Las velas parpadeaban con elegancia sobre el mantel y el murmullo de los cubiertos se mezclaba con pequeñas risas formales, esas que solo se pueden oír en cenas donde nadie dice lo que realmente piensa. La mesa principal estaba completa: Jennifer al centro, tomada de la mano con Alex; a su derecha, Olivia; a su izquierda estaba su padre, Edgar, haciendo malabares con la copa de vino. Frente a ellos se ubicaban los padres de Alex, impecables, sonrientes, con ese típico aire de gente “perfecta”.
—Y dime, Olivia —habló la madre de Alex, Caroline, con un tono dulzón mientras giraba su copa—. Eres fotógrafa profesional, ¿verdad? Jennifer nos contó que tienes mucho talento.
—Sí, algo así —respondió Olivia, esbozando una sonrisa un poco tensa, no le veía el caso a tener que hablar de sí misma, ella no era la novia—. Me dedico sobre todo a bodas. Ironías de la vida, porque no me gustan mucho.
Los presentes rieron con suavidad. Jennifer le apretó la mano disimuladamente bajo la mesa, en señal de apoyo. Olivia, por un instante, se permitió disfrutar de la calidez del gesto.
—¿Y tú, Edgar? —preguntó entonces el padre de Alex, que también se llamaba Alex—. ¿Fuiste tú quien las inspiró a seguir sus pasiones? Debes estar muy orgulloso.
El ambiente pareció detenerse por un segundo, las sonrisas de las hermanas Madder rápidamente se desvanecieron.
Edgar se aclaró la garganta, dejando la copa de vino encima de la mesa.
—Bueno, claro que sí. Siempre apoyé a mis hijas en lo que eligieran —respondió con normalidad—. No ha sido fácil desde que perdieron a su madre, pero se hace lo que se puede, ¿no?
Olivia se enderezó un poco en su silla. Jennifer bajó la mirada al plato.
—¿Lo que se puede? —repitió Olivia, con un dejo de ironía que no pudo contener, no lo había hecho a propósito, simplemente se le escapó después de ver el cinismo con el que su padre se atribuía acciones que nunca llevó a cabo.
Todos la miraron. Ella sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos, era sólo una mueca forzada y de mal gusto.
—Perdón, es que… me cuesta recordar esa parte. Debe haber sido en los años que no vivíamos en la misma ciudad. O en el mismo universo —añadió con sarcasmo.
Jennifer le dio una patada muy leve por debajo de la mesa, justo en la pantorrilla, pero Olivia no la miró.
—Bueno —dijo Edgar, incómodo—. Tampoco es necesario decir las cosas tan literales.
—Claro, porque la literalidad no cría niñas —replicó Olivia, encogiéndose de hombros.
El silencio se volvió denso, incómodo. La madre de Alex apretó los labios. Alex fingió beber, aunque la copa estaba vacía.
Jennifer alzó la cabeza.
—Oli… —susurró, con una mezcla de súplica y reproche en la mirada.
Olivia finalmente la miró. La expresión de Jennifer no era de enojo… era de dolor, eso, en lugar de hacerla sentir satisfecha, sólo le causó dolor e incertidumbre.
—No fue mi intención —murmuró Olivia, con la garganta apretada, procurando que sólo su hermana la oyera.
Jennifer respiró hondo, tratando de calmarse, de traer de vuelta el ambiente alegre que hasta ahora llevaban manteniendo.
—Lo sé —dijo en voz baja—. Pero no es la noche para hablar de lo que nos faltó. Es la noche para agradecer lo que tenemos —añadió, volviendo la vista al frente.
Ese comentario no había sido una reprimenda, sino una súplica envuelta en esperanza.
Olivia asintió lentamente y desvió la mirada hacia la barra del restaurante, donde Caleb las observaba con atención discreta. Su presencia la tranquilizó. Bastaba con verlo para sentir que, incluso en medio del desastre, había alguien que entendía.
Jennifer apretó la servilleta sobre su regazo. Su sonrisa regresó, pero más tensa. Edgar soltó una risa nerviosa y los padres de Alex retomaron la conversación, ahora más cautos, obligándose a creer que Olivia sólo quería ser graciosa y no sabía cómo.
Y aunque el silencio entre las hermanas duró solo un par de minutos, en ese espacio flotó todo lo que nunca se había dicho y todo lo que pronto iba a explotar.
Después de una larga charla con los padres de Alex y su propio padre, que había durado menos de lo que Olivia en realidad percibió, el murmullo del salón quedó atrás cuando empujó la puerta del baño con los hombros caídos. El espejo la recibió con una sinceridad brutal: ojos ligeramente húmedos, labios tensos, mejillas aún encendidas por la incomodidad de la cena.
Un segundo después, la puerta volvió a abrirse. Su hermana entró tras ella, cerrándola con un suspiro largo.
—Oli… —empezó, mientras se apoyaba en el lavamanos, mirándola a través del reflejo del espejo, no podía evitar pensar en lo hermosa que lucía esa noche—. No vine a pelear.
—Lo sé —respondió Olivia, evitando su reflejo—. Pero igual va a pasar, ¿no?
Jennifer se miró las manos. Luego levantó la mirada. Como pocas veces, su expresión era muy seria, casi enojada, pero no llegaba a estarlo del todo.
—Solo quiero pedirte algo. Sé que esta noche no es fácil para ti, pero... ¿podrías intentar no ser tan directa frente a los padres de Alex? No entienden nuestra historia. No saben...