no podía quejarse, era lo que ofrecía la compañía de viajes.
Recibió su maleta de ruedas y la arrastró hasta la zona de bancos, en donde los pasajeros esperaban su transporte. Se sentó, hacía frío, así que se bajó un poco las mangas del chaleco para calentarse las manos y exhaló su aliento cálido contra la piel helada.
—¡Oli! —Escuchó el apodo que solía decirle Jenny de pequeñas, su voz era casi tan infantil y aguda como la recordaba, incluso si hablaban regularmente por teléfono, en persona era un poquito más chillona.
—Jenny, hola. —Olivia se puso de pie y fue “atacada” por un mortal abrazo de oso que casi la dejó sin aire. Jennifer, a pesar de ser la menor, era muy alta, mucho más que ella, tenía el porte y la apariencia de una súper modelo, con el cabello rojo y liso, además de un par de ojos tan grandes y verdes que parecían dos pozos en los que cualquiera se podría ahogar.
—Dios mío, cuánto tiempo ha pasado desde que nos vimos por última vez —dijo Jennifer, apachurrando a su pobre hermana mayor.
Olivia también tenía el pelo rojo, pero era al menos una cabeza más pequeña que Jennifer y era tan delgada que parecía un palito al lado de su hermana, la gente solía pensar que Olivia era la menor.
—Me vas a matar, Jenny —se quejó Olivia, tratando de romper el abrazo.
—Perdón. —Jennifer la soltó, mostrándole su increíble sonrisa, la cual recordaba a un comercial de pasta de dientes—. ¿Estás muy cansada? Traje mi auto, vamos.
—¿Tienes auto? —preguntó Olivia, estaba un poco sorprendida, sabía que su hermana ganaba bien, pero no imaginó que tan bien.
Después de cambiar de carrera dos veces, Jennifer se había formado como decoradora de interiores, trabajaba en una tienda dedicada al rubro y cobraba bastante bien, había aportado mucho durante la enfermedad de su madre, a pesar de que se mantuvo lejos casi todo el tiempo, pues Jennifer no se llevaba tan bien con ella, no como Olivia.
—Claro que tengo auto, aunque no es la gran cosa —respondió Jennifer, sin deshacerse de su sonrisa.
Las dos caminaron fuera de la terminal, había un estacionamiento para autos particulares a un costado, ahí estaba el de Jennifer: un Honda CR-V de color rojo, bastante bonito, el cual Olivia no pudo evitar mirar con asombro, ya que ella ni siquiera tenía auto (y tampoco sabía conducir); estaba más que acostumbrada a usar el transporte público.
Después de subir la maleta de Olivia en la parte de atrás, las dos se subieron, se pusieron el cinturón de seguridad y partieron.
—Perdón por hacerte venir a esta hora, no es precisamente la hora más adecuada para llegar de visita —dijo, mientras observaba el paisaje oscurecido por ser aún de madrugada, aunque de vez en cuando se topaban con algún faro en la calle que iluminaba ciertas zonas.