Era en extremo riesgoso aventurar las repercusiones de una noche mágica que terminó de modo abrupto. No obstante las mil especulaciones que no tardaron en llegar, así como las explicaciones vagas de un hombre que solo pretendía dar vuelta la página y olvidar el mal trago, la verdad era una incógnita que se revelaría a su debido tiempo, si es que alguna vez lo hacía.
—Buen día dormilona —dijo Bruno entrando al cuarto con la luz del sol como testigo.
—¿Dónde estuviste? —preguntó Silvana saliéndole al paso, visiblemente nerviosa, preocupada.
—Supuse que necesitabas algo de espacio y preferí deambular por la isla.
—¿Toda la madrugada?
—Necesitaba pensar.
—Y yo necesito pedirte disculpas.
—No lo hagas, fue mi culpa.
—Jamás debí irme de ese modo —lamentó—, soy una estúpida.
—No hay cuidado.
—Ni siquiera puedo imaginar el papelón que te hice pasar.
—Estás exagerando.
—Todas las parejas estaban bailando y de pronto, de buenas a primeras, yo salí corriendo dejándote solo —recordó apenada—, a merced de todos los buitres.
—Siempre puedo decir que no te sentías bien.
—Nadie iba a creerte.
—De hecho —sonrió—, todos comenzaron a especular con que estabas embarazada.
—¿Disculpa? —inquirió frunciendo el ceño, petrificada.
—Por lo visto la reina de los bienes raíces no pudo con sus náuseas repentinas —replicó esbozando una sonrisa.
—De verdad lo lamento.
—Fue mi culpa.
—Si tan solo pudiera volver atrás…
—No debí presionar tanto —admitió—; exageré nuestro juego de seducción.
—En realidad…
—Es obvio que te incomodé —interrumpió envalentonado, dispuesto a dejar el pasado en el pasado—, que me excedí.
—Hay algo que necesito decirte sobre mi viaje a Oriente.
—Sí, es cierto —asintió—, quieres hablarme de eso desde ayer temprano…
—No es importante, pero sí relevante para nuestra situación.
—Es un día hermoso, ¿qué te parece si nos saltamos el desayuno y decenas de preguntas incómodas y vamos a caminar por la isla? —indagó mientras buscaba ropa cómoda en el ropero—. Allí podremos hablar tranquilos y de paso alejarnos, al menos por un rato, de este infierno sofocante.
—Me parece un gran plan.
—Bajaré para avisar que saldremos, mientras tú te vistes.
—De acuerdo.
—Y no te preocupes por ellos, solo sígueles la corriente.
—¿Debo decirles que estoy de tres meses? —ironizó.
—Tal vez de cinco sería lo más adecuado.
—¿Acaso estoy…
—Solo digo —interrumpió con una sonrisa dibujada en el rostro.
—Algún día voy a cobrarme una por una todas tus bromas de mal gusto.
—¿Acaso estoy escuchando bien?, ¿tú vas a vengarte de mí? Déjame recordarte que aún me reservo varias municiones para ti.
—Por si no lo notaste, estoy internada en una isla, en compañía de una docena de extraños, solo para salvarte el pellejo —retrucó cruzándose de brazos, en clara pose altanera.
—Y agradezco enormemente tus servicios prestados, pero no puedo olvidar las horas que pasé esposado a una escalera —recordó elevando las pestañas.
—Eso quedó en el pasado, te lo merecías y lo sabes.
—Lamentablemente, el perdón y la clemencia no están en mi ADN.
—Al menos ten en cuenta que tu hipotética venganza, puede ser nefasta para nuestra relación.
—¿Relación?, ¿piensas que seré tu amigo cuando todo termine? —preguntó mordaz.
—Admítelo, te agrada estar conmigo —chicaneó.
—No tanto como a ti conmigo.
—Mejor sal de mi vista, no quisiera herir tus sentimientos.
—Pensé que eran los tuyos los que pendían de un hilo.
—Más quisieras.
—Vendré por ti en quince minutos —replicó mientras manoteaba el picaporte, preso de una risa sincera.
—De acuerdo.
—No me extrañes demasiado.
—Descuida, jamás lo hago.
Tras avisarle a Clara que no se sumarían al desayuno comunal, Bruno pensaba hacer tiempo en el jardín trasero mientras se cumplía la hora de ir por su prometida, pero por desgracia, como era habitual en aquella casa, nadie podía relajarse ni siquiera cinco minutos sin tener que rendirle cuentas al fantasma carroñero de los problemas gratuitos.
—Por lo visto es cierto lo que decían los sabios de la antigüedad —comentó Nahuel mientras se acercaba con un puro en la mano.
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Editado: 18.09.2021