Un portazo se escuchó interrumpiendo el silencio de la noche. Él ya había llegado y como en las anteriores noches me levanté sin hacer ruido y me aproxime a la cama de mi hermano, metiéndome entre sus sabanas y lo abracé.
― Todo va estar bien, tranquilo. ― susurre mientras tiritaba entre mis brazos esperándose lo peor.
Sonó un fuerte golpe contra una puerta seguido de unos sollozos.
― Zorra, ¿cómo te atreves a desobedecerme? Te dije que quería todo limpio y ordenado. Es lo único que tienes que hacer y eres estúpida hasta para eso.
― Por favor, no hagas ruido los niños están durmiendo. ― suplicaba la mujer llorando.
―Me importa una mierda. ― dijo después de patearla―. Esos no son mis hijos, no entiendo porque tengo que mantenerlos, debería dejarlos tirados en la calle. Además esa, la puta de tu hija. ¿No es mayorcita ya cómo para vivir sola? ¿Qué hace todavía aquí?
Ella lloraba en silencio tirada en el suelo, escondiendo su cabeza entre sus brazos. Y el hombre no paraba de patearla y golpearla como si un saco se tratase.
Cuando se cansó y volvió el silencio cerré mis ojos con fuerza y destapé mis manos de los oídos de Tom. El pequeño lloraba asustado mientras acariciaba su espalda con suavidad.