Enfoque al Corazón

Nueve

La sala del departamento de Jennifer estaba adornada con luces de diferentes tonos rosas, guirnaldas de colores y uno que otro póster llamativo. Había globos en forma de anillo y un cartel dorado que decía “¡Última noche libre!” colgaban sobre el televisor, aunque realmente la boda era en dos días.

Jennifer, con una diadema que decía BRIDE TO BE, se sentó en el centro del sofá como una reina en su trono. A su alrededor, cinco amigas —todas con pijamas de satén a juego— le hacían un círculo mientras sostenían copas o celulares, listas para grabar cualquier cosa comprometedora que fuera a surgir.

—¡A ver, a ver, el siguiente regalo! —gritó una de ellas, extendiéndole una caja pequeña con envoltorio rojo brillante.

Jennifer la tomó con entusiasmo y la agitó como si fuera Navidad.

—Si esto vibra… lo usaré para relajar la espalda —bromeó, arrancando carcajadas.

Olivia, sentada en una esquina con su vaso de cerveza medio lleno, esbozó una sonrisa mientras cruzaba las piernas y observaba en silencio. No había participado demasiado durante las actividades de la noche, aunque estaba ahí, era casi como si no lo estuviera.

Jennifer abrió la caja de regalo y, tal como todas esperaban, reveló un pequeño y provocador conjunto de encaje blanco con transparencias poco sutiles.

—¡Dios mío! —exclamó Jennifer, riendo y alzándolo como si acabara de recibir un trofeo olímpico—. Esto es tan pequeño que dudo que me cubra la dignidad.

—La dignidad no va en una noche de bodas, reina —dijo Darcy desde el sillón opuesto, levantando su lata de cerveza—. Se queda colgada en la puerta del dormitorio.

—¡Brindemos por eso! —dijo otra, y las copas chocaron con risas entre gritos y aullidos.

Jennifer se giró hacia Olivia, con los ojos brillando por la emoción, verdaderamente parecía emocionada con todo esto, aunque Olivia se preguntaba qué tenía de divertido, a pesar de que había sido la organizadora del evento.

—¿Ves, Oli? Esto es lo que tú necesitas: una noche para liberar a tu diosa interior. Basta de cámaras, bodas y estrés.

Olivia se encogió de hombros y bebió lo que quedaba de su vaso.

—No tengo una diosa interior —respondió con desinterés.

—Entonces invéntala —replicó su hermana, tirándole un cojín con poca fuerza—. Yo creé la mía a los veinte, cuando mi autoestima era patrocinada por comida chatarra y margaritas.

Todas rieron de nuevo. La atmósfera era relajada, bulliciosa, festiva, incluso Olivia se había reído esta vez. Quizá no sería tan malo si participaba un poco más.

Claro, eso fue hasta que Darcy se inclinó hacia ella, con una sonrisita torcida en los labios.

—¿Y tú, Liv? ¿Qué vas a regalarle a tu hermana? ¿Un álbum de fotos de Caleb cocinando sin camisa?

Las risas se detuvieron. El cuerpo de Olivia se tensó y Jennifer frunció el ceño.

—¿Qué tiene que ver Caleb?

—Nada —respondió Darcy, con inocencia fingida—. Sólo que, bueno… parece que últimamente lo tienen de decoración familiar. Aparece en cada cena, cada reunión, cada mirada…

—Es el padrino —interrumpió Jennifer, cruzando los brazos—. Además, nos hizo un favor enorme al ofrecer su restaurante para la cena de compromiso. No empieces con tus novelas, Darcy.

Olivia fingió mirar su celular, como si le hubiese llegado un mensaje urgente que no existía. Cualquier cosa era mejor que tener que responder los ataques disfrazados de inocencia de Darcy.

—Voy a traer más cerveza —dijo, levantándose de repente—. Esto ya se está terminando. —Señaló los demás vasos vacíos sobre la mesa y las latas de cerveza desechadas.

—¡Y tráeme chocolates! —gritó Jennifer, mientras se alejaba—. Necesito azúcar para sobrevivir al desfile de lencería.

Cuando Olivia entró en la cocina, se apoyó contra la mesa y cerró los ojos un momento. Respiró hondo. El murmullo de risas en la sala le llegaba amortiguado, como si viniera de otro planeta.

Allí estaban todas, celebrando lo que se supone que es el amor perfecto, mientras ella llevaba encima un secreto que podía destruirlo todo.

Sin pensarlo mucho, sacó su celular y escribió un mensaje, no esperaba recibir respuesta, pero el sólo hecho de ver el nombre de Caleb en el destinatario, de algún modo, le traía calma.

La música fuerte y los gritos de fondo anunciaban que la despedida de soltero de Alex estaba en plena ebullición. El bar estaba decorado con globos dorados, luces de neón y una mesa larga repleta de botanas, cervezas artesanales y botellas de whisky que ya iban por la mitad.

—¡Por el último hombre que cae en la trampa del amor! —brindó uno de los invitados entre risas, era el primo de Alex, que resultaba haberse casado hace un par de años y al poco tiempo se divorció.

—¡Y por la santa que lo aguantará para siempre! —añadió otro.

Alex se reía, aunque la risa le salía con esfuerzo. Sentado en un sillón de cuero junto a Caleb, sostenía una cerveza que casi no había tocado. Se suponía que debía estarla pasando en grande, pero el peso de sus mentiras le calaba cada vez más hondo.



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En el texto hay: comedia, romance, chick lit

Editado: 21.06.2025

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