Enmerald. Guardianes 1

Capítulo 8: Se caen las máscaras

Capítulo 8:
Se caen las máscaras 


28 Mayo de 1728 
Selt Riquelme 

Por primera vez en mucho tiempo, la mesa está puesta como para una celebración.

Un mantel blanco con bordados carmesí cubre la mesa rectangular, las sillas están pulidas y brillantes, la vajilla que estuvo guardada por años reluce sobre la mesa, cinco platos deslumbran, cinco copas de cristal, los cubiertos de plata, hasta los candelabros, uno de los tesoros más preciados de mi madre, se exhiben. No entiendo a qué se debe tanto lujo. Me he perdido unos días durmiendo, recuperándome y pues, pasan muchas cosas en días. Además, han colocado un puesto adicional lo que significa que alguien vendrá a cenar esta noche. Seguro es el prometido de mi hermana.

Deben ser como las seis de la tarde, el sol se oculta por el horizonte.

Mi madre baja por las escaleras, radiante en un elegante vestido azul que hace que sus ojos ardan en carmesí, se ha asegurado de colocar cada hebra de su rojizo cabello en un elaborado peinado, que estoy segura no pudo conseguir por ella misma.

Nariel le sigue, ha hecho de su cabello unos bucles, el remolino de rizos hace que se vea sumamente corto justo a la altura de los hombros. Su rostro despejado no tiene marcas, pero si alguna habrá quedado la ha cubierto muy bien. La tela de su vestido es una combinación de rojo y dorado, como si estuviera cubierta por sus propias llamas.

Tanils, exuberante en un vestido negro con delicados detalles plateados en todo el corsé y por el borde de la falda. La cadena con el rubí decora su cuello, un detalle que pase por alto en mi otra hermana. Ha dejado su cabello suelto.

Mis hermanas están hermosas, pero sus ojos me observan con ira, odio y desprecio. No es como si antes me miraran bien, pero nunca lo hicieron de esa manera tan despectiva. Las cosas han cambiado, la realidad es que no debería sorprenderme.

¿Qué hice para merecer esas miradas?

En cambio, mi madre mantiene en los labios una sonrisa imposible de quitar; la felicidad reflejada, en cada facción de su rostro, satisfacción y júbilo. Se acerca y me abraza como si tuviera años sin verme.

—¿Te encuentras bien, cariño? —pregunta mi madre con suavidad.

—Sí… —respondo dubitativa.

Algo se esconde detrás de esa sonrisa, lo sé. Es la sonrisa más falsa que le he visto. No entiendo por qué siento eso, es como si la mujer que tengo frente a mí no fuera mi madre, sino una perfecta desconocida.

Ahora que la miro a los ojos, es como si toda mi vida fuera en reverso, como si cayeran capas del rostro de mi madre mostrándome lo que durante años me oculté a mí misma: algo oscuro y malévolo reluce en los intensos ojos carmesí. No puedo explicar lo que siento, pero sé que, de ahora en adelante, mi vida no volverá a ser la misma. Tanto que deseé que mi vida cambiara, y ahora querría que no fuera así. No comprendo por qué.

Después de todo lo que ha pasado, el bosque, las pesadillas, mi magia, algo cambió o ¿fui yo quien cambió?; no lo sé, es una sensación extraña, como si se hubiera caído una venda de mis ojos. Siento que nunca quise ver la realidad de mi familia; algo siniestro se esconde detrás del apellido Riquelme y ahora soy parte indispensable de algo desconocido.

—Qué bueno. Ahora sentémonos que tenemos que celebrar.

Cada una se une a la mesa.

— ¿Celebrar? ¿Qué estamos celebrando? —pregunto tomando asiento al lado de mi madre, quien preside la mesa.

Mi madre chasquea los dedos y un deslumbrante banquete adorna la mesa: el mejor vino en las copas de cristal, carnes, pan, frutas, de todo un poco. En mis quince años, nunca había visto tanta comida en la mesa.

—Que tus habilidades por fin salieron a la luz, y que serás un mago muy poderoso. Estarás entre los mejores, solo es cuestión de tiempo y entrenamiento.

La voz de mi madre está llena de júbilo. Alza su copa y ofrece un brindis en mi nombre.

Debería sentirme feliz y halagada, pero no es así. He esperado tanto por esto: el despertar de mi magia, la atención de mi familia, dejar de sentirme como un objeto más; mas, ahora que lo tengo, no puedo disfrutarlo.

—Por supuesto. Serás un gran mago —dice Tanils alzando su copa y continuando el brindis—, si sobrevives a los entrenamientos.

Su malévola sonrisa me produce escalofríos.

Sobreviví al primero. Me hubiera gustado decir, mas, me mantuve callada.

Nariel sonríe de la misma manera, pero la sonrisa de mi madre se deshace al instante. Sus ojos se disparan en reproche a Tanils y la hacen callar.

—No le prestes atención, Selt —disimula su molestia por aquellas palabras.

—Eso quiere decir que siempre supiste que algún día mis habilidades aflorarían.

—Sí, pero no sabía con exactitud cuándo, así que preferí no decirte…

—Claro, fue más fácil mentirme y dejar que todos se burlaran de mí y me humillaran, porque hasta Tanils y Nariel me han tratado como si fuera un bicho raro.

He alzado demasiado la voz lo sé, pero la ira, la decepción me carcome.




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