Engaño 5. Un sentimiento frío como el hielo

Capítulo II. La última mirada hacia atrás

—Veo que diste vuelta la página.

—Mamá, por favor no empieces.

—¿Qué dije? —preguntó encogiéndose de hombros.

—Sé lo que intentas y no funcionará.

—Solo fue una observación.

—Dime qué quieres que haga —reviró—, vamos hazlo.

—Por lo visto ya tomaste tu decisión.

—¿Crees que no intenté hablar con él? —preguntó fulminándola con la mirada, pretendiendo liberar el huracán que se agitaba en su interior—. Lo busqué por todas partes y ya es tiempo de que continúe con mi vida.

—Me asombra lo fácil que desprecian sus sentimientos los chicos de ahora —retrucó Graciela fingiendo que continuaba repasando con un antiguo plumero los muebles del salón.

—Sé que te habías hecho ilusiones, pero para mí es un tema terminado.

—Cometes un error.

—¿No te parece que estoy lo suficientemente grande como para recibir esta clase de sermones? —inquirió cruzándose de brazos, repiqueteando su pie izquierdo contra la cerámica, con las pulsaciones a diez mil revoluciones por minuto.

—Tratándose de amor todos somos niños, actuamos como niños, lloramos como niños y, sobre todas las cosas, somos caprichosos como ellos —le respondió sin miramientos.

—Pues, supongo que el amor deberá esperar porque mañana empieza mi carrera política.

—Sí, eso escuché.

—Recuerdo que estabas feliz por mí.

—Lo estaba antes de que volvieras a boicotear tus sentimientos —le recriminó sin tapujos, revoleando el plumero contra la vieja mecedera de la abuela Ana.

—¿Entiendes que Bruno desapareció o debo decirlo en algún idioma antiguo?

—¿Y qué esperabas?

—Poder hablar como personas civilizadas.

—Lo siento hija —suspiró mientras la tomaba de las manos—, pero no tienes derecho a exigirle nada.

—No, claro, yo soy la bruja de la historia.

—De acuerdo, no hablemos más del tema.

—Si te deja más tranquila, me duele infinitamente que las cosas se desarrollaran de este modo —confesó con la mandíbula temblorosa, abriendo y cerrando los puños víctima de una impotencia indescriptible.

—¿De verdad?

—Es una oportunidad grandiosa para mí.

—Una que te obliga a hacer a un lado tus sentimientos.

—Bruno decidió no acompañarme en esta etapa.

—¿Ahora lo culpas a él? —reviró anonadada.

—Pudo haberme apoyado pero estaba ocupado pensando en sí mismo —respondió echando lejos la responsabilidad de la ruptura.  

—¿Acaso no te apoyó lo suficiente?

—Las relaciones son reciprocas, no unidireccionales.

—¿Hablamos de Bruno o de ti en tercera persona? —inquirió sin poder salir de su asombro.

—Sí, muy graciosa.

—No es así como lo recuerdo.

—¿Entonces debía renunciar a mi carrera?

—Por lo visto debías renunciar a algo y tomaste tu decisión —contestó con un dardo de sarcasmo disparado al corazón de la misericordia.  

—¿Sabes qué mamá? —reviró mientras tomaba su cartera de la mesa ratona al costado del enorme televisor—, creo que lo mejor será que deje de venir a tu casa por un tiempo.

—¿Ahora también te alejas de mí?

—Solo sabes criticarme.

—Eres muy injusta Silvana.

—Pero descuida, seguro puedes llamar a Bruno y consolarse mutuamente.

—Ah, ya veo —sonrió nerviosa.

—Quizá a ti te atienda el teléfono y puedan ser felices juntos.

—Vamos, suéltalo.

—Ya lo dije.

—¿Crees que escapándote lograrás quitarlo de tu mente?

La tensión se cortaba con un papel. Graciela lo tomaba personal, como si buscara rescatar a su hija de una prisión a la que había accedido por propia voluntad, y Silvana solo quería olvidarse de los sentimientos que la dañaban. En ese contexto, con las posiciones tan disimiles, y sin que nadie estuviera dispuesto a dar el brazo a torcer u ondear la bandera de la paz, la confrontación no podía menos que elevarse a la estratosfera amenazando corromper un vínculo sólido como el amianto.

—No tengo tanta suerte, seguro con el tiempo regresará para atormentarme.

—¿Y qué opina el distinguido Rodrigo Alonso? —inquirió con las manos en jarra sobre su cintura, en clara pose altanera. 

—¿Ahora también eres sarcástica?

—Fue solo una pregunta inocente.

—Pues, para tu información, no hablamos de mi vida privada, solo del futuro grandioso que nos aguarda en el horizonte.

—Claro, no le conviene tocar asuntos espinosos —susurró por lo bajo.




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