Engaños y Mentiras

|C a p i t u l o 16|

|Capitulo 16|

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¿Adalia?

—Vete, no estoy de ánimos para si quiera mirarte, Kendall. —le digo apartando la mirada al verlo entrar a mi habitación.

—Seré franco, Adalia. No sé cómo y porque olvidaste todo lo que olvidaste. —comienza a decirme. —Pero cualquier cosa que recuerdes, necesito que me la digas, tengo que ayudarte a recordar.

—El problema Kendall, es que lo que recuerdo, hasta donde sé, no es lo que en verdad ocurrió. —respondo de mala gana, girando mi cuerpo de forma teatral, dejando mi rostro entre las almohadas.

Lo escucho moverse por la habitación, hasta dejarse caer sobre el colchón, sentándose a mi lado.

—Lo siento, ¿Está bien? No debí de habértelo dicho de una forma tan brusca, pero no supe de qué otra manera hacerlo. —suelta un suspiro resignado. —También es difícil para mí, saber que no puedo amar, a pesar de que todos lo hacen.

—Entonces dime, compénsalo y dime.

— ¿Que?

—Recuérdame lo que olvide. —pido, niega con la cabeza, haciendo que la decepción me golpee con fuerza.

—Lo siento. —declina, me incorporo, parándome, a los pocos segundos el me imita, mirándome a los ojos.

—No lo haces, tú no lo haces, Kendall. No lo sientes, no lo haces, ¡Maldita sea! —exclamo, su mirada no se aparta de la mía en ningún momento.

—No estoy listo para dejarte ir, no estoy listo para pasar a ser uno de tus difusos recuerdos, porque si tú puedes sentir miedo, podrías comprender lo que digo. No quiero que me olvides, no quiero caer en el olvido. —admite. —Así que, cuando sea el momento, te cederé todos tus recuerdos. Mientras, debes descubrir la manera por la cual los debes tomar.

—Asegúrame que no son más promesas falsas, jura que no es palabrería barata. Dilo, Kendall, porque necesito escucharlo. —condiciono.

—No son promesas falsas, son promesas desgarradoras y reales. Son tan reales como lo eres tú. Como lo es ella. —asegura.

— ¿Ella? ¿Quién es ella? —pregunto, sus cejas se elevan con incredulidad, como si a pesar de todo lo que hemos vivido juntos, dudara de mí, de mi palabra.

—La olvidaste...

—Lo hice. —le aseguro. —Recuérdame quien es, recuérdame a esa Lydia que olvide, porque sé que es importante para mí, pero no sé por qué.

—Ella no es Lydia, esta tan lejos de serlo. Su nombre es Mackenzie, es la única persona que vale la pena en tu vida. —responde.

— ¿Por qué?

—Porque no dudo en sacrificarse por ti esa primera vez, ni la segunda, mucho menos la quinta. —explica. —Siempre ha estado para ti, incondicionalmente y jamás te dejo sola, nunca, sin importar las cosas que se atravesaran en sus caminos.

—Cuéntame más de ella. —pido.

—Al igual que tú, tiene el cabello negro, negro como la misma oscuridad, con los ojos claros, tan azules como el agua. —cede. —Es fuerte, pero no invencible. Alguna vez lidero uno de los ejércitos de la muerte en el primer apocalipsis.

— ¿Dónde está ahora? —indago.

—Está en su propio infierno, pagando el precio de su sacrificio. Está muriendo poco a poco, agotando su energía y existencia por la tuya, para que tú pudieras vivir todo lo que has vivido hasta ahora.

—No...

—Sí, ella sabía lo que su sacrificio costaría, pero no dudo en hacerlo...

— ¿Por qué lo hizo?

—Porque te ama, realmente lo hace. —explica, aprieto los labios bajando la mirada, sin saber que responderle.

¿Cómo pude olvidar a una persona que tanto ha hecho por mí?

—Quiero que vuelva, no la quiero en un infierno por mí, dime cómo sacarla de allí. Dime...

—Primero debes salir de tu mente, Adalia, explotar el mundo, absorberlo. —murmura, colocando un mechón de cabello tras de mi oreja. —Confió en que lo lograras, pero debes de esperar a que ella venga por ti. Quiere que estés lista para enfrentar y cortar el problema desde raíz.

—Puedo esperar un poco, se lo debo. —respondo.

—Ella puede entrar y salir, pero tú tienes el pase de tu salida, solo tú puedes sacarte de aquí.

—Encontrare la forma de hacerlo, mientras la espero.

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Me concentro en todo lo que me rodea, ahora soy consciente de muchas cosas que en el pasado no fui capaz de notar, años encerrada en este lugar y nunca lo sospeché.

Una capa oscura de humo rodea la cuidad entera, volviéndose más espesa en la terminación del territorio.

Una vez entre a Stranville, no volví a salir.

Nunca hice amago de salir, porque este lugar está diseñado para atrapar a sus presas, un lugar atrapante y endulzante.

Por eso las personas siempre consiguen lo que quieren en este lugar, para que nada los aliente a irse. Ellos tienen el pase de salida gratis, pero yo no.

— ¿Cómo destruyes una barrera de contención? —pregunto a la nada. — ¿Cómo escaparía de una enorme caja de cristal?

Me levanto del suelo, sin dudar hago uso de mi velocidad vampírica, sin detenerme un solo segundo, hasta llegar hasta el límite de la ciudad, intentando traspasar la estúpida barrera.

Mi cuerpo se eleva cientos de metros, miro un coche rojo pasar por la carretera, atravesando el muro, una niña asoma su cabeza, mirándome fijamente, asombrada.

Sobrevuelo una parte del bosque antes de estamparme en un árbol enorme, partiéndolo a la mitad.

Me levanto y me quito la enorme rama que atraviesa mi estómago, haciendo una pequeña mueca de dolor.

—En definitiva, así no. ¿Y si...?

Regreso a la barrera, intento pasar mi mano a través de ella, pero no puedo, la miro fijamente, es cristalina, se podría comparar con facilidad con agua. Es visible a simple vista y pareciera estar en constante movimiento.

Coloco mi mano con cuidado sobre ella, es líquida, pero al momento de hacer presión se endurece, como si fuera titanio.

Retiro mi mano, haciéndola puño y elevándola a la altura de mi cabeza para tomar más impulso, y con fuerza, con toda la que puedo tener, golpeo la barrera, la cual se mueve con rapidez, el líquido o la sustancia que lo compone se esparce para llegar a una sola zona.




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